OPINIÓN

PLANO TANGENTE
07/04/2025

LAS NUEVAS FAMILIAS PEQUEÑAS

"Una casa es un lugar donde uno es esperado".

Antonio Gala

El tamaño promedio de los hogares en México ha variado significativamente con el tiempo debido a factores demográficos y sociales. Entre 1940 y 1960 creció de manera sostenida, alcanzando un promedio de 5.8 miembros por hogar en 1960, reflejo de las altas tasas de fecundidad de la época. Sin embargo, a partir de 1970, se observa una tendencia a la baja, asociada a la reducción de la fecundidad y otros cambios sociodemográficos. Aunque las familias numerosas han perdido prevalencia, su impacto sigue siendo notable.

La disminución del número de hijos por familia tiene implicaciones profundas en cómo se organizan las sociedades. Con menos hijos (por ejemplo, dos por pareja), la responsabilidad de atender a los padres ancianos recae en un grupo reducido, lo que puede generar una carga emocional, física y económica significativa. Esto ha incrementado la dependencia a residencias de ancianos, cuidadores profesionales o servicios públicos, ejerciendo presión sobre los sistemas de seguridad social, especialmente en países con poblaciones envejecidas.

Los padres con pocos hijos podrían enfrentar mayor aislamiento en la vejez si estos viven lejos, están ocupados o no pueden ofrecer atención constante, afectando su bienestar psicológico. Las estructuras tradicionales, donde abuelos, padres y niños convivían o colaboraban estrechamente, están siendo reemplazadas por familias nucleares más pequeñas. Esto reduce los lazos intergeneracionales y la transmisión de valores, tradiciones y apoyo mutuo, disminuyendo también la relación con tíos, primos y abuelos, como red de pertenencia.

Con menos hijos que contribuyan al mantenimiento de los padres, los adultos mayores dependen más de ahorros o pensiones, lo que puede aumentar la pobreza en la vejez en países con sistemas de jubilación débiles. Además, la baja natalidad genera una población envejecida con menos jóvenes para mantener la economía y cuidar a los mayores.

Ahora bien, la tendencia de las familias a reducirse en tamaño responde al contexto social, económico e incluso ambiental que se está viviendo. Por una parte, cada vez existe más holgura en la decisión de tener o no hijos, así como una mayor apertura a la educación sexual. También, la vivienda y la educación se han vuelto casi imposibles de costear. Y con el manojo de crisis ambientales de hoy en día, tampoco se incentiva traer a más gente al mundo.

Con esto en mente, la diminución de los miembros en la familia ofrece beneficios notables. Los padres pueden dedicar más tiempo, dinero y esfuerzo a cada uno, mejorando su educación, salud y oportunidades. Esto desemboca en generaciones más preparadas y autosuficientes. Las familias pequeñas permiten a sus miembros perseguir metas personales, como carreras o viajes, sin la presión de una extensa red de responsabilidades, fomentando la independencia.

Por el contrario, en hogares grandes la crianza tiende a ser más estricta, con menos atención individual, mayor uso de castigos corporales y menor inversión de recursos por hijo. Estudios señalan que estas familias producen más casos de delincuencia y alcoholismo, y las madres enfrentan mayores riesgos de enfermedades físicas (Wagner y Schubert, 1985). Las familias pequeñas incluso se asocian con mejores resultados en coeficiente intelectual, rendimiento académico y desempeño laboral de los hijos.

Criar menos hijos reduce los gastos en alimentación, vivienda y educación, mejorando la calidad de vida y facilitando la planificación financiera, incluidos ahorros para la vejez. Estas familias se ajustan mejor a la vida urbana, donde el espacio y el tiempo son limitados, especialmente cuando ambos padres trabajan. Al depender en menor medida de los hijos, los padres exploran opciones como comunidades de jubilados, tecnología asistida o redes de apoyo externas, diversificando las formas de envejecer dignamente.

Menos miembros por hogar suponen un menor consumo de recursos naturales, reduciendo la huella ecológica en un mundo preocupado por la sustentabilidad. También, en el contexto patriarcal, implica menor expectativa de que las mujeres sean las principales cuidadoras, por lo que se abren oportunidades para su participación plena en el ámbito laboral y social, equilibrando las responsabilidades entre géneros.

Que las familias se vuelvan más o menos numerosas solo responde a las condiciones materiales e ideas de la época. Disminuir el número de hijos por pareja es una adaptación a los nuevos tiempos; de otro modo, no sería sostenible el concepto de la familia. Sin embargo, esto también plantea problemas a futuro para los que debe haber preparación. Sobre todo, se debe tomar en cuenta el envejecimiento de la población y la importancia de la comunidad. Una familia más pequeña abre la posibilidad de formar relaciones más estrechas y, por tanto, una ´tribu´ más sólida (no confundir con cerrada). La soledad y el individualismo nos están saliendo muy caros, y cada vez es más importante colectivizarnos. 



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