Gobiernos sin mayoría
Serán literalmente “gobiernos sin mayoría”
Una vez concluidas las elecciones intermedias (las más concurridas –en su tipo- en la historia reciente), y con base en los datos del Programa de Resultados Electorales Preliminares, se puede decir que en Tabasco, excepto por los municipios de Cárdenas, Centro, Comalcalco y Jonuta, los candidatos y candidatas a las alcaldías que se alzaron con el “triunfo” en los 13 municipios restantes no recibieron el apoyo de la mayoría absoluta de los ciudadanos que votaron en la jornada del 6 de junio.
Serán literalmente “gobiernos sin mayoría”, circunstancia que se presenta cuando ningún partido político obtiene una cantidad de votos superior a la suma de los sufragios de sus oponentes y los que fueron anulados. A diferencia de lo anterior, en los casos de Cárdenas y Centro, por ejemplo, 6 de cada 10 electores dieron la victoria a las candidatas de Morena.
Visto así, los partidos que gobernarán conforman en realidad una especie de minoría ganadora, por lo que en vez de discursos triunfalistas deben asumirse responsabilidades y compromisos serios en beneficio de todos.
Una causa de este fenómeno político-electoral es el exceso de partidos que entraron a la competencia y no hicieron más que pulverizar el voto. Muchos de ellos no son capaces de sobrevivir sin alianzas, pero sí cuestan muchísimo a los contribuyentes. En Tabasco, al menos 5 perderán el registro y sus prerrogativas por no haber alcanzado el 3% de la votación.
Cabe reconocer, sin embargo, que la apertura a todas las voces es un mecanismo típicamente democrático que procura garantizar el respeto a la igualdad y dignidad de las personas.
Apelamos, por lo mismo, a que los futuros gobernantes hagan suya la concepción sobre democracia de Norberto Bobbio: no es solo el consenso de una supuesta mayoría sobre los representantes a elegir; es, ante todo, la posibilidad de asentir y disentir, y entonces también la efectiva posibilidad de expresar opiniones discordantes acerca de cómo proceden nuestras autoridades y las decisiones a tomar.
Por el desatino de no comprender lo anterior se da pie a la soberbia política. Una vez conseguido el poder, hay gobernantes en quienes permea la arrogancia de creerse más listos que los demás, sucumben a la tentación de creerse superiores a sus conciudadanos y, por lo tanto, con el derecho a dirigirlos, sin mirarlos ni escucharlos.
Quizá por eso la política tradicional pocas veces se ha caracterizado por ser un terreno fértil para la humildad. En cambio, prolifera un patético panorama donde bandos y bandas prefieren el enfrentamiento en lugar del diálogo.
Decía Marco Tulio Cicerón: “Cuanto más alto estemos situados, más humildes debemos ser”. Pero humildad como virtud, no como discurso o mero instrumento de retórica, porque la demanda creciente de la ciudadanía es que sus servidores públicos se conduzcan con liderazgo ético y compromiso.
Hacia allá deben ir todos, absolutamente todos (máxime en escenarios donde se gobierna sin mayoría): menos actitudes pretenciosas, más integridad política, más prudencia, más humildad para encauzar de mejor manera el desarrollo y la convivencia social.