¿Y de ahí?

La independencia, el patriotismo y el país que queremos

El patriotismo mexicano es intenso, particular. Lo suficiente para que resulte negocio lo que llamaremos la comercialización del sentimiento patriótico. Es una importante oportunidad de ventas la fiesta en que nos disfrazamos de algo que pretendemos que sea mexicano, a pesar de que muchas veces se reduce a un disfraz cuyas prendas bien pueden ser chinas, con una estética vagamente nacional que en realidad no se corresponde con la vestimenta tradicional de ningún lugar específico del país.

Diré que somos buenos patriotas y malos ciudadanos porque me parece que la fiesta de la mexicanidad está mal entendida si no la cuestionamos o aspiramos a entenderla, más aún, cuando la separamos del reclamo y conquista histórica que la hizo posible: la independencia. Podemos hablar de la patria y la historia o de la patria y la política, del disfraz patriotero que es una mala copia de los pueblos originarios tantas veces hechos a un lado, pero quiero hablar de que la independencia también es el derecho a equivocarnos, a disfrazarnos de nosotros mismos mientras mantengamos al menos un grado de honestidad que nos permita distinguir dónde termina la representación de un espectáculo y empieza la expresión de lo nacional.

Una excelente oportunidad para el ejercicio está en el desfile cívico militar de ayer en la plancha del Zócalo capitalino. Lo que yo vi, más que la representación, informe y festejo por parte de las fuerzas armadas, fue una mutua congratulación entre el Ejército y el Ejecutivo. Un precioso desfile tan lleno de elementos representativos de la identidad nacional como de manifestaciones de hecho que pueden ser significativas para quien las sepa leer.

Se refrendó el ideal del cumplimiento del deber como uno de los más nobles ideales patrióticos, apenas unas horas después de que se publicara en el Diario Oficial de la Federación el decreto de la reforma judicial. Es decir, luego que el presidente Andrés Manuel López Obrador se dio el gusto de consolidar con ese decreto la promesa de un país con más y mejor justicia, el Ejército lo saluda a él y a Claudia Sheinbaum con un desfile que bien puede verse también como un festejo para celebrar la continuidad de la Cuarta Transformación.

El decreto de la reforma judicial, que puede consultarse en línea, sin duda responde formalmente a la necesidad manifiesta de que el acceso a una justicia pronta y expedita sea real, con la obligación de que los juicios en el orden federal terminen a más tardar en seis meses, de lo contrario, que se informe y justifique ante el Tribunal Disciplinario. Una buena intención que, como no vaya acompañada de acciones para ampliar capacidad de atención instalada, terminará en la saturación del mismo Tribunal Disciplinario.

Se añadió la propuesta de los Jueces sin Rostro, que no estuvo en el primera iniciativa ni se discutió en los foros, pero terminó por incluir en el texto constitucional que el órgano de la administración judicial podrá resguardar la identidad de los juzgadores en materia de delincuencia organizada. Vale la pena preguntar, en ese sentido, si la reforma también implica que ni siquiera los cuerpos de seguridad federales, incluyendo el Ejército y Guardia Nacional tendrían acceso a la identidad de esos juzgadores dado el caso de que participen, por ejemplo, por haber investigado o detenido al imputado.

Antes de entrar en esos detalles, hay que tener en cuenta que el Poder Judicial Federal actuará de todos los modos jurídicos y técnicos habidos o por haber para defenderse de la reforma, por lo que habrá todavía que esperar a que transcurra todo, incluso intentos de invocar al Sistema Interamericano de Derechos Humanos. En un afán de ir siendo mejores ciudadanos, hay que mantenerse pendientes.

La invocada independencia viene al caso porque me parece necesario aceptar que el proceso legislativo se hizo formalmente bien (a pesar de que fue necesaria la suma de lo peor de la política nacional con Miguel Ángel Yunes). Por lo menos sin fallas tan graves como para que se sostenga que vulnera la voluntad popular. Así, desde junio quedó claro que los mexicanos querían lo que se les ofreció como Plan C, por lo que hay que saber respetarlo y elevar el nivel para acercarnos lo más posible a nuestros nobles ideales patrios.