Estigma de la conducta suicida en la familia

El suicidio no solo trae estigmatización a quien lo intenta, sino también a las familias, quienes enfrentan prejuicios que agravan el dolor y el riesgo.

 

Sabemos que el suicidio en sí mismo se asocia con estereotipos negativos y los supervivientes de intentos de suicidio experimentan tanto el estigma del trastorno mental como el del suicidio, lo que puede contribuir a aumentar el riesgo de quitarse la vida. También entre los miembros de la familia se refleja este estigma, a través del lenguaje que evita la utilización del mismo término "suicidio", que se sustituye por el "accidente" o "cuando ocurrió aquello", entre otras expresiones. La familia y el entorno generan un mito sobre lo ocurrido, y a menudo limitan involucrar a otras personas del entorno, lo que dificulta la red de protección.

Hay muchas creencias limitantes, fruto del estigma asociado al suicidio, que no permiten que la familia reciba ayuda con efectividad. A menudo, los cercanos a la persona con conducta suicida, se convierten en el vigilante-responsable y esto hace aumentar su angustia y contribuye a incrementar la percepción de que la persona en riesgo es una carga para ellos. Si acompañamos a una persona que ya ha llevado a cabo una conducta suicida, el miedo a la repetición llevará al entorno a una situación de estrés sostenido, y aparecerán los síntomas relacionados con el llamado estrés de la persona cuidadora:

Sentimiento de preocupación constante.

Sentimiento frecuente de cansancio.

Poca capacidad de concentración para llevar a cabo las tareas habituales.

Pérdida de interés en actividades con las que se disfrutaba.

Aumento de la irritabilidad.

Aislamiento social producido en muchas ocasiones por el estigma de la conducta suicida del familiar.

Falta de control de la situación, debido a la carencia de recursos para afrontar la situación.

El entorno de una persona en riesgo de suicidio experimenta el llamado estrés de la persona cuidadora, que hay que reconocer para buscar ayuda.

Uno de los momentos más duros para este entorno es el posterior a una tentativa, en la que el seguimiento y el apoyo comunitario es determinante para evitar repeticiones y para asegurar un proceso de recuperación sostenida. Las personas dadas de alta medicamente, a menudo, carecen de apoyo social y se pueden sentir aisladas una vez que abandonan la atención, así como la familia se puede sentir también desamparada y con recursos limitados para hacer un acompañamiento correcto. Se ha demostrado que el seguimiento y el apoyo comunitario son eficaces para reducir las muertes y los intentos de suicidio entre las personas que han sido dadas de alta recientemente. El manejo médico y psicológico del suicida y su familia son imprescindibles para una verdadera y duradera recuperación.