Nuestras ciudades Elogio de los parques: Definiciones

literarias: ¿qué es un parque?

Siempre la literatura acude en nuestro auxilio. Todos hemos estado en un parque alguna vez, pero pocos somos capaces de definirlos en palabras que los abarquen.

Veamos el ángulo literario de nuestro tema.

“Un parque es oasis de soledad”, escribe el cuentista ruso Anton Chéjov, quien quizás nos habla de soledad acuciado por el frío de San Petersburgo. Desde la soleada Italia, el novelista Alberto Moravia escribe: “Los parques viven con las personas y mueren con ellas. Un parque abandonado es muestra de patetismo humano”.

Curiosamente, esta percepción de Moravia nada a contracorriente de la leyenda del rumano Emile Cioran, sentado en los parques de Francia, leyendo libros de filosofía, durante los bombardeos alemanes de la segunda guerra mundial. El parque abandonado era sobrevivencia ante el ataque nazi y el gesto de Cioran (sea mítico o real) simboliza una defensa de la vida ante la barbarie. La vida que, con firme sencillez, enfrenta a la muerte. Leer un libro en el parque mientras caen las bombas. Si no fuese cierto, debería serlo.

Otros escritores ven a los parques con anteojos menos idílicos. Por ejemplo, para el norteamericano Henry Miller “un parque es siempre un zoológico”, lo que equivale a resaltar la bestialidad humana. El duro Charles Bukowsky, en vena más pragmática, comentó: “Un parque es un refugio grato después de una juerga”.

La percepción depende de la biografía. Por ello, no es casualidad que el argentino Ernesto Sábato explicara alguna vez: “los parques son espacios de honestidad que, paradójicamente, surgen de la hipocresía de las ciudades”. Parece que el maestro Sábato perfila una crítica estructural hacia el diseño de las grandes ciudades, que encapsulan el verde en los parques. Fuera de ahí, sólo hay lugar para gris y negro.

Desde Francia, aparece la profundidad emocional de Marguerite Yourcenar: “Un parque es consolación, caricias para el espíritu en un mundo obstinado y silencioso”. La acústica de los parques, con sus pájaros, sus vendedores, sus visitantes, merecería un artículo aparte. Prosigamos.

El azurri Italo Calvino se adhiere a la visión de Yourcenar y complementa al argentino Sábato: “Un parque es trazo de humanidad en ciudades inhumanas”. Calvino perfiló en su relato “Las Ciudades Invisibles” una indagación en torno a las sensibilidades que vale la pena preservar. En ese relato, los parques (exóticos, detallados, hermosos) son de los pocos paisajes habitables.

Dice el inglés Anthony Burgess: “Un parque es laboratorio para niños. Las risas son sustancias catalizadoras”. Los parques como química del alma. No pasa lo mismo en África, desde donde Ben Okri escribe: “Un parque es un desfile de personalidades, con afanes y ánimos de exhibición. Y hay quienes se desvanecen en el desfile”. Debe ser reciente la vivencia de los parques en Africa, tan llena de verde selva, de naturaleza intensa. También, esta frase de Okri recuerda a una frase de Bob Dylan en su canción Mister Tambourine Man (señor del pandero): “Estoy listo para desvanecerme en mi propio desfile”. Los desfilen pasan por los parques.

Desde la música, el mexicano Silvestre Revueltas dice: “Un parque es una sonata, con sus variaciones y delicadezas. La música de los parques empieza en las pequeñas notas del pasto”. De nuevo, la percepción es biografía.

Y finalmente, en esta danza de definiciones, a contracorriente del ruso Chéjov, el chileno Pablo Neruda lanza su palabra: “Un parque es luminosa compañía. Punto”.

Pues punto. Le seguimos…