El coronavirus su arraigo frente una población indisciplinada

El coronavirus su arraigo frente una población indisciplinada

El día que llegó el coronavirus…

El miedo a contagiarse con coronavirus tiene a una parte de la sociedad paralizada, la otra deambula por ahí, sin ningún recato o temor en tomar las medidas necesarias para no contagiarse y contagiar. De los que se cuidan, la mayoría son responsables, tienen un arraigo a algo; a sus pequeños hijos, padres, abuelos, o familiar cercano con patologías crónicas de tipo cardiovascular, como hipertensos, diabéticos y fumadores, o personas con cáncer, así como con problemas respiratorios crónicos, que pueden costarle la vida si se contagian. Por otro, lado, están los que cuentan con recursos para sobrevivir la crisis, gente de la clase media o alta, que tienen un salario seguro y que puede seguir “el quédate en casa”. 

También están los más vulnerables, los que viven al día y necesitan salir a trabajar, aún con el riesgo de contagiarse. Por último, se encuentran los irresponsables, aquellos que no se cuidan y no les importa la vida de los demás, ni la de ellos. Estos provienen de cualquier estrato social: la mayoría de estos visitan a los amigos o salen a la calle sin medidas de protección ni sana distancia. Para ellos, el virus no existe hasta que llega y causa estragos dentro de su familia o conocidos. Esta forma de actuar, rebasa fronteras, no solo ocurre en países pobres como los de Latinoamérica, sino también en sociedades como la europea y norteamericana: en todos lados hay personas egoístas e irresponsables. De ahí, que en varios países del mundo se haya desbordado la epidemia causando un elevado número de contagios y muertes, los ejemplos son España, Italia, Estados Unidos de Norteamérica, Brasil, México, entre otros. 

De acuerdo con los datos (recabados entre las familias, hasta el momento no hay cifra oficial planteada por el sector salud), el menor número de infectados es aquel que está tomando todas las medidas dictadas por las instituciones gubernamentales de manera responsable y aplica estrictamente sus prácticas de higiene personal y sana distancia. La pregunta obligada es ¿cómo parar el virus en una sociedad inconsciente de su propio riesgo? 

No hay una única respuesta. En todos los países del mundo se han aplicado diversas medidas, desde suaves hasta severas y han fallado ahí donde la sociedad es irresponsable o se ve obligada a salir ante la falta de una política económica que garantice su ingreso monetario; muy pocos países están en condiciones de hacerlo, sin colapsar sus economías. 

LA SOCIEDAD COMO PROTAGONISTA

Dentro de los países con medidas más severas que las de México, pero con indisciplina social, está el caso de Perú; ahí desde el 16 de marzo, el gobierno decretó un estado de emergencia sanitaria, cerró las fronteras del país, ordenó que la gente saliera sólo para cosas imprescindibles como comprar alimentos y medicamentos, y decretó toques de queda en distintos horarios en todas las ciudades. La prontitud de las medidas se recibió con beneplácito, sin embargo, los resultados no fueron positivos. Hasta hace poco, aún con todas esas restricciones, Perú era el segundo país de América Latina con más casos de COVID-19, en términos absolutos después de Brasil, y el duodécimo a nivel mundial (Universidad Johns Hopkins). Su problema: la indisciplina social. 

Otro de los casos de Latinoamérica, que empleó medidas radicales fue Chile, con una cultura autoritaria producto de padecer una dictadura en el pasado reciente. En este país, cuando apenas iniciaban los contagios, se recurrió la fuerza del Estado con medidas drásticas: cerró las fronteras, promulgó una cuarentena que incluyó multas y penas de cárcel establecidas en su Código Sanitario y el Código Penal para quien la incumpliera. Por otro lado, aplicó un sistema de “toques de queda” para lo cual solicitó el apoyo de las Fuerzas Armadas y restringió el libre tránsito de una región a otra, salvo con permiso otorgado por las autoridades sanitarias. 

