¡Oh, Capitán, mi Capitán! (II)

EN LA PRIMERA PARTE DE SU TEXTO EL AUTOR REMEMORA SU RELACIÓN CON EL PADRE BIOLÓGICO, PERO TAMBIÉN CON AQUELLOS QUE LAS CIRCUNSTANCIAS LO HAN PUESTO JUNTO A PERSONAS QUE HAN DADO CALOR, AMOR Y CONSEJOS. Y PROSIGUE:

UN GRAN TIPO

A LAS 5 DE LA MAÑANA salía de casa. Se iba a la Plaza Allende de Matamoros, tomaba café con pan en la Jarochita, que estaba enfrente. Y luego se quedaba a platicar una media hora en la plaza con amigos para  luego irse cada uno al trabajo propio del día. Era como un ritual de hacer comunidad. De allí se iba caminando unas veinte cuadras para llegar a su área de trabajo. Muy conocido en esa colonia como Don Juanito. "Me pasó a saludar tu novia", me decía algunas veces por la tarde. Y agregaba algo más sobre la descripción de ella, destacando la sencillez, la empatía. Cuando niño, dejaba cerca de mi cabecera pan de dulce para que lo alcanzara yo semidormido. Y en el silencio  de la madrugada se me escuchaba masticar el pan. Y me llevaba al cine Popular una vez por semana.

"ES UN GRAN TIPO mi viejo", dice la canción de Piero. Yo cuando me miro al espejo, lo miro a él. Cuando me pongo mis zapatos me digo: estos son tus zapatos, Juan. Y a veces lo sueño. Siempre en paz y tranquilidad, satisfecho del deber cumplido. En esos sueños vamos caminando por la colonia donde trabajaba. Me abraza. Nos abrazamos. Y vamos platicando sin destino fijo, en la ruta de la camaradería. Y cuando ahora platico con mi hermano mayor  en la sala de la casa de la infancia, y de pronto él se levanta para acomodar mejor la televisión, parece que a quien miro es a mi padre. Se lo digo y ríe.  Vamos siendo los mismos. Yo estoy más grande de la edad que él tenía cuando yo era niño. Esto lo escribo como ejemplo de lo que somos en este peregrinar, transitar y vivir la vida.

SUS ÚLTIMOS AÑOS se autojubiló. Y salía a las 6 de la mañana a desayunar con cada una de sus tres hijas cercanas. Una cada día de martes, jueves y sábado. De allí se regresaba caminando unas 8 cuadras a su casa de siempre. O le echaban el raid. Era una ruta y una rutina. Y dos o tres veces a la semana iba entusiasmado a comprar tacos a una cuadra de la casa, aunque no tuviera hambre, solo porque la vendedora siempre le chuleaba el color de sus ojos, le sonreía y guiñaba un ojo. Y por las tardes se sentaba fuera de la casa y saludaba con piropos decentes a las señoras sonrientes qué pasaban y le saludaban. "Buenas tardes, guapa", les respondía. O linda. Bonita. Belleza.

ES LA MAÑANA del 13 de abril. Son las 9 de la mañana. Es 2016. Recibo una llamada desde Holland, Michigan. Una sobrina: "Parece que atropellaron al abuelo. ¿Qué sabes, tío?", me dice. Yo no sabía nada. Así que traté de comunicarme a Matamoros. No entró la llamada. "No ha de ser grave", me dije tratando de convencerme. Me ocupé en el trabajo esa mañana. Al mediodía me confirmaron lo del accidente. Y que había muerto en el hospital. Tenía 87 años. Luego de cumplir su misión, voló a su morada de armonía y de paz. 

UNA DE SUS NIETAS escribió una carta durante el velorio. Y la metió en el ataúd. Y yo este poema leí antes de que bajara su ataúd para ser recibido a la gloria de la tierra: "¡Oh capitán, mi capitán!/ Levántate y escucha las campanas,/ Levántate, para ti flamea la bandera,

Para ti suena el clarín,/ Para ti los ramilletes y guirnaldas engalanadas,/ Para ti la multitud se agolpa en la playa,/ A ti llama la gente del pueblo,/ A ti vuelven sus rostros anhelantes,/ ¡Oh capitán, padre querido!

¡Que tu cabeza descanse en mi brazo!/ Esto es sólo un sueño: en la cubierta/ Yaces muerto y frío./ Mi capitán no responde,/ Sus labios están pálidos e inmóviles,

Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad,/ El navío ha anclado sano y salvo;/ Nuestro viaje, acabado y concluido,/ Del horrible viaje el navío victorioso llega con su trofeo,/ ¡Exultad, oh playas, y sonad, oh campanas!/ Mas yo, con pasos fúnebres, recorreré la cubierta donde mi capitán/ Yace muerto y frío." (Fragmento del poema Mi capitán, de Walt Whitman).