La ceguera de los improvisados
21/03/2025
En la era de la inmediatez y la sobreinformación, cada día aparecen supuestos expertos en todos los ámbitos del conocimiento.
En la era de la inmediatez y la sobreinformación, cada día aparecen supuestos expertos en todos los ámbitos del conocimiento. Sin reparo alguno, estos individuos se convierten en economistas en las crisis, epidemiólogos en las pandemias, politólogos en las elecciones, ingenieros hidráulicos en las obras de agua y jueces en los escándalos. No importa la disciplina ni la complejidad del asunto: hablan con absoluta certeza, disparando palabras como si fueran verdades irrefutables. No razonan, pontifican. No investigan, improvisan.
Este coro disonante de opinadores compulsivos causa un daño profundo a la sociedad, pues ahoga las voces reflexivas con el bullicio de conjeturas infundadas. En lugar de contribuir a la construcción del conocimiento, siembra confusión y amplifica prejuicios. La sabiduría, sin embargo, no se construye sobre la ligereza del presentimiento ni la comodidad de la afinidad ideológica, sino sobre el rigor del estudio y la paciencia de la observación.
Al respecto, vale la pena evocar un cuento antiguo: "Los tres príncipes de Serendip y el camello muerto" (la primera versión escrita data de 1302 d.C. y se encuentra en "Los ocho paraísos", del poeta indopersa Amir Khusrow). Confieso que lo recordé al leer el interesante artículo que la antropóloga y ensayista Natalia Mendoza publicó en la reciente edición de marzo de la revista "Nexos". Por razones de espacio, ofrezco aquí una versión resumida del relato, con la recomendación de que, más tarde, puedan disfrutarlo en su totalidad:
En la mítica tierra de Serendip (actual Sri Lanka), el sabio rey Giaffer educó a sus tres hijos con los mejores tutores, asegurándose de que dominaran ciencia, lengua, filosofía y otras disciplinas esenciales para un buen gobierno. Sin embargo, quiso poner a prueba su verdadera capacidad de juicio, así que, fingiendo estar decepcionado de ellos, los desterró de su reino.
Durante su viaje, los príncipes se encontraron con un camellero angustiado por la pérdida de su animal. Aunque nunca lo habían visto, describieron con precisión sus características: el camello era ciego de un ojo, le faltaba un diente, cojeaba, cargaba miel y mantequilla y, además, llevaba a una mujer embarazada en su lomo.
El camellero, convencido de que los jóvenes lo habían robado, los denunció ante el emperador Beramo, quien los condenó a muerte. No obstante, justo antes de la ejecución, el camello apareció, demostrando su inocencia. Sorprendido, el emperador les pidió que explicaran cómo habían deducido con tanta precisión los detalles del animal.
El primer príncipe explicó que la hierba solo estaba comida de un lado del camino, lo que indicaba que el camello era tuerto. El segundo notó que los restos de hierba masticada eran demasiado grandes, lo que delataba la falta de un diente. El tercero observó que las huellas del camello mostraban un patrón irregular, lo que revelaba su cojera.
Los otros detalles también tenían una explicación lógica: el rastro de hormigas en un lado del camino indicaba que el camello cargaba mantequilla, y la presencia de moscas en el otro lado sugería que transportaba miel. La huella de una mujer cerca de un área donde el camello se había arrodillado, junto con ciertas marcas en la tierra, delataba la presencia de una pasajera embarazada.
El emperador, maravillado por su capacidad de observación y deducción, les ofreció un lugar de honor en su corte.
Este relato, recogido en diversas versiones a lo largo de la historia y adaptado por autores como Voltaire en su novela "Zadig", ilustra la importancia de la razón frente a la especulación. Los príncipes no formularon sus juicios a partir de suposiciones infundadas ni emociones pasajeras, sino mediante la observación meticulosa y el análisis deductivo.
Hoy, en tiempos donde la verborrea vacía ha sustituido a la reflexión, esta historia es más relevante que nunca. Antes de emitir juicios o formar opiniones, la investigación rigurosa y el pensamiento crítico deben prevalecer sobre la especulación y el sesgo personal. No hacerlo es perpetuar la ignorancia disfrazada de conocimiento y contribuir al ruido ensordecedor que impide que las verdades, como el camello perdido, sean finalmente encontradas.
CANDILEJAS
El título del cuento dio origen a la palabra "serendipia", del vocablo inglés "serendipity", que designa el descubrimiento casual de un misterio, pero en el que, lejos de lo accidental, intervienen las capacidades de observación, la inteligencia y la sagacidad.
La razón abre las puertas del entendimiento para comprender el mundo, y la sabiduría enciende las luces que disipan la oscuridad.
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