¿Y de ahí?
El sentido profundo de la educación: una mejor vida
Están aumentando los jóvenes que alcanzan menos años de educación formal que sus padres. Esto lo dio a conocer el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), que en su estudio encontró que entre los jóvenes de 18 a 24 años que viven con sus padres, en 2016 el 72% tenía mayor escolaridad que ellos pero esa proporción bajó a 68% en 2022. Con el agravante de que en ese periodo aumentaron un 2% los jóvenes con menos educación que sus padres.
Esto significa que por una parte de los jóvenes están teniendo mayores dificultades para continuar con su educación, o también, que se percibe que no es tan necesaria una carrera universitaria para tener ingresos dignos. Es una realidad que muchos jóvenes no pueden ir a la universidad o concluir sus estudios en el tecnológico, y que salen a trabajar de lo que pueden ante la imperiosa necesidad de empezar a generar ingresos. Igual que es cada vez más notorio que una licenciatura o ingeniería no garantiza un sueldo que permita satisfacer todas necesidades, no de una familia completa, sino tan solo de un adulto joven.
El trabajo del CEEY evidencia problemas de hace muchos años: son las familias con más rezago educativo las que las que tienen más problemas para conseguir la movilidad educativa o que los hijos estudien más. Los hijos de padres que solo terminaron la primaria tienen cuatro veces menos posibilidades de alcanzar los estudios universitarios que los hijos de licenciados.
Si la educación superior no es más el trampolín socioeconómico que permitía salir de la pobreza porque con un título garantizaba empleos con excelente salario, prestaciones y seguridad social, ¿para qué queremos que los jóvenes sigan estudiando?
Ellos se han dado cuenta (tienen internet lleno de memes) que a veces un vendedor de tacos, un taxista o un albañil tienen de lejos mejores ingresos que profesionistas con maestría o doctorado. Unos se quejan amargamente, otros señalan el profundo clasismo tras este descontento, porque saben que el tener un título no debe ser excusa para que alguien se sienta más que otro que no lo tiene. Los más inteligentes se toman con humor el hecho de que haya otros trabajos mejor remunerados que el suyo, aunque estén mejor preparados.
No hay nada vergonzoso en el hecho de que un joven no termine una licenciatura como la hicieron sus padres. Ser albañil, taxista o vendedor de tacos, estilista o trabajadora del hogar, son todas actividades dignas y necesarias. Y qué decir de los emprendedores jóvenes. Sólo se puede admirar la audacia de una persona que intenta iniciar un negocio, aunque tenga que arriesgar sus recursos o si esa decisión implica no ir a la universidad.
Aunque algunos piensen que la universidad es solo para consumir alcohol y drogas, enamorarse o andar de promiscuos, es una experiencia que puede dejar amigos para toda la vida. Más allá de las posibilidades de ingreso y de relaciones, la educación sirve para más cosas. Aunque en lo individual pueda parecer que no vale la pena, en una sociedad con más educación sí hay mejores oportunidades de trabajo y mejoras tangibles por el hecho de que los ciudadanos son más críticos, con mayor capacidad para informarse, organizarse y tomar decisiones.
La educación puede y debe servir para la prevención del delito en la medida que nos aleje de la pobreza o nos permita identificar a personas en riesgo de ser víctimas de delitos o de llegar a cometerlos. Nos ayuda a establecer lazos con otras personas, a fortalecer la comunidad. Las niñas y jóvenes con más educación tienen menos posibilidades de depender de un abusador y de hacerse de los recursos necesarios para denunciarlo, o bien. Más educación en hombres y mujeres también debería traducirse en menos embarazos no deseados.
Seguir estudiando sirve, no necesariamente para hacernos ricos, pero sí para tener una mejor vida. Para identificar y evitar situaciones de peligro, ser capaces de idear soluciones a los grandes retos que enfrenta la humanidad. La educación, cuando realmente cumple su propósito, transforma a las personas para bien. Y eso siempre será absolutamente necesario.