Felicidad: entre la opulencia y la pobreza
Entre la vida opulenta y la vida austera, el concepto de felicidad ha sido motivo de discusiones acaloradas en distintos campos
Entre la vida opulenta y la vida austera, el concepto de felicidad ha sido motivo de discusiones acaloradas en distintos campos: en la filosofía, la política, la religión y la economía, por citar los más comunes. El caso es que la riqueza y la pobreza suelen redimensionar la felicidad. Para algunos, alcanzarla implica la posesión de grandes sumas de dinero y de bienes materiales; para otros, basta con sentirse plenos en lo emocional y espiritual, aunque se carezca de recursos económicos para satisfacer las necesidades básicas.
Cuando me dispuse a tratar este tema, motivado por haber concluido la lectura del libro “El sentido de la vida”, del crítico literario británico Terry Eagleton, se agolparon en mi memoria las experiencias que Basilio el pobre y Camacho el rico vivieron en los capítulos XX y XXI de la segunda parte de “El Quijote”, la monumental obra de Cervantes.
Resulta que Basilio, uno de los personajes secundarios más alegóricos de Cervantes y que encarna la pobreza en toda la extensión de la palabra, se enamora desde niño de Quiteria y su amor es correspondido por la joven, pero cuando ellos crecen entra en disputa el interés de Camacho, quien representa la riqueza y el poder. En concreto, el antagonismo entre Basilio y Camacho encarna la oposición entre pobreza y riqueza. Entre el que, siendo pobre, goza de la dilección de la amada, y el que, siendo rico, resiente el rechazo. El refranero popular lo diría de la siguiente manera: “Más vale riqueza de corazón que tristeza de posesión”.
En su obra, Eagleton se cuestiona acerca de lo que significa el sentido de la vida, sobre todo cuando mucha gente está acostumbrada a hablar de ella en términos muy genéricos. En lo particular, he escuchado a personas decir que la vida es un fastidio, es un valle de lágrimas o es un lecho de rosas. Son un puñado de etiquetas cuestionables, sin una base sólida, pero hay quienes con ellas perfilan sus niveles de infelicidad o felicidad.
Es cierto que un objetivo común de los seres humanos es conseguir la felicidad, pero la palabra es tan etérea que las formas de lograrlo pueden llegar a ser extremadamente distintas. A algunos les puede producir felicidad ayudar a los desvalidos y quizá a otros aterrorizar a las personas, aunque el ejemplo parezca baladí. Esto quiere decir que hay personas que asemejan la felicidad con los placeres, así sean de dudosa reputación, y están también aquellas que la encuentran en hacer el bien.
En su “Ética a Nicómaco”, Aristóteles se aferra al pragmatismo cuando señala que la felicidad se alcanza a través de la virtud, y la virtud es, por encima de todo, una práctica social más que una actitud de la mente. Forma parte de un modo práctico de vida y no de una satisfacción interior privada. Implica, pues, la realización creativa de las facultades humanas. Es algo que hacemos y que cobra sentido cuando tiene un enfoque social. Por lo mismo, es el Estado político, decía Aristóteles, uno de los medios más importantes para que las personas ejerzan sus poderes creativos y logren la felicidad al promover el bienestar de los demás.
Con sus asegunes, diferentes jefes de Estado, de otrora y de ahora, han reivindicado en sus discursos este principio. Por ejemplo, el expresidente de Uruguay, José Mujica, solía reiterar con especial acento que “hay que tener tiempo para los afectos, ahí está la felicidad…no hay supermercado para comprar vida…”. El presidente Andrés Manuel López Obrador, por su parte, nos ha acostumbrado a leer o escuchar en los últimos años que “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”, y que “la felicidad no tiene que ver con acumular bienes materiales”.
Por cierto, ¿se ha preguntado si es México una de las naciones más felices del mundo? Desde hace varios años se han realizado encuestas para indagar qué tan satisfechas se encuentran las personas con sus vidas, y le sorprenderá saber que un alto porcentaje de mexicanos afirman ser felices, aun por encima de los problemas económicos que puedan estar afrontando.
Toda vez que el debate generado por la dicotomía entre opulencia y justa medianía de la que hablamos al principio parece interminable, como prolongada es también la lista de cosas que nos hacen felices, yo prefiero ajustarme a la célebre definición de Jean Paul Sartre: “Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace".