La narcocultura en Tabasco
18/03/2025
Desnormalizar su influencia y rescatar los valores comunitarios.
México es un país de contrastes, donde la riqueza cultural convive con fenómenos modernos que, lejos de enriquecernos, han corroído nuestro tejido social. Uno de estos fenómenos es la narcocultura, un conjunto de símbolos, narrativas y prácticas derivadas del narcotráfico que, con el tiempo, se han infiltrado en la vida cotidiana, incluso en regiones tradicionalmente ajenas a su influencia, como Tabasco. Anteriormente conocido por su folclor, su música de marimba y tamborileo, y su identidad arraigada en el trabajo agrícola y pesquero, hoy enfrenta un desafío silencioso: la normalización de una cultura que glorifica la violencia, el dinero fácil y la impunidad.
Tabasco: entre la tradición y la invasión de nuevos símbolos
Hace décadas, la música en Tabasco era un reflejo de nuestra historia. El sonido de la marimba y los ritmos del tamborilero acompañaban festividades y reuniones familiares. En Villahermosa, el rock nacional y el pop mexicano sonaban en las radios, mientras las aspiraciones juveniles giraban en torno a la educación, el empleo estable o el emprendimiento local. La idea de "éxito" estaba ligada al esfuerzo colectivo: prosperar significaba contribuir al bien de la familia y la comunidad.
Sin embargo, desde principios del siglo XXI, los narcocorridos y la música que exalta al narco (con letras que narran hazañas criminales, lujos y desafío a la ley) comenzaron a ganar espacio. Este fenómeno no es casual: responde a una estrategia de legitimación social del crimen organizado, que utiliza la cultura popular como vehículo para normalizar sus valores. En Tabasco, donde históricamente el narcotráfico no tuvo una presencia fuerte como en el norte del país, la viralización de estas narrativas a través de redes sociales, plataformas digitales y hasta en fiestas locales ha alterado la percepción de lo "aceptable".
La distorsión de las aspiraciones: del trabajo duro a la ilusión de inmediatez
En las clases marginadas de Tabasco, el discurso del "progreso mediante el trabajo" ha sido desplazado por la fantasía de ascenso social rápido que promete el narco. Antes, un joven podía aspirar a aprender un oficio, migrar a ciudades cercanas por empleos formales o estudiar en la UJAT o el Tecnológico de Villahermosa. Hoy, para muchos, el modelo a seguir es el del "jefe" que ostenta riqueza sin esfuerzo, aunque su origen sea ilícito. Esta distorsión es particularmente grave en contextos de pobreza y falta de oportunidades, donde el crimen se presenta como una alternativa viable.
La narcocultura no solo vende la idea del dinero fácil, sino que también rompe con la ética del mérito. En lugar de celebrar al campesino que cultiva la tierra o al estudiante que se gradúa, se idolatra al que "se arriesga" traficando drogas o al que desafía al Estado. Este mensaje cala en una juventud que ve pocas rutas para alcanzar movilidad social, especialmente en zonas rurales de Tabasco y periféricas de la ciudad de Villahermosa, donde el acceso a educación y empleo digno es limitado.
Valores comunitarios vs. individualismo violento
La cultura tradicional tabasqueña se construyó sobre valores como la solidaridad, el respeto a los mayores y la conexión con la naturaleza. Las festividades religiosas, las ferias y las exposiciones ganaderas y agrícolas eran espacios para reforzar estos principios. En contraste, la narcocultura promueve un individualismo agresivo, donde el éxito personal se mide en términos de poder sobre los demás y acumulación material, incluso a costa de la vida ajena.
Este choque de valores tiene efectos concretos: aumenta la tolerancia social hacia la violencia, debilita la confianza en las instituciones y fragmenta el sentido de pertenencia. Cuando un niño canta narcocorridos sin entender su trasfondo, o cuando un adolescente idealiza a figuras criminales, se siembra una semilla de descomposición ética que amenaza el futuro de la comunidad.
Hacia una reconexión con el bien común
Desnormalizar la narcocultura no implica ignorar sus causas estructurales (desigualdad, corrupción, falta de oportunidades), sino combatir su "idealización" mientras se trabajan soluciones de fondo. En Tabasco, esto significa:
1. Recuperar y promover la cultura local: Revalorizar la marimba, el teatro costumbrista y las tradiciones orales como antídotos contra la alienación narcocultural.
2. Educación crítica y empleo juvenil: Implementar programas que enseñen a discernir entre entretenimiento y apología del delito, junto con políticas que generen empleos formales y acceso a la economía formal para emprendedores.
3. Medios y redes sociales responsables: Fomentar contenidos que celebren historias de esfuerzo legítimo y denunciar aquellos que romantizan el crimen.
4. Fortalecer el tejido social: Apoyar a colectivos artísticos, deportivos y comunitarios que ofrezcan alternativas de pertenencia y orgullo identitario.
La narcocultura no es un fenómeno "folclórico" ni un mal menor: es un síntoma de que algo ha fallado en nuestra capacidad para ofrecer esperanzas legítimas. Tabasco, con su herencia de resistencia y creatividad, tiene la oportunidad de liderar un cambio. Se trata de recordar que el verdadero progreso no se mide en billetes, sino en la dignidad compartida de una sociedad que elige el bien común sobre la ilusión efímera del poder violento.
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