Cuaderno de notas
Gripe escritural
Llevo dos días con gripe. Escribir agripado es tormentoso: el cuerpo está cortado y la nariz es un cauce imparable, pese a los antigripales. Llevo dos días de convivir y luchar contra el virus, una pelea que ha involucrado a la escritura, porque esta gripe cruel —en su punto máximo— se torna inquieta, siempre quebrando al individuo hasta dejarlo tirado en una cama o en un sillón.
Escribo a mano en un cuaderno de notas y a contra reloj. Luego transcribo. Esta vez me preocupa, boxeado por la gripe, que no tengo fuerzas para trasladar estos apuntes a las dos de la mañana del jueves 23 de noviembre de 2023. He despertado por el ruido de la lluvia y por la anegación de fosas nasales. Caliento el té, luego el café, y camino suavemente para evitar que Rocky se levante y quiera salir a orinar el portón. Camino con pies de algodón pues no quiero salir de casa ante el frío que nos trajo esta lluvia obstinada. Amo la lluvia, la neblina, el frío, más siento un rechazo por todo lo gélido cuando la gripe me ha invadido. Por cierto: ¿cómo llegó a casa esta gripe salvaje para instalarse en pasillos y biblioteca?
Enciendo la computadora. Leo que dos mujeres buscan ser la primera presidenta, que no hubo ruptura en el partido oficial, que le siguen echando cemento al puente de Universidad y Ruiz Cortines, y que un futbolista pateó tres veces un penalti y en un mismo acto. No puedo escribir por la pinche gripe que no cede, que, por el contrario, abrió más la represa de la nariz que enrojece.
A esta hora de la mañana, recordé que hace meses leí el artículo "La escuela literaria de los escritores acostados", publicado en El País, sobre aquellos literatos que escribieron o dictaron sus obras desde la cama o el sofá. Entre ellos: Ramón del Valle-Inclán, el uruguayo Juan Carlos Onetti, Mark Twain y George Orwell. Algunos por enfermedad, otros por decisión, pero escribieron o dictaron sus ideas en posición horizontal. Estoy así (junto pulgar e índice) de volver a tirarme en el sillón y desde ahí dictar este Cuaderno de notas, pero en estas tareas suelo estar solo: yo escribo, yo edito, yo escribo.
Nada se ve por la ventana. La noche se asentó como un café americano. Solo se oye el ruido pertinaz de la lluvia y de un motociclista apurado. Un antigripal a la boca y sobre la mesa ya está en lista de espera la "gigantesca" loratadina.
Al no poder escribir comencé a revolotear los objetos perdidos en el escritorio. Encontré —entre el desorden— uno de mis diarios al que llamé "Diario de la Pandemia", anotaciones que hice durante el confinamiento a causa del Covid. Un párrafo llama la atención, transcribo:
"En esta temporada de pandemia, los escritores continúan redactando en sus refugios, pero han suspendido sus presentaciones de libros o sus charlas literarias con el fin de evitar conglomeraciones. Por esta razón ofrecen estas mismas charlas, pero a la distancia, a través de un sinfín de aplicaciones o plataformas que permiten la videollamada grupal. Lo mismo ocurre con los periodistas: escriben y publican sus investigaciones, mismas que comparten en las redes o hablan de sus crónicas y reportajes en Zoom, en Facebook Live, etc.". Cierro el manuscrito.
Pienso en que ya es tiempo de ir editando estos diarios, el de la pandemia como el de viajes, para darle un destino-libro. Pienso, entre muchas cosas, en aquellos días de 2020 en que estornudar era un delito pues nadie quería contagiarse del virus mortal. Justamente con el cuerpo partido por la gripe, busco entre cajones cubrebocas, para ir a la universidad. No encuentro nada, como nos sucede a la mayoría de los hombres. Tere me acerca uno con una sentencia: "es el único, es el último", mensaje que uno traduce como "en estos días debes comprar" ...
Decido quedarme en casa. Es imposible frenar el escurrimiento. Pronto saldré de este cuadro, mientras tanto me atrinchero a estas paredes, en el entendido de que me estoy perdiendo presentaciones de libros y reuniones, en el entendido de que no soy Frank Sinatra, pero sí estoy resfriado como el cantante en el relato de Gay Talese.
La loratadina desapareció en un santiamén y el rollo de papel sigue adelgazando. Ya no quiero jarabe, ya no quiero pastillas; lo que quiero es volver a respirar, leer y escribir, y a disfrutar de la lluvia y su maridaje con la ventisca.
@Librodemar