Villahermosa: florecer en competitividad
Seguramente recordará las incontables veces que, en sus años de escuela, trabajó en equipo para presentar un proyecto.
¿Se sintió alguna vez frustrado porque su esfuerzo fue mucho mayor que el de sus compañeros y, sin embargo, todos obtuvieron la misma calificación, ya fuera alta o baja?
Este sentimiento de inequidad nos invita a reflexionar sobre la competitividad: un concepto que, dependiendo de su interpretación, puede parecer una suma de fortalezas, una motivación para mejorar o un elemento que coloca a un grupo en una posición específica frente a los demás. Lo cierto es que la competitividad no solo influye en el rendimiento de los equipos, sino también en el destino de las ciudades y naciones.
Recientemente, el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), un centro de investigación apartidista y sin fines de lucro, presentó el Índice de Competitividad Urbana (ICU) 2024. Este informe, que evalúa 66 ciudades a partir de 35 indicadores agrupados en seis subíndices (economía e innovación, infraestructura, mercado de trabajo, sociedad y medio ambiente, derecho y sistema político), revela el desempeño de las urbes y traza los retos que enfrentan en su camino hacia el progreso.
Entre los resultados sobresalientes encontramos el segundo lugar de Villahermosa en el rubro de ciudades con poblaciones de entre 500 mil y un millón de habitantes. Leyó bien: ¡segundo lugar! Este logro resulta aún más destacado si consideramos la evolución de la capital tabasqueña en este índice: en 2020 estaba en el lugar 19; en 2021 subió al 13; en 2022 escaló al 8 y, el año pasado, alcanzó el puesto 6. En tan solo cuatro años, Villahermosa ascendió 17 posiciones, lo cual es un testimonio del esfuerzo colectivo que impulsa su desarrollo.
¿Pero qué significan los resultados del ICU para la población, que en muchos casos no está familiarizada con estos indicadores? Para entenderlo, desglosemos, como quien explica algo "con manzanas", lo que implica la competitividad.
El IMCO define la competitividad como la capacidad de un país, un estado o una ciudad para generar, atraer y retener talento e inversión, elementos cruciales que disparan la productividad y el bienestar de sus habitantes. Por su parte, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe sostiene que un lugar es competitivo cuando logra gestionar sus recursos y competencias de tal forma que no solo incrementa la producción de sus empresas, sino que también mejora la calidad de vida de sus ciudadanos.
Ambas definiciones coinciden en un punto esencial: la competitividad no es solo un asunto de productividad económica. En el fondo, su objetivo último es el bienestar de la comunidad. Es decir, cualquier esfuerzo por aumentar la competitividad debe estar orientado a mejorar las condiciones de vida de la gente.
Por ejemplo, cuando se mide la competitividad de una ciudad, un inversionista tiene una herramienta valiosa para tomar decisiones más informadas sobre dónde establecer un negocio. A largo plazo, esa inversión puede generar empleos y contribuir al crecimiento económico, lo que redunda en un mayor bienestar para la población.
Este tipo de mediciones no deben subestimarse. Los índices de competitividad funcionan como faros que orientan tanto las políticas públicas como las decisiones empresariales, y dejan claro cómo, a través de un esfuerzo coordinado entre el gobierno, la iniciativa privada y la sociedad civil, se puede forjar un futuro más próspero.
En conclusión, la competitividad va más allá de simples cifras; está profundamente ligada a la capacidad de mejorar el bienestar de las personas. Una ciudad competitiva es, en última instancia, una ciudad sostenible, productiva y capaz de generar crecimiento inclusivo. Por supuesto, no se trata de lanzar las campanas al vuelo, pero los avances son evidentes. Al final, como en un proyecto escolar, la clave reside en el trabajo colectivo, donde cada miembro del equipo debe aportar lo mejor de sí mismo para asegurar el éxito común.