¿Y de ahí?
11/02/2025
Accidentes: nuestra obligación hacer lo posible para evitarnos desgracias
El accidente del pasado fin de semana sobre la carretera Villahermosa-Escárcega sacudió a los tabasqueños, nos en la pena por la pérdida de tantas vidas, incluyendo familias con niños muy pequeños. Ante una desgracia tan grande y repentina, muchos dirían que esto fue fatídico, tanto porque es trágico como porque se asocia a la idea de algo marcado por el destino (fato).
Al enterarse de los hechos, la primera reacción de algunos fue cuestionar las condiciones en que se encuentra la carretera federal, o las condiciones materiales y humanas en que se llevan a cabo los viajes en esa línea de autobuses o en las que conducen los choferes de tráilers a esas horas de la madrugada. De manera casi sistemática, a estas personas les respondían otras en el sentido de que sólo la voluntad divina o el destino pueden definir si algo así ocurre o si se pierde la vida de cualquier otra forma.
Hay dos posturas diametralmente opuestas en esas actitudes: una, más espiritual, conservadora, tiende a la resignación, a aceptar la desgracia como inevitable; la otra, más pragmática, racional, busca entender las causas para buscar formas de prevenir que accidentes así vuelvan a pasar.
Ambas formas de pensar y de ser válidas, aunque son más o menos útiles según el contexto. Para una persona que ha sufrido una pérdida familiar, o se ve de pronto en la lucha por salvar la vida de un ser querido, buscar responsables u obsesionarse pensando cómo se pudo evitar la situación que ya tiene encima puede no ser sino un tormento. El acompañamiento de otras personas, incluso la fe que ella misma profese, puede ser crucial para procesar las emociones, para seguir adelante a pesar del dolor.
Sin embargo, a nivel social aceptar que los accidentes pasan, sin entablar ningún cuestionamiento, es contraproducente. No se trata de defender el que algunos se aprovechen la desgracia ajena al politizarla. Más allá de criticar a una persona, un partido o un gobierno, es válido, hasta necesario, cuestionar qué se pudo haber hecho para evitar una tragedia como la de la madrugada del pasado sábado.
Los credos y prácticas religiosas son válidos, pero el Estado es laico y la soberanía que tanto nos gusta ostentar implica la obligación de permanecer vigilantes y exigentes respecto de los asuntos de interés público. Al César lo que es del César, el ejercicio del poder tiene una dimensión política así como también normativa. Así como los ciudadanos tenemos obligación de elegir quién nos gobierna, debemos vigilar que se cumplan las normas y que éstas se ajusten cuando se necesite.
Las actitudes antes señaladas se identifican claramente en la Encuesta Mundial de Valores, que estudia los valores y actitudes que se fomentan en casi cien países de todo el mundo. En América Latina, en general, predominan los valores tradicionales, que enfatizan la religión y la familia; mientras que en países como Alemania, Japón, Suecia o Dinamarca se promueven más los valores seculares, se valora más la racionalidad que la religión o la familia. En los países latinoamericanos, se promueven como valores fundamentales el trabajo duro y la obediencia, mientras que en otros países que admiramos como "más desarrollados" se fomenta más la creatividad e independencia.
No es que la religión o los valores tradicionales sean intrínsecamente negativos, sin embargo, tienen relevancia en la dinámica social cuando resultan en ciudadanos más confiados en que una voluntad divina cuide de ellos, en vez de procurar involucrarse en los asuntos de interés público.
Sin duda, se pueden salvar muchas vidas cuando las carreteras están en buenas condiciones, las empresas de transporte de pasajeros y de carga operan con vehículos en buen estado, se verifica constantemente que los choferes vayan descansados y con buena salud. Los accidentes no se pueden reducir a cero, pero muchos sí se pueden prevenir.
Preguntarse cómo pueden prevenirse o reducir los impactos de los desastres nos ha llevado a grandes avances. Esto ha permitido, por ejemplo, que desde el gran terremoto de Lisboa en 1755, se desarrollaran técnicas de ingeniería, normas construcción y protección civil que han salvado quizá miles de vidas. Cada uno es libre de creer (o no) que existe un destino o una voluntad divina. Eso no se opone a nuestra obligación hacer todo lo posible para evitarnos desgracias.
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