Hoy en ambos países a pesar de sus medidas drásticas el número de contagios es alto. Las medidas sanitarias severas no funcionaron. En ambos privó “la indisciplina social”, en uno por su poca cultura y, en Chile, por la falta de legitimidad de un gobierno que meses antes había vivido una crisis de gobernabilidad. 

A diferencia de ellos, Argentina también aplicó medidas autoritarias a una población con otro sistema de organización social más estructurado y responsable. Igual que los países citados, aquí se estableció una política gubernamental que resguardó al ciudadano cerrando fronteras, comercios y aerolíneas. A diferencia de los mencionados, en éste se protegió a la clase trabajadora con un paquete de apoyo económico para que las empresas no despidieran a su personal; aún más, lo plasmó como decreto. La apuesta gubernamental fue garantizar el confinamiento, a costa del riesgo de colapso económico ya que Argentina pasa por su peor momento en esta materia, producto de la irresponsabilidad de los gobiernos anteriores. En términos de salud, los resultados han sido positivos, el número de contagios es pequeño. Su éxito, las medidas y los apoyos económicos que permiten que la clase desprotegida no se vea en necesidad de salir a trabajar, y la formación social de su gente.

La diferencia de todos estos países la marca Uruguay, un país que tiene frontera con un Brasil que trae un desastre con sus medidas sanitarias y el número más alto de contagios en América Latina. Aún con esta variable, Uruguay un país de tres millones y medio de habitantes, con una sociedad con alta civilidad social y altos niveles de educación, desde el inicio de los contagios se resistió a imponer una cuarentena a como lo hicieron la mayoría de países en el mundo. Únicamente se suspendieron clases en los colegios y se aplicaron cierre de fronteras. Su presidente Luis Lacalle Pou, confió en la responsabilidad de los ciudadanos y declaró que nadie que quisiera salir a la calle o seguir trabajando sería impedido de hacerlo, multado o detenido. En el plano económico garantizó que no habría subida de impuestos ni restricciones con la finalidad de no tener repercusiones monetarias una vez pasada la pandemia mundial. ¿En dónde radica el éxito de Uruguay?, en un Estado basado en la racionalidad gubernamental y una sociedad responsable con altos niveles educativos que no abusa de la libertad individual, producto de una construcción democrática de larga data.

AUTORITARISMO O DEMOCRACIA

Con estos ejemplos, la pregunta es: ¿cuáles de estas medidas de éxito pudieron aplicarse en México, las más estrictas rayando en el autoritarismo, o las de Uruguay apelando a la responsabilidad de sus ciudadanos? La realidad muestra que ninguna. Por un lado, no se pudieron aplicar medidas radicales por ser un país con una alta división social, donde los dogmas partidistas hubieran provocado una crisis de gobernabilidad ya que estas hubieran sido herramientas de ataque contra el gobierno morenista vigente. Por el otro lado, aplicar el modelo uruguayo, hoy nos tendría con el mayor número de contagios por arriba de Brasil, ya que estamos muy lejos de su responsabilidad social, producto de nuestra formación histórica con un Estado de Derecho inexistente y una democracia que apenas empieza a tomar forma.

¿Económicamente el país tiene la capacidad presupuestal para aplicar medidas de apoyo social a toda la población? Se considera que no. Ante nuestra circunstancia, la experiencia vivida con esta pandemia nos lleva a aspirar a la construcción de una cultura de responsabilidad social entre los ciudadanos, fortaleciendo un sistema vinculado por lazos de solidaridad comunitaria que limiten el individualismo-egoísta creado e inducido por el modelo económico capitalista. Para lograr esto, requeriremos de un Estado que asuma sus atribuciones con un alto sentido de eficiencia burocrática y liderazgo, donde la trasparencia, la rendición de cuentas y la democratización sean un nuevo modelo de vida. Sólo así, el estado mexicano podrá legitimarse y ganar el respeto de los ciudadanos, los cuales deberán conducirse, apegados a su marco de civilidad legal. De otro modo, las siguientes crisis de salud, económicas o ecológicas nos llevaran a repetir la experiencia que con el COVID19 ha prevalecido.