Poder Político

Forma y fondo

Aún distan exactos 50 días de aquí al 20 de enero próximo para la juramentación y transición de poderes que Donald Trump asumirá por segunda ocasión como presidente de los Estados Unidos de América; un personaje sin oficio que exige el perfil del Jefe de Estado de la nación más influyente en el tablero de la geopolítica. Sin embargo, esas carencias del estadista las suple con sus artes para inspirar un temor atroz hasta tener a merced de su sinrazón en principios a sus vecinos de las fronteras norte y sur, además de socios comerciales; Canadá y a los Estados Unidos Mexicanos.

Ser Presidente de la potencia dominante en el orbe no da en automático una garantía de liderazgo ni la capacidad conciliadora implicada en la genuina política para gestionar las impostergables políticas públicas estructurales para solucionar de raíz problemas históricamente ancestrales; que en lo absoluto no corresponden con el anuncio de imponer aranceles del 25 por ciento a las importaciones procedentes de la región de Norteamérica.

El fenómeno de la migración ilegal, así como el tráfico de drogas con predominio del mortal fentanilo, en origen usado en el sector salud como anestesia, aun cuando representan una gran merma una eventual política pública requiere de un compromiso multilateral, habida cuenta que ninguno de ambos problemas desaparece por decreto ni por una visceral decisión por la coyuntura de un impacto social mediante las disruptivas redes sociales y por los medios periodísticos.

México ni Canadá tienen por qué pagar el costo de una ansiedad del reelegido presidente estadounidense por cumplir a quienes votaron en su favor, compromisos pactados en campaña de prósperos estadios de bienestar, sobre todo a las razas blancas, anglosajonas; entre las cuales no puede contarse por ser paradójicamente de origen migrante.

Atender las causas de las drogas y de los migrantes pasa por gestar justo políticas públicas que involucren a los países de Centro y Sudamérica, además del Caribe con evidentes problemáticas socioeconómicas encallada en una pobreza cada vez más insultante, consecuente con regímenes de gobiernos corruptos, facciosos, autoritarios y dictatoriales como Daniel Ortega en Nicaragua, Miguel Díaz Canel por Cuba y un Nicolás Maduro negado a dejar el mando de Venezuela. Haití es el ejemplo de la miseria superlativa que priva en este territorio.

El Salvador tal vez podría considerarse en un proceso de reconfigurarse, aun con Nayib Bukele que como ejecutivo implementó un régimen radical que incluye la horca a miembros de organización criminal Mara Salvatrucha, aunque no deja de haber migración por escasas oportunidades y violencia.

Costa Rica sería quizás la única excepción entre las naciones del continente que armoniza calidad de vida, con democracia y una clase gobernante conciliadora. Después podría hacerse una distinción de Brasil con Luis Ignacio Lula Da Silva; Gabriel Boris, en Chile y en el caso de Argentina Javier Milei a contracorriente de quienes entronizaron una crisis de gran calado con dicotómicas medidas necesarias e impopulares empieza a encausarla en primer orden a una estabilidad.

La corrupción es el común denominador que le marca a la generalidad de los presidentes y sus facciosos grupos, en donde entre la farsante clase política cogobernante se encubre sin el menor pudor. En la historia reciente sólo Perú ha encarcelado a quienes fueron sus ejecutivos, casos de Alberto Fujimori y Ollanta Humala.

En el contexto de la somera radiografía diagnóstica continental de América, le asiste la razón a los argumentos expuestos por el expresidente Andrés Manuel López Obrador y a Claudia Sheinbaum Pardo cuando en las reuniones bilaterales con Donald Trump y Joe Biden plantean la urgencia de atender las causas de raíz, que de Norteamérica se extiende a Centro y Sudamérica.

Con puntualidad exponen que para combatir el tráfico de fentanilo y demás drogas, así como la crisis migratoria a la que se suman de otras latitudes, se requiere dar atención a la situación socioeconómica y política también continental, sustentada en una política pública integral.

En el caso Mexicano no se trata proveer armamento, como se estableció en la Iniciativa Mérida, para combatir las drogas; hay también que diseñar un plan global para desterrar de inicio ambos problemas que escalan cada vez más.

Bitácora

El Sueño Americano es un mito, aún más para los ilegales quienes como única opción tienen la explotación en el campo con salarios castigados, sin seguridad social, sin satisfactores de bienestar, y habitando en el hacinamiento. Esta es una realidad de sufrimientos al privarse para poder enviar algo de remesas a sus familias.

eduhdez@yahoo.com