La Nueva Jerusalén y el forastero
La llamada Nueva Jerusalén, cuyo nombre sobresalía en la parte de arriba. Y de un punto central de la izquierda, fuera del plano, por lo que no se alcanzaba a ver
YO ERA EL NIÑO aquel que a los 8-9 años se quedaba absorto ante la reproducción grande de una pintura, quizá del medievo, edad del oscurantismo. El área de la casa donde estaba era una habitación grande con dos camas y un sillón viejo comprado de segunda mano, que al sentarme me quedaba de frente el cuadro. La imagen sobresalía -entre almanaques que mi padre coleccionaba- como una lección gráfica de moral que sin palabras nos indicaba el camino a seguir en la vida: el angosto y difícil de la santidad o el ancho y fácil (según) de la vida mundana. Antes de salir a la escuela, pasaba por allí y miraba la imagen. Al regresar, lo mismo. Si iba a la iglesia a misa, donde fungí como monaguillo, igual. La verdad que yo no quería ir al infierno; me daba terror el fuego eterno.
EL CUADRO ES UNA VIEJA REPRESENTACIÓN de la llamada Nueva Jerusalén, cuyo nombre sobresalía en la parte de arriba. Y de un punto central de la izquierda, fuera del plano, por lo que no se alcanzaba a ver, salían dos columnas de seres humanos: una dirigida en declive hacia la esquina derecha inferior, que serían quienes van por el camino equivocado, y otra, que sale del mismo punto y va en ascenso hacia la esquina superior de la derecha, que son los bien portados.
ESTO LO VINCULO CON LA NOVELA que estoy releyendo ahora: "El forastero misterioso", del escritor estadounidense Mark Twain. En esta, luego de las descripciones del lugar donde se desarrollan los sucesos, y que hay dos sacerdotes, uno bueno y otro malo, quienes ofician misa y participan en dicho pueblo, con sus casas y castillos, pero que el pueblo confía más y quiere más al cura malo, y el bueno cae en desgracia, tiene una casa hipotecada y está a punto de perderla, un grupo de muchachos están descansando en un camino, y se acerca de pronto uno de su edad forastero y trata de hacerles plática. Y ellos están reticentes a aceptarlo por no ser del pueblo, forastero ya se dijo. En un momento uno saca cigarros para empezar a fumar, pero no tienen cerillos. Y el forastero se le acerca y con un chasquido de dedos, saca fuego y les enciende el cigarro. Ellos se sorprenden.
ADEMÁS EL CHICO FORASTERO tiene buena plática, bellos rasgos, y finalmente lo aceptan. ¿Y cómo le hizo para sacar fuego? Él les dice que no solo sabe hacer eso, sino que pueden pedir lo que quieran y lo aparece. Así que piden pizza, pastel, frutas, dulces y tantas cosas más, y él las va apareciendo. Mientras platican y ellos comen divertidos y contentos, el forastero va haciendo juguetes con lodo: un castillo, cañones, muñecos a escala para el juego, y les dice que ellos también los hagan, y aunque a ellos les salen desproporcionados, están jugando con barro como si fuera plastilina. Y en un momento el forastero sopla y ellos se sorprenden, porque se empiezan a mover los muñecos y animales en ese castillo y alrededor como si fuera una maqueta con vida verdadera. No cuento más para que la lean. Solo que ellos le preguntan su nombre: "Satanás", dice él, sin mayor aspaviento. Al escuchar el nombre se espantan y tratan de correr, pero él les pide y suplica que no se vayan, porque lo que quiere es jugar como ellos y con ellos.
ENTONCES LES EXPLICA que él forma parte de una familia grande de Satanes, en la que todos son ángeles buenos, como lo había sido su tío, el más conocido, Luzbel, el que desobedeció a Dios, por lo que fue expulsado del paraíso y cayó a la Tierra. "Es verdad, así fue", dijeron ellos. "¿Y lo conoces?" "Claro que sí. Es muy poderoso, como todos nosotros", responde ante la cara de asombro de los muchachos. Así se sigue desarrollando la novela. Les invito a que la busquen y lean.
YO VUELVO A LA REPRODUCCIÓN del cuadro que estaba en mi casa cuando yo ers niño. Y que la veía unas cinco o seis veces al día. Algunas veces de pasada y en otras ocasiones me detenía más para mirar los detalles. Yo ayudaba al cura en las misas de la iglesia como monaguillo. Me enfundaba en mi casaca blanca y roja. Y cuando regresaba a la casa, por supuesto que yo me imaginaba que cuando me tocara formarme en alguna fila representada en el cuadro que aludo, me tocaría sin duda alguna en la fila que asciende, en el de las buenas personas que van directo al cielo. (continuará)