La astilla del palo

Con los años, las bromas sobre la edad pasan de padres a hijos, mientras el ciclo de la vida continúa.

MIRABA YO A MI PADRE cuando tenía 70 años levantarse de la silla o la cama algo encorvado, y minutos después ya andaba derechito. No lo comprendía, aparte de decirle que era la "bola". "¿Cuál bola?" "La bola de años". Y reíamos. A esta mi edad ya no me río. Ahora quienes se ríen son mis hijas. "Ya estás decrépito, anciano", me dicen.


MI PADRE SALÍA MUY DE MAÑANA, a eso de las 5 am, tomaba el camión 2 de abril y se iba a la Plaza Allende a encontrarse con sus amigos, luego pasaban a la cafetería lonchería "La Jarochita", a tomar el café y unos tacos de harina. Luego regresaban a seguir platicando a la plaza. Y a eso de las 7:30 se iba caminando a su trabajo de jardinero en la Colonia Jardín. A esta mi edad cuando voy a Matamoros trato de hacer lo mismo en relación al horario. No puedo. Llego a La Jarochita a las 11 o 12 am. Tomo café y pido las tortillas de harina. Al pedirlas siento que me sale la voz de él. Creo escucharlo.


EN ESA EDAD DE LOS 60 Y MÁS él se iba a acostar temprano. Todos nos burlábamos y él se ría. "Es que me levanto temprano y ustedes no", nos respondía. Era nuestro juego entre él y nosotros. Y al rato nos asomábamos a su cuarto y estaba bien dormido. Nosotros velábamos su sueño un rato. Volvíamos a la sala. Y seguíamos jugando o viendo televisión. Y así iban nuestros días.


NUNCA ME PREGUNTABA él si yo tenía novia. Y cuando tuve ella iba a mi casa. Y la conocieron. Y a veces ella pasaba caminando por donde él trabajaba, se detenía a saludarlo. Ya en la tarde él me contaba orgulloso sobre ese saludo y la plática. Luego cuando dejamos de ser novios, ella cuando pasaba por donde él trabajaba y el saludo y la plática era igual. Él me daba el dato.


UNA SEMANA ANTES DEL INICIO escolar él pedía libros de secundaria usados para mí. "Mira, te traje estos". Era de cuando solamente los libros de primaria eran gratuitos y los de secundaria había que comprarlos. Y nuevos no le alcanzaba. Pero los maestros no ponían objeciones que lleváramos de otros autores. Bastaba con localizar el tema.


PERO LES DECÍA DE LOS DOLORES de viejos. Y por eso hacía referencia a mi padre. Yo miro al espejo y me parece que lo miro en mí mismo. Los mismos gestos. La sonrisa etérea. El ojo alegre (no triste). Porque ahora con el paso de los años siento que lo conozco y quiero más. Nota: ya lo quería bastante desde siempre. Cuando la pandemia del Covid en 2020 me sucedía que luego de estar sentado unos 30 o más minutos, no podía levantarme en el primer intento. Entonces hacía unos cinco movimientos como de ejercicio, sobre todo de la cintura, y me levantaba un tanto encorvado


POR ESOS DÍAS LAS CONSULTAS eran por video llamada. Esa vez consulté con el Dr. Márquez. "Eso lo que tienes es producto del Covid. A cada quien le da distinto", me dijo. Me recetó unas pastillas. Y santo remedio. Pero desde hace unos quince días me volvió a dar luego de casi cuatro años. Me levanto con duro esfuerzo. Camino unos metros encorvado (veo a mi padre en mí mismo) y luego poco a poco voy irguiendo completamente el cuerpo. 


DE HECHO ESTA VEZ que me he vuelto a sentir así, me ha dado miedo de terror al pensar que en esta edad tenga que usar silla de ruedas, sin pasar antes por la etapa del bastón. Yo he soñado con mandar hacer un bastón de buena madera y labrado en la empuñadura. Quizá una cabeza de león como el de La Cibeles. O un perro tipo Xoloitzcuintle. Algo así. Que se note la diferencia. Me comentaba Darvin que a él le habían regalado uno que cuando tenía necesidad de utilizarlo, muchos le ofrecían comprárselo por ser una verdadera obra de arte.

TENGO AHORA MÁS de la edad que tenía mi padre cuando yo era niño. Y tengo la edad que tenía mi padre cuando yo estudiaba la Normal y me daba mis pesos para llevar a mi novia al cine aun cuando él se quedara sin su dinero para el café de las mañanas en la Jarochita ni para sus tortillas de harina. Él se quedó por siempre en la edad de los 89 años. Fue un accidente de tránsito. Había ido a comprar sin hambre unos tacos a media cuadra de la casa, donde siempre lo atendía una señora 40 años menos que él, que le sonreía, que le decía "¿cuantos tacos vas a querer, mi amor?" "Los que usted guste y mande, señora mía", respondía él sonriendo y guiñando el ojo alegre.


ALEGRE, CON EL CORAZÓN LATIÉNDOLE aún de prisa por ver a su musa (mi madre murió 16 años antes), salió de la taquería,  cruzó la calle sin ver para ambos sentidos. Y la muerte lo abrazó de golpe, lo cobijó para siempre, tibia, en eso que llaman amor eterno.