El corazón de la bestia

La dramática historia de estos personajes, situada en el contexto de un mundo convulso...


"El libro para leer no es el que piensa por ti, sino el que te hace pensar", afirmaba Harper Lee. Sin que se menosprecie a ninguno, los mejores libros son aquellos que ofrecen a los lectores un pase de abordar a múltiples lugares, los que conducen a variadas reflexiones, los que nos sugieren distintas interpretaciones. "El corazón de la bestia" (Bibliófagos, 2023), de Vicente Gómez Montero, es uno de ellos.

Esta obra narra las fantasiosas vidas de Krime y Brais, dos bestias que, fieles a su naturaleza, sin moral ni corazón, van tras sus instintos de dominio y poder, en un tablero donde se mueven piezas como la intriga, el odio, la simulación y el embuste. Narel, una hermosa y astuta joven, hace alarde de sus encantos con un dejo de malicia para apoderarse de sus corazones.

La dramática historia de estos personajes, situada en el contexto de un mundo convulso y plagado de ambiciones y emociones ingobernables, podría ser la de muchas personas, la de instituciones públicas y privadas, o incluso la de países enteros. Historias de alianzas y traiciones. Historias de rostros ocultos. Historias de afanes de exterminio.

Nada de raro habría si en lugar de Krime o de Narel o de Brais estamos usted y yo. Tampoco sorprendería si en el papel de estos personajes colocamos los nombres de Israel o Gaza, o los de Rusia y Ucrania. Muchas interpretaciones pueden llegar a la mente del lector, allende las fronteras de lo literalmente escrito. ¿No es acaso la lectura una invitación a crear y  recrear un sinfín de mundos?

En una de las escenas, cuando Krime confabula con Narel para darle muerte a Brais, se agolpó en mi memoria aquella popular sentencia que dice: es preferible compartir con un enemigo confeso que con un judas, refugiado en tu propia casa, listo a venderse por migajas. La ambición cobra vida en el desmedido interés por lograr poder o fama mediante argucias.

La ambición en su significado se integra con la traición. Son indisolubles. Las ansias de la primera conducen a la segunda. Ambos desvíos de la conducta humana se enlazan y convierten al hombre o a la mujer en un ser indigno y despreciable, predestinado al abismo.

Por cierto, en "La Divina Comedia", esta magistral obra escrita por Dante Alighieri, el infierno comprende nueve círculos de tormenta y castigo, a los que hemos de ir a parar eternamente según cómo hayamos vivido nuestra vida o desarrollado nuestros actos y acciones. El último círculo está asignado para los traidores, porque —a decir de Dante— en esa zona permanece atrapado Lucifer.

El círculo número nueve es el centro del infierno, reservado para quienes cometen el último pecado: la aborrecible traición a un semejante, a la familia, a Dios.  Es una de las más bajas pasiones que impiden a los seres humanos trascender y abre la puerta para que de sus personalidades surjan las bestias, buscando hacerse de un lugar en la sociedad, sin importar que para conseguirlo sometan a otros a vejaciones, burlas o daños morales y físicos; esto significa que la ética o los sentimientos de bondad no tienen cabida.

Una de las enseñanzas implícitas en el texto dramático de Vicente Gómez, entre muchas otras que los lectores pueden sugerir luego de su encuentro con "El corazón de la Bestia", es que cuando el hombre pierde la confianza en el hombre, cuando en su mente anida la duda acerca de los demás y hasta de sí mismo, está en riesgo de emprender el camino del miedo, la desesperanza, la insensatez. Una vez dado el primer paso, no se detendrá hasta encontrar cualquier recurso para anular la existencia del otro.

La única manera de echar para atrás y evitar que nos consuman el rencor, la envidia, la soberbia, el desapego y la ausencia de voluntad (en pocas palabras: el salvajismo), es construir la utopía de que el amor solidario es posible.

Aunque en su esencia las bestias no aman, en nuestra condición humana debemos hacer que el amor sea una especie de estrella sobre la cual poner la proa visionaria para que, como decía José Ingenieros, crezca en nosotros el resorte misterioso de un ideal. Así es como se establecen los cimientos de un mundo mejor.