ELECCIONES 2024: DEL VOTO DE CASTIGO AL VOTO DE APROBACIÓN

El proceso y el resultado de las elecciones mexicanas del 2024 dan lugar a una gran cantidad de observaciones y deliberaciones interesantes

PRIMERA PARTE

El proceso y el resultado de las elecciones mexicanas del 2024 dan lugar a una gran cantidad de observaciones y deliberaciones interesantes que, por razones de espacio, sólo podré enunciar. No sólo resulta interesante la discusión actual en los medios progresistas de saber si se trata ya de un cambio de régimen frente a la clase dominante y dirigente entre 1920 y 2018, sino que más allá de los diversos niveles de confrontación que se pueden analizar como nunca en la historia de México —quizás el mayor logro del esfuerzo, la política del movimiento y la presidencia de Andrés Manuel López Obrador—, la política en México, la transición y las campañas electorales atravesaron por lo cultural. Además de la aceptación del principio enunciado ya en su tiempo por Alejandro de Humboldt, de que México es el país más desigual del mundo, el sólo hecho de visibilizar lo que apenas era mencionado en publicaciones de los ideólogos, estudiosos o militantes de izquierda, la discusión sobre la etnicidad y la pobreza, ahora fue universalmente aceptado por toda la población.

Por ejemplo, queda patente el registro de la cuestión que hace Enrique Krauze cuando presenta como la nueva Virgen de Guadalupe a una persona de origen y aspecto indígena para representar a los partidos tradicionales y poderes fácticos. Aunque fuera una operación falsa, como en el caso de Cuauhtémoc Blanco en el estado de Morelos, que se presenta como una persona pobre, de barrio, aunque en los anteriores 20 años había ganado un millón de pesos mensuales, cuando menos desde fines del siglo pasado. Y el que la señora Gálvez todo el tiempo oscilara entre negar y aceptar pertenecer al partido tradicional de la derecha (Partido Acción Nacional), aunque había trabajado en su administración federal y sido delegada y senadora por ese partido, además de muchas mentiras más que se fueron descubriendo en el camino. En el mismo sentido, una victoria ideológico política y hasta cultural fue el que los programas de apoyo directo a poblaciones vulnerables que AMLO propuso desde su programa de gobierno para el estado de Tabasco en 1994 y puso en efecto siendo jefe de gobierno de la Ciudad de México, a pesar del voto en bloque en contra y los rechazos de todos los voceros de los partidos tradicionales y poderes fácticos (lo que podemos describir como la pared mediática), lo primero que hizo la candidata opositora fue sacarse sangre en una plaza pública para jurar que contra lo que ella misma había declarado, no los quitaría.

LA PARED MEDIÁTICA

Lo más visible, lo que pasmó tanto a la pared mediática (todos los locutores de las radios y televisoras comerciales, junto con los lectores de noticias de sus servicios informativos) como a los académicos e intelectuales, es que el partido Morena no sólo igualó la más alta votación que había obtenido un candidato en 2018, sino que la superó en 5 millones. Si bien la votación del 2018 se puede explicar como un voto de castigo contra los excesos de corrupción, desigualdad social y las políticas neoliberales de 36 años de los gobiernos del Partido Revolucionario Institucional y de Acción Nacional, y también por el carisma del líder Andrés Manuel López Obrador en su tercer intento por ser presidente (carisma que en su momento tuvo Cuauhtémoc Cárdenas), la votación de 2024 a favor de una científica y política calificada de no carismática, e incluso acusada en los debates por su competidora de “ser fría”, deja sin lugar a dudas que se trata de una aprobación mayoritaria de la población del proyecto del que ella abiertamente se ha manifestado como continuadora.

El corte de 2018 rompiendo la “alternancia política” PRI/ PAN, producto de la “transición democrática”, que según han defendido en esta campaña los intelectuales, exfuncionarios y miembros de los organismos autónomos estatales, fue universalmente calificada, incluso en su momento por la propia Xóchitl Gálvez, como un voto de rechazo a la llamada “clase política”. A esa conjunción de intereses entre políticos, algunos empresarios, académicos (la cúpula de CONACYT, el Foro Científico Consultivo y la Academia Mexicana de Ciencias), medios de comunicación, periodistas y comunicadores selectos, cuya formación fue impulsada como parte de las políticas neoliberales de “profesionalización” de la política cuyo objetivo era la “desdramatización” de la misma para asegurar una estabilidad de políticas cuyo objetivo eran los “cambios estructurales”, a saber, la privatización y apertura de condiciones de competencia iguales para extranjeros que para nacionales, sin restricción de sectores.

Un ejemplo de esta política fue la nueva ley petrolera de 2014 en la que muchos párrafos se inician con la frase: “el Estado mexicano no” hará esto o aquello. Una ley que antes que fijar las competencias del Estado y definir una política energética, como la redacción de las antiguas cartas de intención del Fondo Monetario Internacional del siglo pasado, lo limitaban y condicionaban reconociendo la superioridad jerárquica de leyes, tratados y tribunales extranjeros. En este sentido un gravísimo error de la campaña de esta oposición fue que al presentar al “equipo” de la nueva candidata autocalificada como “ciudadana”, eran absolutamente todos exfuncionarios de las pasadas administraciones encabezados por el ideólogo del neoliberalismo mexicano José Ángel Gurría. (Continuará)

(Publicado en Criba. Historia y Cultura. Se reproduce con permiso del autor. Rodolfo Uribe es doctor en Ciencias Sociales del Colegio de México. Investigador titular Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM, investigador invitado Universidad de Salamanca y de la Australian National University.)