"Dales el día" (I)
YO LAS MIRO PASAR POR MI CASA. En los horarios de entrada y de salida de las escuelas. Van con sus hijos e hijas
YO LAS MIRO PASAR POR MI CASA. En los horarios de entrada y de salida de las escuelas. Van con sus hijos e hijas. Si son de los chiquitos, los llevan de la mano. Y una hora después vuelven a echar el viaje de nuevo si a la vez tienen en primaria. Ya no es como antes, que todos íbamos solitos a recorrer las cuadras de entre la casa y la escuela. O los kilométricos caminos en el campo. Y las miraba también cuando son trabajadoras de casa, que ayudan en lo doméstico, y les toca también llevar a los niños a la escuela, porque su madre -de los niños- es la doctora, contadora, maestra o licenciada que trabaja.
"DALES EL DÍA", FUE LA ORDEN. "Que se queden en su casa a hacer lo que siempre hacen". Así dieron las órdenes. No importa dónde, no importa cuándo. Ni quien. Todo fue para conmemorar el Día de la mujer. "Que bien lo merecen". "Lo tienen bien ganado". "Que platiquen entre ellas sobre el tema". Así respondieron a la orden recibida de darles el día.
Y NO IMPORTA EL LUGAR DONDE SE DIJO. Entre toda la gama de pareceres. Entre todos los aconteceres por ocurrir en esta fecha. Sumada, por qué no, a los días Naranja, que es todos los veinticinco de cada mes, para poner en el escaparate, y a la vista de todos, la violencia contra ellas, y todo por su condición de ser, la mitad humana distinta de ver el mundo desde otra perspectiva.
DOÑA JUANA VENDÍA. No sé si la recuerdes en Villahermosa. Nada sé de su vida cotidiana, más que la venta que hacía de "paaaastelitos de carne y queso calientitooooos". Se le veía gritar en su pregón sobre lo que ofrecía. Un delicioso bocadillo para acabar con el hambre o un gusto, fueran de uno u otro relleno. Se le veía limpia en su pobreza. Afanosa en su trabajo. Se le veía recia en sus decisiones. Fuerte en su voz. Perdón que tome el nombre y su imagen. Es más como homenaje a su lucha diaria. ¿Y por qué trabaja usted?", alguien se atrevía a preguntar. "Pues ni modo que por gusto. Que hay hijos por mantener". Comentaba a veces del marido ausente.
AFUERA DE LA FÁBRICA MIRABAN los trabajadores a diario el puesto de tacos de guisado de Doña Ernestina. "Tina", para los de confianza. Andaba ya en sus 64, bien vividos, decía ella. Desde las 5 ya estaba bien puesta, con su mandil y sus cabellos recogidos. Una dentadura sin muelas que se asomaba en su sonrisa. Y al llegar los trabajadores le iban pidiendo el casero desayuno, y a eso de las 10 de la mañana terminaba. Si eran de entre 6 y 8 guisados, y todos siempre recién guisados, uno imagina la madrugada en sus trajines, quizá desde las 2 am, casi a tientas encendiendo la luz y la estufa. Y empezar el día porque no hay de otra. "Tres veces ya me han asaltado, y son muchachillos", al terminar mi jornada", suele contar a veces. Y la miramos cuando pasa algún indigente y ella les invita refresco y tacos.
YO LAS VI DE COMPAÑERAS DE ESCUELA, cuando llevaban a sus hijos a sus propios grupos o al de compañeros. O antes de irse los pasaban a dejar en la casa de los padres o hermanas, para que estas los llevaran. O a casa de una amiga solidaria. O fueron maestras de sus propios hijos, y su corazón sufría al tratarlos como alumnos, no como hijos, que andan siempre con ese remordimiento. O que no iban a los eventos en los días en que ellos cantaban, bailaban o declamaban, por tener el evento en la propia escuela. O porque les negaban el permiso de acompañarlos. "Maestra, yo también tengo a mis hijos". (Continuará)