La clase media imaginaria
04/04/2025
"Entre el miedo, la aspiración y la opresión sistémica"
En México, la pobreza no solo se mide en pesos, sino en ilusiones. El 61% de los mexicanos se identifica como "clase media", según Forbes aunque los datos oficiales revelan que más de la mitad del país no cuenta con ingresos suficientes para cubrir una canasta básica. Este espejismo colectivo no es casual: es un mecanismo de supervivencia en un sistema que estigmatiza la pobreza mientras vende la ficción de que todos podemos (y debemos) escalar hacia un estatus que, en realidad, es inalcanzable para millones.
"No soy pobre, soy clase media": el autoengaño como resistencia
Decir "soy pobre" en una sociedad que glorifica el consumo y culpa a los individuos por su propia miseria es un acto de valentía casi revolucionario. Por eso, muchos prefieren aferrarse a la etiqueta de "clase media", aunque su realidad sea estar a una quincena de la bancarrota, y su "estabilidad" dependa de deudas que los atan a tasas de interés abusivas. Este autoengaño no es ingenuo: es un reflejo del miedo a ser excluidos, a convertirse en los "otros", en esos "pobres" que el sistema señala como fracasados.
El consumismo ha convertido la aspiración de clase en un teatro donde todos actúan con ropa de outlet, créditos infinitos y viajes caros. Pero detrás del telón, la realidad es cruda: 1/3 de los trabajadores ganan 1 salario mínimo, según el INEGI. La "clase media" mexicana no es un estrato socioeconómico, sino un escudo psicológico contra la humillación.
Cuando los opresores se convierten en modelos
Aquí yace una paradoja perversa: en un país donde el 1% más rico controla el 41.2% de la riqueza (CEPAL), muchos no cuestionan a quienes concentran el poder, sino que los idolatran. Los llaman "emprendedores", "ejemplos de éxito", y hasta "benefactores". Se aplaude al magnate que dona migajas a caridad, pero se ignora que su fortuna se construyó con salarios de hambre, evasión fiscal o monopolios que asfixian a pequeños negocios.
¿Por qué admirar a quienes nos oprimen? Porque el sistema no solo explota, sino que coloniza la mente: nos convence de que la riqueza es sinónimo de virtud y que la pobreza es una falla moral. Así, el empresario que evade impuestos se vuelve un "visionario", mientras el trabajador explotado internaliza su suerte como "falta de mérito". Es un síndrome de Estocolmo social: celebrar a quienes nos encadenan, esperando que algún día nos lancen las llaves.
La trampa de las aspiraciones.
El sistema no solo nos roba el presente, sino que nos vende un futuro ficticio. "Estudia, trabaja y ahorra", dicen, omitiendo que la educación pública está desfinanciada, que los salarios no alcanzan y que el costo de la vivienda crece tres veces más rápido que los ingresos. Aún así, millones se endeudan para comprar celulares de última generación, tomar cursos de "coaching" o imitar estilos de vida de influencers que muestran lujos financiados por publicidad engañosa.
Esta obsesión por aparentar (y negar la pobreza) no es vanidad: es un síntoma de la presión por escapar del estigma. Pero mientras corremos tras espejismos individuales, el sistema desvía la mirada de lo urgente: pensiones dignas, escuelas públicas de calidad, transporte accesible. Nos enseñan a soñar con ser jefes, nunca a organizarnos como trabajadores.
Hacia una solidaridad de clase: romper el espejo del autoengaño
La verdadera liberación comienza cuando dejamos de vernos como "clase media en ascenso" o "pobres vergonzosos" y reconocemos que compartimos una lucha común contra un sistema diseñado para extraer riqueza de muchos y concentrarla en pocos. La solución no está en imitar a los opresores, sino en construir alternativas desde abajo:
- 1. Desenmascarar los mitos: Cuestionar la meritocracia, revelar cómo las fortunas se heredan o se construyen sobre privilegios, y denunciar la evasión fiscal como un robo al bien común.
- 2. Valorar la dignidad sobre el consumo: Orgullo de clase no es tener un auto, sino exigir salud pública; no es viajar a Disney, sino garantizar escuelas dignas para todos.
- 3. Colectivizar las aspiraciones: En lugar de competir por migajas, organizarse por derechos laborales, viviendas populares y sistemas de cuidado comunitario.
Conclusión: Dejar de actuar para empezar a existir
México no necesita más ciudadanos que finjan ser clase media para sentirse humanos. Necesita pueblos que reconozcan su poder colectivo. La pobreza no se supera con créditos ni negación, sino con redistribución, justicia y memoria histórica: recordar que esta riqueza nacional se construyó con manos indígenas, obreras y campesinas, y que por ello debe servirles a ellas primero.
Cuando dejemos de admirar a los explotadores y empecemos a mirarnos entre nosotros, descubriremos que la verdadera ética no está en los bancos, sino en la solidaridad. El sueño no debería ser escalar una pirámide rota, sino derribarla para construir un plano donde quepamos todos.
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