Paradojas de una mala política cultural: reflexiones para Tabasco (I)
Perspectivas hacía una reflexión en la política cultural
PRIMERA PARTE
Primero habría que clarificar la diferencia entre liberalismo y neoliberalismo. Antonio Gramsci lo hacía de una manera muy simple: en el liberalismo el sujeto de derechos es el ciudadano, el individuo; en el neoliberalismo, el sujeto de derechos son las corporaciones, las empresas. Esto quedó claro cuando en tiempos de Ronald Reagan la Suprema Corte equiparó el derecho de ciudadanos de hacer donaciones individuales para campañas electorales con el “derecho” de las empresas a hacerlo.
Ambas perspectivas se oponen, como quedaba claro en los años 30 del siglo pasado, a los “estados de planificación” donde todo lo hace el Estado sin dejar espacio a las iniciativas privadas, lo que en los regímenes comunistas de este tipo probó ser un desastre por la falta de creatividad y de solución de necesidades locales.
Sin embargo, la crisis de 1929 y la Segunda Guerra Mundial, dejaron claro que era indispensable una gran participación, dirección, supervisión y regulación estatal para evitar catástrofes humanitarias e incluso mantener una verdadera competencia entre empresas y colectivos sociales, lo que en el debate de la Constitución Mexicana del 17 se llamó: “equilibrio de los factores de producción”. Se entendió también desde entonces que el Estado no era lo mismo para las corporaciones que para los individuos. En el primer caso las corporaciones se adueñan del Estado y entonces no importa quién sea el Presidente o que sea capaz, porque sólo es una fachada (en México desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto gobernaron los Secretarios de Hacienda o incluso enviados internacionales como Joseph Córdova), mientras que para el resto de la sociedad el Estado es un instrumento de defensa de derechos y el presidente es efectivamente el líder político.
De ahí que aún ahora, normalmente en las democracias avanzadas con voto directo individual como Francia, España e incluso México, los sistemas electorales son de hecho tripartitos y no bipartidistas.
Entrando en la cuestión cultural, tras la Segunda Guerra Mundial se llegó al consenso (como contenido del sentido de las Naciones Unidas) que el desarrollo cultural es imprescindible para construir la paz y surge la UNESCO con ese lema y con la idea de que cada Estado tiene la obligación de fomentar la educación, la ciencia y la cultura. Definido su acceso además, como uno de los derechos humanos fundamentales. De ahí las recomendaciones del porcentaje del presupuesto que los Estados deben dedicar a estos rubros.
En México, hemos olvidado que a pesar de que tras la pacificación de la Revolución quedaron gobiernos dirigidos por militares (hasta 1944), desde los años 20 se le dio un lugar prioritario al desarrollo de la educación y la cultura (que además funcionó como medio para la integración social y ascenso económico de millones de indígenas), “aunque” o “gracias” (según la ideología) al cual se generó una cultura nacional o nacionalista acremente criticada por nuestros mejores poetas (“los contemporáneos), que siendo herederos de los terratenientes y funcionarios porfiristas, habían recibido la mejor educación porfirista posible y tenían como faro emular las modas europeas.
Con la llegada de los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher Estados Unidos e Inglaterra, siguiendo la ideología neoliberal, decidieron dejar de financiar a la UNESCO y a la cultura, educación y ciencia en sus respectivos países. Dejar que las acciones educativas, científicas y culturales buscaran su propio financiamiento como pudieran o imponiéndole criterios empresariales mediante métodos de homologación y evaluación (que siguen rigiendo en México vía CONEVAL y SNI, etc.). Los 80 y 90 fueron una dura época para los educadores, científicos y creadores. Lo mismo pasó cuando le impusieron esta política a Rusia al caer la URSS. Sin embargo, a pesar de “la poda” que significó (con muchas muertes por pobreza, falta de oportunidades y suicidios) surgieron nuevas iniciativas que usando un neologismo, podemos llamar, “resilientes”, casi siempre de escala local, que sobrevivieron hasta el regreso a las políticas de intervención y apoyo estatal en diversas versiones. Aunque fuera bajo la idea del Banco Mundial de “la economía naranja”: los financieros se dieron cuenta de que las actividades culturales generan paz (ahora en relación con la delincuencia local y organizada), dan ocupación y hasta producen ingresos. Continuará. (El autor es académico e investigador de la UNAM. Activista. Ha ejercido diversos cargos en Tabasco)