Aproximaciones a la sinrazón

En uno de esos acostumbrados recorridos virtuales por las redes sociales, me topé con una imagen que citaba a Bertrand Russell, filósofo británico y Premio Nobel de Literatura en 1950:

En uno de esos acostumbrados recorridos virtuales por las redes sociales, me topé con una imagen que citaba a Bertrand Russell, filósofo británico y Premio Nobel de Literatura en 1950: "Nunca moriría por mis creencias porque, después de todo, podría estar equivocado". Al leerla, reflexioné sobre la cantidad de personas que se confrontan con otras —y hasta se distancian— por defender aferradamente una idea sin cuestionarla. Este fenómeno no solo ocurre en el ámbito personal, sino también en la familia, la escuela, el trabajo, la religión, la política y las relaciones internacionales.

Hoy en día, somos testigos de ejemplos elocuentes acerca de los peligros de imponer nuestras creencias sin dejar espacio al diálogo. Estos ejemplos tienen lugar en todos los niveles: desde el agravamiento del conflicto bélico entre Ucrania y Rusia, que tuvo lugar esta semana, hasta las acaloradas disputas que se dieron sobre la reforma judicial en México o el riesgo de desbordamiento de pasiones que implican las próximas elecciones de delegados municipales en las comunidades de Tabasco. A veces, en lugar de promover el entendimiento mutuo, las confrontaciones alimentan la polarización y dificultan el camino hacia la solución de los problemas.

Nos encontramos inmersos en un clima de pugnas constantes. Es lamentable que el debate político y social se haya transformado en un campo de batalla de egos y posturas irreconciliables, en vez de ser un espacio propicio para el progreso colectivo. La creencia ciega en una "verdad" incuestionable no solo puede conducirnos a la violencia, sino que también abre la puerta a divisiones profundas e irreparables en nuestras sociedades.

A menudo, quienes se aferran a sus ideas lo hacen porque buscan que su visión del mundo se convierta en una extensión de su propia identidad. Perciben cualquier cuestionamiento de sus creencias como una amenaza. Lo curioso es que, en muchos casos, la firmeza con la que defienden sus puntos de vista se basa en información incompleta o sesgada, alimentada por las distorsiones de las redes sociales y los medios de comunicación. Este fenómeno, denominado "burbuja de filtro" (Eli Pariser, 2011), se produce cuando los algoritmos de las redes sociales y los motores de búsqueda ajustan el contenido que visualizamos en línea según nuestros intereses, historial de navegación, preferencias y opiniones ya formadas.

Es fundamental aceptar que no siempre coincidiremos con los demás en todos los temas. El filósofo británico Simon Critchley, en un artículo para " The New York Times", señalaba que nuestras relaciones deben basarse en el principio de tolerancia, entendiendo que siempre existe un espacio intermedio, una "zona gris", donde es posible la negociación y la aproximación.

Enemistarse por el simple hecho de que nuestras ideas no son del todo ciertas es, además de innecesario, contraproducente. El verdadero problema no radica en que nuestras perspectivas sean incorrectas, sino en la rigidez con la que las defendemos. La enemistad surge cuando se antepone la necesidad de "tener la razón" al respeto por los puntos de vista ajenos.

En su "Ética a Nicómaco", Aristóteles sostenía que la forma más genuina de amistad es aquella que se basa en la virtud, por encima del placer o la utilidad. Valoramos a nuestros amigos por quienes son y también por el impulso que nos brindan para ser mejores. Esto implica que, si creemos que un amigo o ser querido está en un error, no deberíamos darle la espalda. Asimismo, nadie debería pensar que cometer errores es algo tan grave como para no afrontarlo con humildad.

Vuelvo a Bertrand Russell: "Si estás seguro de algo, sin duda estás equivocado, porque nada merece una certeza absoluta". Por lo tanto, la convivencia pacífica y constructiva entre diversas ideas y perspectivas solo será viable si nos liberamos de la obsesión por tener la razón. La democracia, el entendimiento mutuo y el progreso humano dependen de nuestra capacidad para dialogar, respetar las diferencias y cuestionar nuestras propias creencias.

LA CUÑA

La razón es buena para engañarse a uno mismo.