Más allá de Ucrania y Venezuela

La lucha por el orden mundial del siglo XXI

En 2024 existen varios frentes de conflicto en diversas zonas del mundo. La guerra en Ucrania, el genocidio de Israel contra la población gazatí, la tensión entre Irán e Israel, la lucha de intereses en Venezuela, entre otros menos visibilizados por ser de países remotos, como el conflicto en Sudán, la guerra entre Armenia y Azerbaiyán por el enclave del Nagorno-Karabj, la crisis del Sahel, la guerra civil en Yemen, etc. De acuerdo con el Índice de Paz Global, elaborado por el Instituto para la Economía y la Paz, en 2024 hay 56 conflictos en curso, con cerca de 92 países involucrados. Esto significa que casi la mitad de los países del mundo está involucrado, directa o indirectamente, en un conflicto, y por si fuera poco, la cifra de 56 conflictos en curso es la más alta desde la Segunda Guerra Mundial.


Aunque cada conflicto tenga sus tenores y contextos locales, muchos de ellos (sino es que todos) están influidos por la geopolítica del siglo XXI, el declive relativo de Estados Unidos, el ascenso económico de China, el regreso de Rusia como potencia global, el auge de los BRICS, la lucha por minerales estratégicos, etc. Pero ¿cómo se unen todos estos hilos? Para ello es necesario entender dos conceptos claves: el orden mundial y el balance de poder. 


En Relaciones Internacionales y geopolítica se suele utilizar el concepto de orden mundial para ilustrar el estado del mundo en un tiempo y momento específico. También se utilizan sinónimos como sistema internacional u orden internacional. A grandes rasgos, los tres conceptos se refieren a lo mismo: la organización de los Estados generada por sus diferencias de poder. Y es que esto es una ley de la ciencia política: los Estados son iguales en soberanía, pero diferentes en capacidades, por ende, si un Estado tiene mayor capacidad que otro, en un área específica, tendrá mayor poder y esto le permitirá influir más en la política internacional. Por ejemplo, Estados Unidos aprovecha su capacidad económica para influir en la economía global mediante el dólar americano. China intenta lo mismo, a partir de su capacidad comercial y financiera. En sí, el poder sirve para que los Estados promuevan sus intereses e influyan en el mundo.


A lo largo de la historia han existido muchos órdenes mundiales. Y no, no se trata de ninguna teoría de la conspiración, sino de una teoría de las Relaciones Internacionales que sugiere que los Estados tienden a competir contra otros, por múltiples intereses. Y en esa lucha de poder se crean conflictos. En cada conflicto se altera el balance de poder, un grupo se beneficia y otro sale perjudicado, y en esos cambios surgen nuevas estructuras de poder. Por ejemplo, cuando el Imperio Romano era el poder central de Europa, controlaba el comercio, se había extendido el latín como lengua “oficial” y tenían el ejército más numeroso de la época. Hasta que sucumbió ante el azote de los pueblos bárbaros y Atila el Huno. 


También, cuando el Imperio Romano de Oriente colapsó frente al avance de los turcos-otomanos se generaron múltiples cambios geopolíticos. El principal fue el cierre del estrecho de los Dardanelos, que conecta el Mar Mediterráneo con el Mar Negro, y así Europa se vio obligada a buscar otras rutas marítimas de comercio, que eventualmente derivaron en el encuentro de los dos mundos (Europa y América). Otro cambio fue el auge del Islam en la zona, que difundió el árabe como lengua “oficial”. Y cuando el Imperio Napoleónico se extendió por casi toda Europa, el francés era la lengua “oficial” y Francia era la potencia que lideraba el continente, hasta que Napoleón fue derrotado por la Séptima Coalición y el Congreso de Viena re-organizó Europa. 


YA NO HAY PODER ÚNICO


¿Y ahora qué está pasando en el siglo XXI? ¿y qué pasará? El orden internacional de esta época proviene de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial quedaron dos grandes superpotencias: Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Es decir, había un orden mundial bipolar, porque estos dos países configuraban la geopolítica de la última mitad del siglo pasado. Este sistema bipolar se mantuvo hasta la década de los noventa, cuando la disolución de la URSS derivó en el colapso del bloque socialista-soviético y Estados Unidos quedó como el único poder indiscutible. En geopolítica, a este momento se le conoce como “el momento unipolar”, porque solo existía un gran polo de poder y los demás Estados aún no tenían la capacidad para disputarle la hegemonía a los Estados Unidos. 


Pero eso ya cambió. Ahora China es una potencia económica, Rusia supera la capacidad militar de Estados Unidos, al menos en misiles hipersónicos. El petróleo ha convertido países chicos o medianos en potencias regionales, como Irán, Arabia Saudita y Venezuela. Irán ya no está muy lejos de conseguir la bomba atómica, Corea del Norte ya cuenta con este armamento nuclear y lo usa para influir en la política regional. Es decir, el balance de poder se ha alterado, porque varios Estados han aumentado sus capacidades económicas, tecnológicas y militares. Así, Estados Unidos ya no goza de ser el único polo de poder, y aunque sí, sigue siendo un país influyente, ya no es el único.


Ahora el orden internacional del siglo XXI está en disputa. Está en una etapa que se conoce como “interregno”, o sea, la etapa de transición de un sistema a otro. No se sabe cuál será el futuro del orden internacional, si será desdolarizado o no, si será multipolar o tripolar, si el chino será el nuevo inglés o si será policéntrico. Lo único seguro es que estamos en esta etapa de transición del declive relativo de Estados Unidos, hacia la construcción de un nuevo orden mundial. Como alguna vez dijo Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Y los monstruos son esos 56 conflictos geopolíticos en curso.