Para Fátima (II)

HACE BIEN NO EL ESCAPULARIO

HACE BIEN NO EL ESCAPULARIO COLGADO en el cuello, sino lo que hace el depositario de la misión humana. El mal no es por generación espontánea, ni porque así salieron las cosas. Ni vale decir que "este me salió malo o mala". Sino que todos son enlaces de lo que se hace. A veces ni nos damos cuenta del daño que hacemos con una palabra imprudente, con un acto inconsciente o una expresión no pensada. Se nos va la pata metida, y para sacarla no tenemos valor de decir que se ha cometido error, y la palabra disculpa o perdón se nos dificulta. Y dejamos que el azar componga lo que hemos descompuesto. Me refiero a las relaciones humanas.

HACE BIEN UN HELADO, un agua limonada. Hace bien un abrazo. Una mirada de aliento. Una caminata sin prisa solo o acompañado. Hace bien un poco de lectura o mucha. Mirar una puesta de sol o el amanecer. Oler la guayaba carnal o el durazno en su mejor momento. Hace bien el tormento de la dicha. El huracán de buenos deseos. Hacer bien por el bien mismo. Sin el egoísmo de hacerlo por sentirse mejor. Hacen bien las miradas que acarician. Que alguien diga nuestro nombre y que piense el deseo de que nos vaya bien. Hacen bien las conexiones de pensar en los otros, cercanos o lejanos: aquel amigo, aquella amiga, que están lejos, pero cercanos a nuestros afectos.

Y A MANERA DE SERRAT con su canción "prefiero", yo le sigo la corriente, que prefiero la charla del demente a las buenas palabras del asesino. Prefiero el beso de Judas a la simulación de los afectos, donde anida la traición. Prefiero la ausencia sana al rogar insano. Prefiero una mano en mi mano, sea de saludo o caricia, que miles de manos aplaudiendo a los falaces. Prefiero en la baraja de la vida, la cuarta  de seises, al as o rey disparatado, cuyo ego le hace sentirse superior que de nadie necesita. Prefiero el agua clara y transparente que bebemos las especies, al agua bendita guardada en un rincón. El agua corriente, al agua de garrafón. Prefiero tu mirada aunque sea de lejos, a la mía tan cercana que se mira a los espejos, como si ese fuera la misión. Prefiero reconocerme humano en los otros, que pregonar lo mismo dentro de mí.

YO LE PIDO PERDÓN A FÁTIMA. Al espíritu de Fátima. Al alma de ella. Por todo eso que le ha pasado y a su hermano Daniel, a su familia. Ella de 12 años, fue brutalmente asesinada en el municipio de Lerma, Estado de México, en 2015. Tres torvos sujetos, de tres generaciones, uno anciano y uno menor, otro joven, la asesinaron, sobra decir que con saña y premeditación. Una niña. Regresaba ella de la escuela siempre por el mismo camino. Y la interceptaron sus maleantes vecinos. Ella soñaba con ser médico para curar a sus padres ya viejos, decía desde niña, la niña que lo era. Y un Vía crucis el pedir -como rogar- justicia desde entonces. Y ellos a salto de mata, ¡los familiares víctimas! por el temor de la venganza de los asesinos, por ellos pedir, rogar justicia, sin distraerse. Y en ese salto de mata, vivir en Nuevo León, y enfermarse Daniel, y morir por negligencia. ¡Qué desgracia aumentada! 

PASA UN VECINO DE MIS APRECIOS, que se llama Juan. Yo abro la ventana y en su pasar le grito ¡Juanelo!, a manera de saludo. Él voltea a verme y no me mira, porque estoy en la ventana, pero dentro de la casa. Y me contesta "ejaa", a manera de respuesta cariñosa. Y eso me hace sentirme bien. He abierto la ventana y ha entrado el aire fresco. Y yo le pongo fin a este texto. ¿Qué más hacer?