Sónar
Las palabras son como un sónar literario, capaces de medir distancias emocionales y acercarnos a los demás.
Conocí a Roberto H. Farías el pasado agosto, en la Feria del Libro de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, gracias a un entrañable amigo en común: Bruno Estañol. Es importante señalar que Roberto y Bruno no solo comparten la profesión, sino también afinidades literarias; ambos son neurocirujanos y destacados escritores.
En ese escenario, rodeados por la cálida presencia de cientos de miles de libros, Roberto tuvo la amabilidad de regalarme su obra "Sónar", una hermosa edición de autor que cautiva los sentidos con su melodiosa voz poética. El título alude, técnicamente, al sistema de navegación y medición de distancia mediante ondas de sonido, una tecnología utilizada para detectar y localizar objetos bajo el agua.
Después de leer detenidamente el libro, decidí llevar a cabo un ejercicio experimental: utilicé la palabra "sónar" como punto de partida para reflexionar sobre algunas lecciones del acto literario, entendido como un proceso de exploración, resonancia y transformación que tiene lugar cuando un escritor se adentra en la creación de personajes, mundos e historias.
El concepto de un "sónar literario" emerge como una metáfora poderosa para describir el proceso mediante el cual la literatura explora, descubre y refleja las realidades internas y externas de la condición humana.
Así como un sónar envía impulsos sonoros para detectar objetos en las profundidades del océano, la literatura lanza palabras al mundo y capta los ecos que revelan verdades ocultas bajo la superficie de la vida cotidiana.
Este fenómeno puede explicarse a través de un par de analogías: por un lado, el impulso inicial representa el acto creativo; por otro, la recepción del eco simboliza la capacidad de interpretar los significados.
En primer lugar, el sónar emite una señal, una onda sonora que viaja hasta encontrar un objeto y después regresa con información sobre su forma, tamaño y ubicación. De manera similar, el proceso creativo en la literatura comienza con un impulso: una idea, emoción o experiencia que el autor desea explorar. El autor envía una especie de "onda literaria" en forma de palabras.
En segundo lugar, cuando la señal del sónar regresa, no solo aporta datos sobre la forma física de los objetos, sino también sobre su profundidad y complejidad. En la literatura, este eco es la reacción de los lectores, quienes, al interpretar el texto desde sus propias experiencias y perspectivas, le otorgan un significado particular.
El eco literario no es uniforme; se fragmenta y transforma al rebotar en las diversas mentes y corazones que encuentran el texto. Así, una misma obra puede resonar de manera distinta para diferentes personas y en distintos momentos históricos, reflejando las múltiples realidades culturales, sociales e individuales de sus lectores.
Obras como "Moby Dick" de Herman Melville o "En busca del tiempo perdido" de Marcel Proust son ejemplos de cómo la literatura puede actuar como un sónar que nos lleva a explorar las aguas profundas de la obsesión, la memoria y la identidad. Estos autores, al igual que Roberto Farías en su libro, lanzaron una "onda literaria" a través de sus palabras. Enviaron "señales" con sus narrativas, no solo para describir eventos, sino para captar la esencia de las emociones humanas, complejas y a menudo esquivas.
Los textos que Roberto nos ofrece poseen un estilo poético y evocador, con un uso deliberado de imágenes y metáforas que sugieren una búsqueda creativa. En términos literarios, nuestro autor destaca por su capacidad de transmitir sensaciones a través de la mezcla de lo sensorial con lo abstracto, o del lenguaje simbólico con el tono lúdico. Una clara muestra de esto se aprecia cuando escribe lo siguiente:
"Mediante un proceso secreto pero no silencioso elaboro por instintos patrones lineales con los caprichos de la memoria y suelto algunos pingos. Froto el sólido ultrasonido del bajo profundo y mezclo la cadencia fluida del teclado con el andante del tambor a una velocidad cómoda. Me salen algunas chiripas. Imito los sonidos de la naturaleza. Los sigo con la mirada. Juego con las voces".
En estos versos, la combinación de expresiones como "caprichos de la memoria" y "patrones lineales" sugiere una fusión entre lo caótico y lo estructurado. Hay un delicado juego entre el control y la improvisación, lo que le otorga al texto un aire de espontaneidad artística. El "yo" que narra el texto se encuentra en un estado de observación activa y respuesta instintiva.
Más adelante, cuando escribe:
"Mi sónar transforma los personajes, / escenifica su historia. / Desintegra las reglas. / Elabora otras nuevas. / Las rompe otra vez", nos invita a la reinvención, ya que en la escritura las nuevas reglas inevitablemente surgen solo para ser rotas de nuevo. En cada ruptura, en cada acto de reconstrucción, el mundo literario se expande y se enriquece. Esa es su propuesta: embarcarnos en un ciclo interminable de creación y navegar por un mar de posibilidades infinitas.
El libro de Rodolfo pone el acento en la importancia de la semiótica del sonido en la literatura, destacando el valor del ritmo y la resonancia. Se trata de atributos fundamentales para impactar a los lectores a nivel sensorial y emocional.
Leemos el libro, lo reelemos, y hacemos que la sonoridad de nuestra voz dote a cada verso de una connotación mágica. Solo hasta entonces, en palabras del propio Rodolfo, nuestra sonrisa puede reflejar que usamos el nervio de la libertad y jugamos con las voces.
A manera de conclusión, reitero lo ya mencionado: la palabra es una especie de sónar literario que nos permite a los seres humanos detectar, identificar y medir qué tan lejos pueden estar las emociones de los otros para poder conectar con ellos.
Cada vez que escribimos, debemos preguntarnos cuán potente y poderoso puede ser un verso para que, como un sónar activo en medio del abismo, haga rebotar nuestros pensamientos como un eco en los mares insondables de la mente y el corazón de los demás.