El colérico: análisis del poder y la ira

El temperamento colérico, uno de los cuatro principales según la teoría del filósofo y médico griego Galeno, ha sido históricamente un tema de reflexión para comprender las variaciones en la personalidad humana.

Junto al sanguíneo, melancólico y flemático, el colérico se distingue por su intensidad emocional y un sistema nervioso rápido y desequilibrado. Si bien cada individuo puede mostrar combinaciones de estos temperamentos, generalmente predomina uno de ellos.

Los temperamentos presentan tanto virtudes como desafíos. Un colérico, por ejemplo, destaca por su capacidad para tomar decisiones con firmeza y arrojo. Sin embargo, estas mismas características pueden convertirse en un arma de doble filo: la ira lo domina con facilidad, lo que lo lleva a expresar su descontento con vehemencia, imponer sus opiniones y manifestar rencor, autoritarismo e incluso falta de respeto. Uno de sus mayores retos consiste en aprender a equilibrar su impulso con la paciencia y la serenidad indispensables para tomar decisiones más ponderadas y justas.

Recuerdo que, en septiembre de 2018, el extinto congresista mexicano Porfirio Muñoz Ledo, al hacer uso de la palabra como presidente de la Cámara de Diputados, vociferó, con la poca energía que le quedaba: "¡Pasó el tiempo de la política colérica!". Con estas palabras, el veterano tribuno se refería a un gobierno caracterizado por líderes con afanes de dominio, deseosos de ejercer el poder con una rudeza innecesaria, sin medir las consecuencias de sus actos.

Los rasgos mencionados retratan de cuerpo entero a Donald Trump. Ya lo sabíamos; no es ninguna sorpresa. Forma parte de esa camada de políticos desmesurados y déspotas que, a decir del periodista Gideon Rachman, cultivan un insano culto a la personalidad que amenaza la democracia mundial. En su libro "La era de los líderes autoritarios" (Crítica, 2022), Rachman pone en la misma canasta a figuras como Xi Jinping (China), Vladimir Putin (Rusia) y Narendra Modi (India). A pesar de haber alcanzado la presidencia a través de un sistema democrático, la actitud de Trump hacia las normas y los principios republicanos (como el respeto a los derechos humanos) refleja un desprecio evidente y parece decidido a erosionarlos.

Las primeras horas del gobierno de Trump fueron una clara declaración de intenciones: se presentó como una figura fuerte, necesaria para superar los desafíos de la nación, sin importarle recurrir a tácticas divisivas ni crear narrativas falsas. Su estilo se alimenta de la confrontación.

¿Qué se puede esperar en los próximos años? Las expectativas sobre su gestión resultan sombrías. Su primer mandato sirve como un triste precedente de lo que podría venir: un gobierno encabezado por un hombre que, como todo colérico, buscará ejercer un poder absoluto mediante la retórica de la fuerza, aferrándose a teorías conspirativas y haciendo caso omiso de la verdad.


¿No le parece que estamos ante uno de los mayores perpetradores de ataques contra los valores morales y democráticos en la historia moderna? Es desolador ver cómo Trump, un fiel representante de la anarquía y la impunidad, sigue cosechando simpatías. Su figura se erige como una de las más complejas de nuestra era, llena de contradicciones y peligros para las democracias que tanto nos ha costado construir.

CANDILEJAS

Lo ideal es que un político y un gobernante no solo sean admirados por su coraje y fortaleza, sino también por su moralidad e intelecto.