Itinerarios

Es un honor estar con Obrador

El Zócalo de la Ciudad de México estaba a reventar. En contra del golpe de Estado constitucional, que, con el apoyo de la SCJN y el Congreso, intentó asestar Vicente Fox a Andrés Manuel López Obrador, marcharon hasta esa plaza y desde el Auditorio Nacional más de un millón de personas.

Con un inaudito “les amo desaforadamente” cerró el entonces jefe de Gobierno su discurso y selló así el pacto con ese pueblo que lo llevaría 13 años después, con sus votos, a la Presidencia de la República.

Amor con amor se paga, dicen y tienen razón.

“El mesías tropical”, le llamaron.

De “populista”, lo acusaron.

Que era “un peligro para México”, repitieron hasta el hartazgo; a los instintos más oscuros y primitivos de los seres humanos apelaron —para frenarlo a toda costa—, unidos por el miedo a que triunfara y por el odio que por él sentían, los oligarcas, quienes a su servicio detentaban el poder político en el viejo régimen y los medios de comunicación masiva.

Nunca hicieron un esfuerzo serio por entenderlo, por descifrar la naturaleza profunda de su relación con un pueblo al que, para negarlo, rebautizaron como “sociedad civil”.

Durante muchos años, casi 50, he seguido los pasos, con mi cámara al hombro, de dirigentes y gobernantes revolucionarios en México y otros países.

A ninguno lo he visto perderse entre la gente como a López Obrador.

En medio de la multitud, genuinamente, sin imposturas de ningún tipo, se vuelve solo uno más de entre las y los muchos sin rostro.

En él, porque es como un espejo para cualquiera, se reconocen millones de personas; por él se saben representadas, con él se sienten, por primera vez en la historia, al mando en Palacio Nacional.

La complejidad de este hecho inédito, de su personalidad y su pensamiento político, es incomprensible para una derecha tan ignorante, tan soberbia y tan simple como la mexicana

De ese “amor desaforado” a la República amorosa y de ahí al humanismo mexicano pasando, por supuesto, por aquello de que “el poder solo tiene sentido y se convierte en virtud cuando se pone al servicio de los demás”, ha transitado siempre Andrés Manuel, quien es de ese tipo de líderes excepcionales a los que mueven sus semejantes.

“Aun a riesgo de parecerles cursi he de decirles —escribió el Che Guevara y viene a cuento— es sobre todo obra de amor”, y eso López Obrador no lo olvida nunca; sabe que al pueblo se debe, que gracias a él está donde está, que le ha protegido, que le debe obediencia y sabe también que, para servirlo, es preciso vencer y que es necesario, porque aquí la lucha es democrática, no tener apego al poder.

El racismo y el clasismo compulsivos de las élites las lleva a despreciarlo, a caricaturizarlo, a simplificarlo y, en la red, a insultarlo vulgar y violentamente o a intentar deshumanizarlo — como los nazis hacían con los judíos— considerándolo algo menos que cosa.

El ataque masivo y constante en su contra, en lugar de disminuirlo, lo hace crecer a los ojos de aquellas y aquellos que, por décadas, han sido víctimas de esos mismos agravios.

Por eso en las plazas y calles de pueblos y ciudades las multitudes le gritan —y se trata más de una declaración de amor que de una consigna— “no estás solo”.

Con él se identifican cuando le insultan, en él se ven cuando vence, con él y con la 4ª transformación —que tocará a otra o a otro continuar y consolidar— se comprometen, nos comprometemos, al decir “es un honor estar con Obrador”.