Carlota: del imperio a la pistola.
11/04/2025
la verdadera historia de Carlota.
Aunque no era mexicana de nacimiento, pocas figuras femeninas vinculadas a la historia de nuestro país resultan tan complejas y sorprendentes como Carlota de Bélgica, aquella emperatriz que, contra todo pronóstico, no vino a jugar a las muñecas al nuevo mundo. Mientras Maximiliano de Habsburgo dudaba entre la diplomacia y los jardines de Chapultepec, Carlota tejía redes de poder, negociaba con emperadores europeos, gobernaba como regente cuando su esposo se ausentaba y se paraba en el Vaticano a exigir respaldo para el trono que —según ella— le correspondía defender con uñas y lengua afilada.
No era una simple consorte con peinados raros: Carlota tomó decisiones de Estado, redactó cartas diplomáticas, habló cinco idiomas (porque uno no bastaba para hacer temblar cancillerías), y llegó a decirle a Napoleón III lo que nadie se atrevía. Es decir: era una mujer con pantalones en un tablero de hombres de porcelana.
Y aunque la historia oficial la encerró en la etiqueta de "la loca del castillo", hay que mirar más allá del colapso mental en Roma. Porque antes del derrumbe, hubo determinación. Antes del aislamiento, hubo estrategia. En pleno siglo XIX, Carlota ya representaba un tipo de empoderamiento femenino que incomodaba, desafiaba y sacudía los cimientos del orden patriarcal.
Con las debidas reservas —dadas las malas costumbres de tildar de "antipatriotas" a quienes se apartan del guion oficial—, la figura de esta mujer europea incomodaba porque rompía con los estereotipos establecidos. No fue mártir, ni santa, ni tirana. Fue una mujer que decidió pensar, hablar y actuar por sí misma; gesto que, en su tiempo, era una forma de rebeldía que muchos preferían etiquetar como locura antes que admitir como un acto de autonomía.
Hoy, en el primer cuarto del siglo XXI, otra Carlota irrumpió en los medios con una difusión inusitada. No porta corona, pero sí una pistola. Es la adulta mayor de Chalco que disparó contra dos hombres que —según sus propias palabras— invadieron su propiedad. Internet estalla: unos la aplauden como defensora del hogar, otros la acusan de exceso. El país se divide entre quienes la llaman heroína y quienes la señalan por haberse pasado de la raya. Y mientras el meme vuela, resuena una verdad incómoda: las mujeres en México siguen luchando por el derecho a decidir, defenderse y ser escuchadas, sin quedar reducidas a la caricatura de "histéricas", "locas" o "exageradas".
En modo alguno debe hacerse apología de la violencia, y menos cuando la decisión de una persona —sin importar género o edad— priva de la vida a otra en nombre de un supuesto derecho. No obstante, cabe preguntarse hasta qué punto un entorno dominado por la violencia erosiona la sensatez, y cómo el abandono institucional orilla a muchas mujeres a reaccionar no desde la elección, sino desde la desesperación.
La analogía puede parecer burda, pero ambas "Carlotas", la del siglo XIX y la del WhatsApp del barrio, tienen algo en común: se negaron a quedarse calladas. Una viajó sola a Europa para intentar salvar un imperio. La otra, en su realidad distorsionada, empuñó un arma para convertirse en homicida en nombre de lo que consideraba suyo. Una blandió la palabra; la otra, la pistola. ¿Exageración? Tal vez. ¿Reacción legítima? No es mi papel juzgar, pero no estaría mal preguntarle a cualquier mujer que haya tenido que enfrentarse sola al abuso o la incredulidad.
En tiempos en que las mujeres mexicanas siguen exigiendo autonomía sobre sus cuerpos, sus hogares, sus ideas y su futuro, volver a Carlota —la del siglo XIX, claro— no es mirar al pasado, sino reinterpretar lo que significa ejercer el poder desde lo femenino.
La emperatriz no fue perfecta ni popular. Pero sí fue libre. Y eso, en cualquier siglo, se paga caro.
CANDILEJAS
Carlota no nos dejó una república ni una reforma, pero sí dejó un precedente: el de una mujer que no esperó permiso para actuar. Si hoy viviera, de seguro ya tendría su propio canal de YouTube sobre geopolítica, un club de lectura dedicado a Kant y un par de demandas por haberle dicho sus verdades a algún político de mirada turbia. Y tú, ¿qué Carlota quieres ser?
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