Panorama de la violencia en México.
10/04/2025
Las raíces profundas de la violencia y el camino hacia la Paz
La violencia en México no es un estallido repentino. Es un árbol viejo, de raíces profundas, sembrado con siglos de despojo, desigualdad y abandono. Sus ramas se extienden desde el hogar hasta las instituciones, desde el acoso escolar hasta las desapariciones forzadas, y sus frutos —dolor, miedo, desconfianza— envenenan todas las etapas de la vida. Para entenderla, no basta con mirar los titulares: hay que reconocerla como un síntoma de un país cuya promesa de justicia y bienestar fue traicionada. Un sistema económico deshumanizante, un Estado que abandona y una sociedad que, anestesiada, ha aprendido a convivir con la barbarie.
INFANCIA: SEMILLAS EN TIERRA ÁRIDA
Muchos niños en México aprenden la violencia antes que a leer. El primer golpe llega en casa, disfrazado de "corrección". En la escuela, el recreo puede interrumpirse por una balacera. En la calle, la infancia se diluye entre el trabajo precoz, la pobreza y el miedo. Las niñas, además, enfrentan una violencia específica, silenciosa y brutal: tan solo en un año se reportaron más de 600,000 delitos sexuales contra menores. Imaginemos los que nunca se denuncian. Aquí no hay inocencia protegida: solo sobrevivencia temprana.
ADOLESCENCIA: IDENTIDADES ROTAS EN EL FILO
La adolescencia, que debería ser una etapa de exploración, se convierte en un campo minado. A los jóvenes varones se les ofrece un arma antes que un empleo. El crimen organizado los seduce con la promesa de pertenencia que la escuela o la familia ya no pueden ofrecer. Las adolescentes enfrentan otro campo de batalla: los feminicidios y las autolesiones son de las principales causas de muerte no accidental entre mujeres de 15 a 19 años. La violencia se camufla de piropo, de chantaje emocional, de acoso constante. Crecen bajo la sospecha, la criminalización, la soledad. El sistema no los cuida: los estigmatiza y los abandona.
EDAD ADULTA: VIVIR CON MIEDO COMO RUTINA
La violencia envejece con nosotros. México registró más de 43,000 homicidios en un año; la mayoría, hombres jóvenes. Las mujeres viven el peligro diario en el hogar, en el transporte, en el trabajo. La pandemia de feminicidios es solo el síntoma más visible de un orden que las cosifica y las desecha. Y frente a todo esto, la respuesta oficial se reduce a discursos bélicos, soluciones parciales y políticas que no transforman las condiciones de fondo: un modelo económico que precariza la vida y reproduce el miedo.
VEJEZ: EL SILENCIO COMO ÚLTIMA HERIDA
En la vejez, la violencia adopta el rostro del olvido. Pensiones que no alcanzan, familias fragmentadas, barrios inseguros. Muchos adultos mayores viven encerrados, no por voluntad, sino por miedo. Otros mueren en soledad, sin justicia, sin duelo, como si su historia se esfumara en el anonimato de una estadística más.
Desmontar la violencia, reconstruir lo común
Aunque por dedazo presidencial se haya declarado el fin del neoliberalismo, lo cierto es que este sigue vivo y operando bajo nuevas formas. Porque el neoliberalismo no es solo una política de Estado; es una lógica económica profundamente arraigada en las estructuras del país.
Privatizó la esperanza: desmanteló la salud, la educación y la vivienda, mientras nos vendía la idea del "sálvese quien pueda". Los gobiernos han sido cómplices —antes y ahora—, improvisando desde el control punitivo, sin tocar las raíces de la injusticia.
Y como sociedad, también tenemos deudas: hemos normalizado la corrupción, culpabilizado a las víctimas y preferido el consuelo del individualismo a la incomodidad de la responsabilidad colectiva.
Pero la paz no será resultado de más armas ni de retórica hueca. Requiere transformar la raíz: políticas públicas centradas en los derechos, no en las ganancias. Escuelas que eduquen para la empatía y no para la obediencia; atención a la salud mental como parte de lo esencial; empleos dignos que dignifiquen la vida.
Requiere un Estado presente, pero también una ciudadanía activa, que no solo observe, sino que construya.
¿Cómo empezamos? Educando con el ejemplo. Desmontando estereotipos. Acompañando a las víctimas. Exigiendo cuentas, sin caer en el linchamiento. Nombrando las violencias, pero también las resistencias que día a día florecen: maestras que contienen, vecinos que cuidan, jóvenes que organizan, familias que luchan.
Porque la violencia no es solo el problema de "otros": es una herida compartida. Y la paz —la verdadera paz, no la que se impone con miedo— solo puede nacer del encuentro, de la justicia, del compromiso común.
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