Manual de usuario

MI MADRE ME LO DECÍA, "cuídate mucho Toñito"

MI MADRE ME LO DECÍA, "cuídate mucho Toñito". Y lo refería cuando se enojaba conmigo por haber ido a alguna parte donde no debía o porque hice algo que tampoco debería hacer. Y mi excusa era porque fui con el amigo "Pocavista" o "Sintornillo". "¿Y si ese tal tu amigo dice que te tires en un pozo a poco te vas a tirar? ¿Tonto eres o qué?". Y yo le respondía "O qué" al momento de salir corriendo porque me aventaba lo que tenía más cerca de la mano, así fuera una chancla, un sartén o un palo de escoba. Aunque no los tiraba fuerte, porque no había furia ni enojo en ella.

                                            

"DE PRONTO VOY caminando -le digo a mi mamá-, volteo a un lado. Y leo la palabra "empuje". Y empujo, y se abre la puerta. Y entro". Así le digo a mi mamá. Ella está costurando calcetines rotos, o remendando mi camisa del uniforme y me mira de reojo. O está moviendo el arroz en la cocina. Y me mira de reojo, inquisitiva. Cree que estoy jugando con ella. Y se le escucha el clásico. "Ajá, sigue". Y le sigo. "Entonces entro y hay una mesa y sillas. Música norteña en la rockola. Y me siento. De pronto me ponen una botanita. La pruebo. Y me ponen un vaso con agua amarga, limonada. Y hay muchachas y allí sigo. Tú me has dicho, oh madre querida, que siga instrucciones". "Pero eres tonto o te estás burlando de mí", me decía riendo. Sabía que era de juego. Y su enojo la más de las veces era también de juego

LLEGABA MARISA, mi novia, a casa. Y nos poníamos a estudiar en un cuarto al fondo de la casa. La puerta estaba abierta, o semi abierta. Y a veces el viento la cerraba, o mi pie. Y mi madre estaba al pendiente. Nos llevaba limonada. Y salía, dejando la puerta abierta. Y al rato de nuevo se daba cuenta de la puerta semi o cerrada. Y nos llevaba otra cosa. O preguntaba de si queríamos algo. Y era solo para evitarnos una tentación de tomarnos de la mano, de abrazarnos, de besarnos, de...

CUANDO COMPRABA una licuadora, plancha o la clásica picalica, mi madre me ponía a leer las instrucciones. Punto uno, revise que venga completa con todas sus partes. Y allí nos entreteníamos un poco. Quite los plásticos protectores. Localice sus partes. Ensamble sus partes a como viene en el dibujo. "Ni modo que a como no viene en el dibujo", refunfuñaba ella. Y así por cada uno de los puntos. "Estos que escriben los Manuales de instrucciones creen que uno es tonto". "¿Y sabes qué, mamá?" Ella: "ya vas a empezar con tus lecciones". "No, lo que sucede es que casi nadie lee estos manuales". "Pues por eso, Antonio, porque creen que somos tontos".

YO LA VEÍA TEJER por las tardes. Hacía bonitos e intrincados manteles. ¿Cómo o con quién aprendió? No lo supe, nunca le pregunté. Debí preguntar. Yo la veía con paz y tranquilidad mover una aguja y otra, cruzando el hilo de un lado a otro y, poco a poco, con esa paciencia de quien sabe que está creando algo, con esa misma alegría de hacer la comida o llevarnos al centro de salud de cuando la temporada de vacunación, o para la cita de consulta, que nunca se le pasaba, avanzaba hasta el final. "Ya me va saliendo, ya me va saliendo", repetía cada cierto tiempo, al descansar un poco y levantar la mirada hacia uno u otro de nosotros. Y nosotros mirábamos el avance. Sabía que esas obras tejidas, producto de su trabajo, quedaría para nosotros a su muerte. Ah, y tejía sin modelo guía ni patrón. Aparecía en su trabajo el gallo o la gallina con sus pollitos. O el caballo del vecino, decía.

YO CUANDO COMPRO un aparato eléctrico no leo las instrucciones. Solo cuando no puedo más, ni encenderla, es cuando ando buscando dónde está el botón on/off. Lo demás lo voy aprendiendo sobre la marcha. Cuando éramos niños los manuales solo venían en español, inglés y francés. Ahora vienen como en diez idiomas, entre ellos el chino mandarín, el africaan y el maya quiché. Solo que el español es una mala traducción de inteligencia artificial (IA), que cuando no dice una cosa, dice otra. Así que a veces nos quedamos en las mismas aunque intentemos leer el manual.

"Y ¿QUIÉNES HACEN estos manuales, Antonio?" "No lo sé madre". Y allí seguíamos con la charla qué nos llevaba a jugar, a intercambiar juegos de palabras. Qué si el gerente en sus ratos aburrido en las oficinas. Qué si profesores de español. Que si personas que se creen poetas. Y así en exageración hasta que agotamos posibilidades de juego, sobre quién. "Deben ser claros. Que no haya dudas". Decía ella que no sabía leer ni escribir. Pero se refería no para ella, sino en general para todos. "Ni tú le entiendes, Antonio".

"LA VIDA VIENE sin manuales de usuario", me sorprendió con esa afirmación. "¿Por qué lo dices, madre?" "Nomás mira cómo anda de loco el mundo". Y empezábamos a darnos detalles de manera recíproca de cómo andaban ya hace 40 años las cosas en el mundo. Hablábamos de la guerra, la pobreza, el abuso a los niños por algunos curas, las balaceras, la apertura de negocios del vicio. Cada quien aportaba uno, luego otro, argumentos. "Pero es que nadie quiere obedecer ", afirmaba a manera de conclusión.

"PERO LA VIDA sí viene con manuales, madre". "¿De dónde sacas esas tonteras? A ver ¿cuáles serían?". Y le explico sobre los libros, las enseñanzas de los padres. El ejemplo de los padres. Y algunas otras cosas más que se me ocurren. Ella se queda pensando. Analiza y reflexiona sobre lo que le digo. O parece que ya está pensando en otras cosas. Yo la dejo. Miro sus manos. Teje, deja de tejer, y luego continúa.

ME QUEDAN SUS MANTELES. Uno anaranjado de un gallo y otro azul, de un caballo. Los guardo con mucho cariño. Ella asimismo tejía palabras, y, con estas historias, respuestas con ingenio. Y preguntas. Siempre preguntaba. Y me arrepiento que nunca me haya pasado por la cabeza hacer entre ambos un manual de usuario.