Ficciones en tiempos del Covid19: Comala, Macondo y la Región más transparente, revisitadas
Comala, Macondo y CDMX: las identidades entrañables
EN TIEMPOS de incertidumbre, elegir la literatura significa repensar conflictos a través de veredas imaginativas. En este sentido, las miniaturas literarias que aquí compartimos aspiran al divertimento reflexivo. “La ficción es libertad interior y con ella cada uno de nosotros puede ser un cosmos, más que un caos,” escribió Ralph Emerson (EEUU, siglo XIX). Su idea sigue vigente: en la zozobra, hay que ordenar con ficciones el caos que cargamos por efecto de una realidad gris.
Fue una semana de datos duros: Tabasco llegando a los 3 mil casos y más de 370 fallecidos; a nivel nacional rebasamos los 60 mil positivos reportados oficialmente con casi 7 mil muertes. Tabasco y Oaxaca fueron los dos estados que recibieron una llamada de atención por violar en confinamiento. En medio de todo, tomemos la ficción para matizar la realidad.
CURA PARA LA MEDIA LUNA
VINE a Comala porque me dijeron que un tal Pedro Páramo buscaba la cura para Susana San Juan. El amor le puede al odio. Los traslados son como aguardiente mal refinado, por las medidas de distancia social y bioseguridad que se mantienen a lo largo del Bajío. La tierra seca y polvorienta acompaña a mis pies.
Mi nombre es Juan Preciado, servidor de la nación y médico internista destinado a Comala para ayudar a sus pobladores durante la pandemia. El primer problema fue la irrealidad: como si todos los vivos estuvieran muertos. El silencio de las piedras era elocuente. Esperaban la vacuna contra el Covid19. Solo y mi alma, apenas pude preguntar por Pedro Páramo. Dos jornaleros que vaciaban su soledad en un cuarto de caña, me advirtieron: “Si no trae la vacuna, mejor no lo vea. Pedro Páramo es un rencor vivo. Se ha vuelto loco desde el contagio de Susana San Juan”. Eso me decidió a visitarlo.
Al despuntar el alba, me dirigí a las tierras de la Media Luna. La hacienda de Pedro Páramo cubría el horizonte. “¿Trae la cura?”, fueron sus palabras. Ojos recios, vidriosos. “No traigo la cura. Sólo medidas preventivas y palabras de consuelo,” repliqué. “Entonces regrese por donde llegó. Comala no lo necesita”, dijo mi padre biológico. El silencio alimentaba piedras.
“Necesita saber que México no lo olvida. Y quizás Susana quiere ver a quien pudo ser su hijo”, me lancé. El revire de Pedro Páramo sonó como fuetazo: “ante la ausencia del hijo, basta la presencia del padre. Ella no quiere palabras almidonadas”. Aunque me desarmó, la misión de salud seguía en pie: “Comprendo su dolor por Susana. Ahora usted necesita ordenar que nadie salga de sus casas. Tienen maíz, frijoles, vacas, gallinas y limones. Eso es mejor que nada”, dije y esperé. El silencio de las piedras me abrazaba. “Desde que Susana San Juan se contagió, ya no puedo ordenar nada”, confesó Pedro Páramo que se fue derrumbando como un montón de piedras. Sigo en Comala, para evitar contagios y vigilar que nadie se acerque a las tierras de la Media Luna.
LA CURA DE MELQUÍADES
MUCHOS años después, frente al centro de salud de Macondo, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar la tarde en que Melquíades llevó la cura del COVID19. Macondo se infectó cuando un hilo de sangre recorrió calles y casas, ante la mirada atónita de los pobladores. Aureliano dejó la fragua de peces de oro y se lanzó a buscar al gitano Melquíades, para intentar la inmunidad con Alquimia.
José Arcadio Buendía, atado al árbol que dominaba el centro del patio familiar, profetizó la segunda muerte de Macondo. José Arcadio Segundo, hermano de Aureliano, escuchó la sentencia del padre y replicó: “Ya entrados en números, esto parece la tercera resignación del gallo capón”. Úrsula Iguarán, madre incansable que salía de la cocina, terció: “Deja en paz a tu padre. Bastante tiene con hacerla de profeta mientras un árbol lo encarcela”.
Aureliano recorrió 23 poblados a la búsqueda de Melquíades y se perdió la ascensión de Remedios la Bella. Quienes la vieron levitar contaron a otros sus últimas palabras: “se van a caer, porque se pueden contagiar. Rueguen por Aureliano, no por mí”. El tiempo se hamacaba. Los contagios, dura lluvia, se extendían lentamente.
La mula cargaba cuatro cofres y dos hombres exhaustos, que llegaron a Macondo cuando la mitad del pueblo se había contagiado. Aureliano, sin prisas ya, preguntó: “¿los contagiados son conservadores o liberales?”, nadie le dio razón. Melquíades mostró su poción espesa, de color azulado, que nadie quería tomar. “¡es su segunda oportunidad sobre la tierra!”, urgían José Arcadio Segundo y Aureliano a los contagiados, apiñados en el centro de salud. El gitano Melquíades guardaba silencio y, aunque supo que su alquimia podía fallar, mantuvo en su corazón el fuego que desafiaba a la profecía sobre la segunda muerte de Macondo.
NARRAR O NO NARRAR
IXCA Cienfuegos no quería narrar. La ciudad de México, otrora la región más transparente del aire, era la zona cero de contagios en la república. Por su mente desfilaban imágenes: obreros desmañanados, con cubrebocas y guantes de goma, apilados en el Metro; comerciantes de frutas y verduras que salían a buscarse la vida; tenderos que levantaban con temor la cortina metálica; burócratas que inquietos subían al metrobús.
CDMX, llena de tianguis, se obstinaba en movimiento y en medidas preventivas. Ixca Cienfuegos no quería narrar la nueva normalidad. Le dijo a su creador: “¿Por qué no lo hace Artemio?”, y Fuentes apostilló: “Porque tú eres un sobreviviente y Artemio es un agonizante”. Ixca dejó atrás jirones de duda y se dispuso a narrar. Hasta aquí, con el permiso de Pablo. (vmsamano@hotmail.com)