Los sobrevivientes

“Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor”

Bastante se ha escrito acerca del virtuoso papel del libro como transmisor del conocimiento y emancipador de las mentes. En la conmemoración de su aniversario quizá poco queda por decir, aunque el marco es ideal para compartir las incontables odas que a este grandioso artefacto le han dedicado escritores, editores y lectores.

Puesto que los desafíos del libro son los mismos que enfrenta la escritura —ambos indefectiblemente unidos—, quiero aprovechar este espacio, en una fecha cercana al 23 de abril, en que celebramos el “Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor”, para puntualizar que su menguada labor ante el auge de lo virtual es tan solo un mito.

Celebro el fracaso de quienes en el pasado y el presente han vaticinado su desaparición. Roland Barthes pregonó la muerte del autor, pero cada vez son más los libros que se publican en el mundo; Marshall McLuhan presagió el fin de la cultura escrita ante el lenguaje icónico, pero aún resiste y persiste con más fuerza; Georges Steiner predijo la muerte de la cultura literaria, pero día a día se suman millones de personas a su disfrute; Phillip Roth advirtió la muerte del lector, pero aquí estamos, dándole mayor impulso. Así, otros han fijado fechas de caducidad a la impresión, la librería y la biblioteca, pero todas siguen en pie.

La vigorosa muestra de resiliencia que nos han regalado el libro y la escritura amerita un esfuerzo mayúsculo para continuar acercando a los jóvenes a la lectura. A eso obedece, por ejemplo, el interés personal de haber fundado —en las postrimerías de 2022— la editorial Bibliófagos, un esfuerzo independiente para rendir tributo a las obras impresas.

Por lo general, cuando reflexiono sobre los fracasados intentos por maniatar los beneficios del libro y la escritura, me viene a la mente un pasaje de “Fedro”, en los Diálogos de Platón, que denota el desprecio que se le profería.

Sócrates le platica a Fedro que en Egipto hubo un dios antiguo de nombre Teut, del que se dice fue inventor de los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, el juego de ajedrez, y también la escritura.

Un día el dios Teut se presentó ante el rey Tamus —quien entonces reinaba en aquel país— para comentarle lo conveniente que sería extender sus inventos a todos los egipcios. El rey le preguntó cuál era la utilidad de cada invento y el dios Teut le fue explicando en detalle los usos de cada uno. Según si las explicaciones le parecían más o menos satisfactorias, Tamus aprobaba o desaprobaba.

Cuando llegó el turno de la escritura, el dios Teut dijo: —¡Oh rey!, esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a su memoria; he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener.

Tras escucharlo, el monarca Tamus le refutó: —Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu.

A pesar de esta antigua afrenta contra la escritura, en la que no se asoma por ningún lado su potencial para estimular la actividad neuronal y prevenir la aparición de enfermedades de deterioro cognitivo (tal como hoy sabemos), no se han dejado de buscar los mejores dispositivos para que nuestro saber no se destruya por completo.

Por ello, como apunta Camilo Ayala en la presentación de “Elogio de los amanuenses”, de Johannes Trithemius (UNAM, 2015), el contenido letrado ha pasado por continentes o libros que curiosamente empiezan con la letra “p”: piedra, pizarra, papiro, pergamino, papel y ahora pantalla. Cada cambio ha impactado en los sistemas de escritura, los modos de lectura, la comunicación en general y los aparatos educativos.

Yo, prefiero arraigarme con fuerza al objeto libro, el impreso, y sostener con él una relación íntima, porque como dice Hermann Hesse: “los libros no están para ser leídos durante algún tiempo por todo el mundo y ser olvidados después como la última noticia deportiva: quieren ser disfrutados y amados en silencio y con seriedad. Sólo entonces revelan su belleza y su fuerza más profundas”.

SALVAVIDAS DE ESPÍRITUS Y MENTES

Pienso, como Aurora Díaz Plaja, la prolífica autora española de literatura infantil, que la única batalla que debemos desencadenar es la de atacar a todo “no leyente”, que es peor que el analfabeto: “este lo es a pesar suyo. No le enseñaron a leer. Pero el que sabe leer y no lee es como el que sabe nadar y no lo ejercita, exponiéndose a ahogarse”.

Aferrémonos a los libros —si son impresos, mejor—, porque son grandiosos salvavidas para los espíritus y las mentes de ayer, hoy y siempre. Con ellos, nadie debería ahogarse en la ignorancia.