Desde la geopolítica
27/03/2025
Desde la geopolítica
En la edición anterior, planteé que la guerra en Ucrania parece delinear el nuevo orden mundial tripolar. Las primeras conversaciones de paz han sido lideradas por la Rusia de Putin y los Estados Unidos de Trump. Esta dinámica ha generado un gran descontento en Europa, mientras que en Ucrania, la exclusión de las negociaciones iniciales ha sido motivo de mayor indignación. En este ajedrez geopolítico, Trump negocia con Putin, pero falta otro actor: China.
A pesar de la guerra comercial y arancelaria entre China y Estados Unidos, Trump ha insinuado la posibilidad de reunirse con Xi Jinping en "un futuro no muy lejano". Así también lo reveló The Wall Street Journal¸ al mencionar que Washington estaría preparando una cumbre diplomática para junio. Esto sería un punto de inflexión para ambos países y podría llevar también a un reinicio de la relación bilateral China – Estados Unidos.
Un detalle curioso es que ambos presidentes cumplen años con tan solo un día de diferencia: el mandatario chino el 15 de junio y Trump el 14. Si consideramos la diferencia horaria entre Washington (UTC-4) y Pekín (UTC+8), existe un escenario en el que ambos líderes podrían estar celebrando su cumpleaños al mismo tiempo. Por ejemplo, si Xi Jinping viaja a Washington y se reúne con Trump el 14 de junio a las 12:00 p. m. (UTC-4), en China serían las 00:00 del 15 de junio. ¿Casualidad o un gesto de crono-geopolítica meticulosamente calculado? En política todo comunica, y en geopolítica aún más. Aquí, la crono-geopolítica, entendida como la utilización estratégica del tiempo y las fechas para enviar mensajes políticos, podría estar operando.
Si esta cumbre se materializa, las piezas del tablero global podrían reconfigurarse. Y esto no es menor, tan solo analicemos este escenario:
1. Un acuerdo entre Trump y Putin implicaría un "reinicio" diplomático, que traería consigo una nueva etapa de cooperación o distensión.
2. Un acuerdo entre Trump y Xi, ya sea en materia comercial o tecnológica, reduciría la conflictividad económica entre ambas potencias.
De lograr ambos pactos, Trump eliminaría los dos principales frentes de confrontación de Washington—la competencia con China y la contención de Rusia— y así se estaría consolidando el orden mundial tripolar, que se vislumbra en el horizonte. Las viejas alianzas cambiaron y los viejos enemigos, podrían dejar de ser antagonistas en esta nueva reconfiguración del poder global.
Y surge la pregunta ¿Será esta etapa diferente a las demás? En principio, sí. En la forma, el sistema internacional contaría con tres grandes polos de poder. Sin embargo, en el fondo, parece seguir la misma lógica de confrontación imperial que ha caracterizado a las relaciones internacionales a lo largo de la historia. Los imperios compiten por vasallos, recursos estratégicos y zonas de influencia. Esa lógica, desafortunadamente no ha cambiado.
En la antigüedad, Roma y Cartago disputaron el control del Mediterráneo. En la Grecia clásica, Esparta y Atenas se enfrentaron en la Guerra del Peloponeso. En la era napoleónica, Francia, Prusia y el Reino Unido compitieron por la supremacía en Europa. Hoy, China, Estados Unidos y Rusia rivalizan por el dominio de recursos estratégicos como las tierras raras y por el liderazgo en las tecnologías del futuro: la computación cuántica, la inteligencia artificial, el 6G, entre otros. En esa pugna se inscriben sus proyectos geopolíticos, donde cada movimiento es una jugada en el tablero del poder global.
Por eso, quizá debamos hablar de tri-imperialismo más que de tripolaridad. Después de todo, estos grandes polos de poder se consolidan a partir del establecimiento de zonas de influencia y del control de recursos estratégicos. Desde esta perspectiva, no estamos presenciando una ruptura con el pasado, sino una nueva etapa de la misma lucha imperial entre los Estados, donde el mercado, lejos de ser un espacio de libre competencia, se convierte también en un instrumento de dominación geopolítica. En este contexto, la pregunta clave no es solo quién ganará la partida, sino cómo las decisiones tomadas hoy moldearán el equilibrio de poder global en las próximas décadas y sobre todo, surge otra cuestión ¿cuál será la postura de México frente a los nuevos cambios?
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