Día con día

Del Gran Poder: Porfirio Díaz y Álvaro Obregón

El presidencialismo mexicano tuvo, desde la guerra de Reforma, rasgos monárquicos, lo mismo con Benito Juárez, quien retuvo la investidura presidencial diecisiete años, que con Porfirio Díaz, quien gobernó casi treinta, a la cabeza de un régimen político de pactos y clientelas más parecido en su dinámica al régimen novohispano que a la institucionalidad republicana.

Díaz llegó al poder mediante una rebelión militar cuyo propósito fue acabar con la reelección presidencial. Gobernó cuatro años y dejó el poder a su compadre Manuel González. González restableció la reelección para que Díaz volviera a la presidencia en 1884.

Díaz se reeligió varias veces y tuvo al país en un puño monárquico hasta las elecciones de 1910, que vieron renacer la causa antirreeleccionista, en la figura de Francisco I. Madero.

Díaz encarceló a Madero. Madero convocó a la rebelión por la causa antirreeleccionista, la misma que había llevado a Porfirio Díaz al poder. Siguió la discordia militar, evitada treinta años, a raíz del mismo desacuerdo que había agitado siempre la vida política de la nación: la sucesión presidencial.

Los rebeldes ganaron y llegaron al poder, pero apenas se sentaron en la silla, bajo la presidencia de Venustiano Carranza, se encontraron con el mismo vacío que habían tratado de llenar todos los gobiernos decimonónicos: el vacío de la legitimidad en la transmisión del poder.

La sucesión presidencial de 1919 se definió por otra rebelión, ahora del caudillo militar: Álvaro Obregón. Obregón gobernó de 1921 a 1924 y escogió para sucederlo a su paisano Plutarco Elías Calles.

Los pares de Calles se inconformaron con el mecanismo sucesorio y hubo la rebelión de 1923, cuya derrota dio el poder a Calles. Camino al momento de su propia sucesión, Calles se encontró con que Obregón quería reelegirse e hizo la enmienda constitucional necesaria para permitir la reelección del Caudillo.

El Caudillo fue reelecto.

Pero antes de asumir el poder fue asesinado, dejando tras su muerte, tan grande como siempre, el vacío político no llenado desde la Independencia: cómo elegir al que gobierna, en un país con leyes republicanas y democráticas, pero sin verdaderos partidos políticos, ni elecciones libres, ni verdadera compatibilidad entre sus leyes y sus costumbres.