Riesgos de escribir un libro y la importancia de leer

Ese mismo estudio detectó que en México el 54

SEGUNDA PARTE.- En la entrega anterior me referí a la reacción desinformada y fácil de quienes criticaron el libro “ANTIMEMORIAS” de Humberto Mayans, sin haberlo leído. También le comenté que en México tenemos un muy bajo nivel de lectura como lo ha documentado la UNESCO.

Ese mismo estudio detectó que en México el 54 por ciento de los encuestados dijo que no leen cotidianamente; el 35 por ciento aseguró no haber leído un solo libro en su vida. Uno de cada dos hogares en México tiene entre uno y diez libros que no son escolares. Por el contrario, y de acuerdo a los estudios de la Universidad Nacional de Australia y de la Universidad de Nevada en Estados Unidos, en los países más avanzados cada hogar tienen un promedio de entre 218 y 150 libros. Estonia encabeza la lista con 218, le sigue Noruega con 212; República Checa y Dinamarca, 192; Rusia y Alemania 151; Australia y Reino Unido 145; Canadá, 125 y Francia 117. Tengo amigos que son asiduos lectores que tienen entre cinco y diez mil libros en sus bibliotecas. Yo no digo cuántos tengo.

Y en este sentido, en su libro nos dice Humberto Mayans que ha podido reunir a lo largo de su vida una “nutrida biblioteca” que comprende libros de historia, filosofía, ciencias sociales, poesía, novela, arte, música. Que su biblioteca incluye muchos libros firmados por autores y una colección de libros escritos por premios Nobel, todos firmados por ellos. Y posee además cerca de 30 ediciones, bellamente ilustradas, de Don Quijote de la Mancha.

¿Y por qué saco a colación a nuestro amigo? El comentario va dirigido a los francotiradores y que de libros poco saben. Por experiencia les digo que no se escribe un libro nada más porque me dio la gana, nada más porque hoy se me ocurrió que yo también soy escritor y que sólo basta con sentarme en mi escritorio o en mi mesa y, si es un libro de memorias, nada más me pongo a recordar ¡y ya!, a escribir se ha dicho. Para escribir un libro y bueno se requiere un amplio acervo de lecturas que se han madurado a lo largo de tu vida; se requiere un método, una formación intelectual y epistemológica y, por ende, una concepción del mundo, pero sobre todo ello mucho trabajo y mucha disciplina. Vargas Llosa escribió que los jóvenes escritores de hoy creen que para serlo se requiere noventa por ciento de inspiración y diez por ciento de trabajo; y el Nobel peruano dice que es al revés: noventa por ciento de trabajo y diez por ciento de inspiración. Y si no que lean su novela La fiesta del Chivo que evidencia un amplio y acucioso trabajo de archivo y casi detectivesco.

Ajeno a la magia y al encanto que tiene la lectura de buenos libros, un querido tío abuelo y que se dedicaba al comercio y la cría de ganado, de buena fe me decía cuando era niño: “Lee hijo, acostúmbrate a leer para que así tengas plática en una reunión, tengas de qué hablar en una conversación”. Mi tío me lo decía de buena fe, fue un hombre bueno que yo quise mucho y él a mí también. Sin embargo, décadas de ser un asiduo lector me han enseñado que no es ese el fin de la buena lectura, eso pienso y afirmo hoy como lo sabe cualquier buen lector. No se trata de leer para tener conversación en una reunión o para tener de qué hablar como si fuéramos merolicos y apantallar a los demás. Eso sólo lo hacen los imbéciles y los necios.

NUNCA ESTARÁ SOLO

Cuando se descubre el profundo placer y la magia de la buena lectura, ahí la mente es libre, vuela a su antojo, y la imaginación, como máquina del tiempo, nos lleva a épocas pasadas y a lugares lejanos, el libro nos permite escoger las mentes lúcidas y geniales con quien queremos platicar y soñar. Un buen libro nos brinda placer como nos lo da una rica taza de café por la mañana, un buen vino o fría cerveza al mediodía o hacer el amor con una hermosa mujer. Cuando descubrimos el placer de la lectura, logramos entender lo que nos dice la incansable y envidiable lectora Rosa Montero en su libro El amor de mi vida. En él escribe: Dejar de leer es la muerte instantánea. Sería como vivir en un mundo sin oxígeno. Luego nos dice la misma escritora: Siempre me ha dado pena la gente que no lee, y no ya porque sean más incultos, que sin duda los son, sino… porque viven menos. El que lee vive más: vive otras épocas y mundos a su selección, escoge personajes de cualquier tiempo con quien conversar. En sus lecturas escoge viajar al interior de las personas como nos llevan de la mano Honorato de Balzac o Dostoievski; el buen lector puede detener el tiempo y disfrutar por largo tiempo lo que acontece en un segundo con ayuda de Marcel Proust, Jame Joyce o Virginia Wolf. Con la lectura se puede vivir y revivir la vida mística de Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León o San Juan de la Cruz. Y además esos místicos, excelentes escritores, manejan una prosa que raya en sinfonía, y esta armonía de palabras es otra magia del buen libro.

Todo buen escritor trabaja en busca de la arquitectura sintáctica, como señalaba Pessoa, organiza las palabras de tal forma hasta lograr una armonía similar a una sinfonía: hasta que suene bien al oído y al alma. Todo ello genera una catarsis en el lector y lo vuelve un mejor ser humano. Para mí esa debe ser la meta y la utilidad de la buena lectura: humanizarnos. Y en el sentido de la prosa perfecta, casi sinfonía, se llevan las palmas el maestro Don Alfonso Reyes y el gran Jorge Luis Borges, envidiables eruditos los dos. Invito a mis paisanos, amigos y a quien lea este artículo que se metan al mundo mágico y placentero de la lectura de buenos libros para enriquecer y ampliar sus vidas y para que vivan más. Como dice Osho el hombre que aprende a vivir solo jamás está solo. Y con un buen libro jamás está solo. (FIN)