El zarpazo VIII. Padierna
Winfield Scott, un prestigiado militar, veterano de las guerras con el Canadá inglés y en los crueles y letales traslados forzosos de aborígenes a los que despojaban de sus tierras para ocuparlas con colonos
Winfield Scott, un prestigiado militar, veterano de las guerras con el Canadá inglés y en los crueles y letales traslados forzosos de aborígenes a los que despojaban de sus tierras para ocuparlas con colonos, se había trazado la ruta de Cortés para alcanzar la ciudad de México, y no solo su ruta, también sus métodos de terror, comenzando con el bárbaro sitio y bombardeo de Veracruz, con muerte de más de mil civiles.
Después de una estancia de tres meses en la ciudad de Puebla, donde fue recibido con alfombras, sin disparar un tiro, asistiendo todos los días a su catedral donde el obispo Pablo Vázquez le publicaba sus proclamas, y le organizó un batallón de traidores comandado por Miguel Domínguez, y con los refuerzos recibidos, marchó al Valle de México.
Y los hombres de este batallón de traidores, iban al frente, reconocían el terreno, merodeaban nuestros frentes e instalaciones, e informaban de sus debilidades y las mejores posiciones posibles para atacarlos y caminos seguros para coparlos.
Y así se dio la Batalla de Padierna, el 19 y 20 de agosto de 1847, un sitio entre San Ángel y Contreras, y las fuerzas mexicanas, comandadas por el Gral. Valencia, se fortificaron en el Cerro Pelón de Cuahutitla un sitio muy desfavorable, poco eficaz para repeler un ataque y con montañas escabrosas atrás que dificultarían una retirada exitosa.
Por el contrario, los invasores ocuparon el cerro Zacatepetl, un sitio más elevado desde donde el propio Winfield Scott observaba las posiciones y movimientos de los mexicanos. Y hay que agregar, que el mismo Antonio López de Santa Anna, con el doble papel comandante supremo y Presidente de la República, desde lo alto de San Ángel, observó el desastre que sufrían nuestras fuerzas, a las que como verdadero traidor, no prestó ningún auxilio y con su ejército y artillería se retiró, abandonando en su derrota a los nuestros.
Y el desastre fue grande. 700 muertos, 1,224 heridos, 843 prisioneros, y 22 piezas de artillería perdidas, con toda su reserva de balas de cañón. Y si sumamos los 40 cañones perdidos en Cerro Gordo, pues los gringos contaron con 62 cañones adicionales, con los que bombardearon Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec.
Y los habitantes de San Ángel y Tacubaya vieron pasar a soldados heridos y maltrechos, derrotados, sembrando en el pueblo el desánimo, la angustia y el desconsuelo, unido a aquellas proclamas de que el que matara a un soldado estadounidense sería excomulgado.
Ni en Padierna, ni en Churubusco, ni en Molino del Rey y menos en Chapultepec, López de Santa Anna estuvo presente ni prestó ningún auxilio. Solo sabía huir, protegido por un ejército que debiera haber estado en los frentes. Nuestras tropas pelearon con gran arrojo, pero casi siempre sin una dirección, sin una estrategia.
López de Santa Anna, se fue al exilio. Pero los conservadores, siempre traidores, lo volvieron a traer y nombraron presidente, para que se auto llamara “alteza serenísima” y vendiera La Mesilla, un territorio más grande que el Estado de Chiapas.
Pero mañana continuaremos con estas freflexiones.