Olimpia: entre la realidad y el mito

Dos acontecimientos que, curiosamente, rememoran la historia y los significados de la palabra "Olimpia"

Hoy se ponen en marcha en París, Francia, los Juegos Olímpicos. Es la tercera ocasión que esta emblemática ciudad europea los acoge (antes lo hizo en 1900 y 1924).

Mientras allá tendrá lugar la justa deportiva más importante del mundo, de este lado de Occidente —en Norteamérica— habrá de librarse también una férrea competencia, pero electoral. Una contienda que durante los últimos días cobró un nuevo cariz, derivado del anuncio de la declinación de Joe Biden como posible candidato del Partido Demócrata y la virtual postulación de la vicepresidenta Kamala Harris.

Dos hechos, dos fenómenos noticiosos que copan la atención de millones de personas. Dos acontecimientos que, curiosamente, rememoran la historia y los significados de la palabra "Olimpia". ¿Qué de común tiene esta palabra con los juegos olímpicos, por una parte, y con el rol cada vez más protagónico de una mujer en la carrera hacia la Casa Blanca, por la otra?

Permítame recurrir a sus significados mitológico e histórico para darle sentido:

Quizá sepa que Cronos (Saturno en la mitología romana) era el más joven de los Titanes, hijo de Gea (la tierra) y de Urano (el cielo), a quien destronó para asumir el reino de los dioses. Cronos se casó con su hermana Rea y procrearon seis hijos: Hestia, Deméter, Hera, Hades, Poseidón y Zeus. No obstante, era un padre problemático y paranoico, pues había recibido la advertencia de que su propia descendencia se pondría en su contra, al igual que lo había hecho él con su padre Urano.

Temeroso de verse agraviado por sus hijos, se los tragaba en cuanto nacían. Así lo hizo con los primeros cinco, pero cuando Zeus, su sexto hijo, estaba por nacer, Rea lo alumbró en el silencio de la noche y lo confió a los cuidados de su madre, la tierra. A cambio del bebé, entregó a Cronos una piedra envuelta en pañales para que se la comiera.

Una vez que Zeus creció, le dio a beber a su padre una poderosa sustancia para que vomitara la piedra y con ella a sus cinco hermanos, a quienes condujo a la guerra contra los Titanes. Las hostilidades fueron largas y cruentas, hasta que finalmente Cronos cayó derrotado.

Algunos relatos mitológicos atribuyen a Zeus el inicio de los juegos olímpicos para celebrar su victoria sobre Cronos. Otros subrayan que fueron creados por Hércules como una especie de inmensa ceremonia para celebrar el triunfo de su padre Zeus, de tal modo que las Olimpiadas son un símbolo del poder de lo humano frente a la naturaleza.

Vea usted que para los griegos no eran un simple entretenimiento físico sino apología al triunfo, a la gloria, a la victoria sobre todo aquello que nos somete, evocación que nada tiene que ver con el actual, humilde y popularizado refrán según el cual "lo importante es participar".

El nombre de los juegos, como es de suponerse, proviene de la palabra "Olimpia", en alusión a la antigua ciudad griega que albergaba el santuario de Zeus.

Sin embargo, como planteé al inicio, el término también me hace poner en contexto otra competencia: la electoral en Estados Unidos, con la reciente incursión de una mujer de vigoroso temple, Kamala Harris, quizá la única con posibilidades de vencer a un personaje que en su malsano ego se asume como semidios capaz de esquivar balas.

Olimpia se llamaba la madre de Alejandro Magno, aunque su nombre de soltera fue Polixena, pero lo cambió luego de que un caballo de su marido ganara en una competencia olímpica. A ella se le atribuye un papel determinante para que su vástago cumpliera su destino como triunfador.

Cuando en la antigua Grecia era impensable que una mujer pudiese ser tan astuta, Olimpia fue capaz de valerse de todas sus armas para sobresalir. Fue una mujer excepcional en su tiempo; emergió con fuerza en un escenario histórico hostil, plagado de prejuicios culturales y de género.

Varios estudios históricos la retratan como un personaje de carácter impulsivo, movida por la cólera y el resentimiento contra su esposo Filipo II, rey de Macedonia, a cuya sombra vivió buena parte de su vida. Sin que se escape de los claroscuros, porque hasta de maquiavélica la califican, no está en duda su influyente papel político y su posición hegemónica en Grecia.

Hace un par de años, la escritora Laura Mas presentó la novela histórica "Olimpia" (Espasa, 2022), en la que recupera y ensalza la figura de la progenitora de Alejandro Magno desde su rol como madre y como fémina de imparables objetivos.

Proporciones guardadas, no es que exactamente las virtudes de Kamala emulen las de Olimpia, pero sí se alinean en el interés de imponer las valerosas capacidades de las mujeres para mostrar sus dotes de estratega, enfrentar adversidades y, como ya dije, superar convencionalismos de género.

Celebro, pues, que la coyuntura del inicio de los juegos olímpicos y la cada vez más álgida dinámica electoral en Estados Unidos me hayan permitido ofrecerle —estimado lector— este breve pero suculento platillo mitológico e histórico, con un par de connotaciones que vale la pena profundizar.