El invierno de “su” descontento.
No ha de ser, al menos para quienes apoyamos el cambio de régimen y la transformación del país con Andrés López Obrador
No ha de ser, al menos para quienes apoyamos el cambio de régimen y la transformación del país con Andrés López Obrador, este que viene “el invierno de nuestro descontento”. Las cosas no pintan mal para nosotras y nosotros; que el proceso de cambio continúe y se profundice más allá de 2024 se presenta como el escenario más probable y es que la mayoría de las y los mexicanos -así lo han expresado en las urnas- no quieren volver al pasado autoritario.
Nunca un presidente había llegado al cuarto año de gobierno, con una pandemia, una guerra y una crisis económica global de por medio, además, con índices tan altos de aprobación ciudadana. Nunca tampoco, un partido en el poder, y en el que hoy militan millones de ciudadanas y ciudadanos, había llegado con tanta fuerza -el 60% de las preferencias- al umbral mismo del cambio de estafeta presidencial.
Hoy Morena gobierna en 22 estados y en 505 de los 2043 municipios del país y tiene, además de la mayoría en el Congreso de la Unión, el control de 19 legislaturas locales. Hoy Morena tiene a una precandidata y dos candidatos a la presidencia de la republica con prestigio, experiencia, amplio reconocimiento por parte de la ciudadanía y que, en casi todas las encuestas, superan por amplio margen a todos sus probables oponentes.
Invierno de descontento y desesperación ha de ser pues el de la derecha conservadora. Tuvo 4 años para analizar las causas de su aplastante derrota en las urnas y para corregir el rumbo. Su soberbia y el desprecio profundo que siente por la gente y por la democracia le impidieron actuar. Cegada por el resentimiento perdió, miserablemente, un tiempo precioso pero hoy, solo con eso, no alcanza para ganar elecciones.
Aciago ha de ser el invierno para las y los conservadores. Su racismo patológico les hace considerar que la izquierda debe sus triunfos a la ignorancia de la gente. Su clasismo irreductible les hace creer que el país y el mundo les pertenecen pese a que no son más allá del 30% de la población. Arrinconados por una masa a la que desprecian, despojados de privilegios que creían merecer, añorando un pasado al que solo ellos quieren volver, libraran en desventaja, la gran batalla política que se avecina.
Y serán pues el miedo, el odio, la calumnia, la mentira, las noticias falsas, las campañas de desprestigio las armas que habrán de emplear. No tienen ideas, ni propuestas, ni programa político, ni mujeres ni hombres que las defiendan, pero tienen mucha plata, el control casi absoluto de los medios de comunicación convencionales y una presencia creciente y corrosiva en esas redes a las que pretenden quitarles lo benditas.
36 años de neoliberalismo pervirtieron el ejercicio del oficio periodístico en este país. Más que campeones de la libertad de expresión las y los líderes de opinión -salvo honrosas y contadas excepciones- se volvieron siervos del viejo régimen. No solo la plata y el plomo sirvieron para someterlos, también con el espejismo del poder les sedujeron.
Más unidos que nunca oligarcas, medios y líderes de opinión intentaran recuperar ese poder, que por la voluntad consciente y mayoritaria de la gente, perdieron y que la oposición no tiene como ni con quien conquistar de nuevo. Les sobra la plata, pero les faltan ideas. Idealizan el pasado y no comprenden las razones del cambio. No lo intentaran por las buenas; no saben competir limpia y democráticamente. Habrá que estar preparados, atentos, serenos y firmes; que sea suyas -solo suyas- la rabia y la calumnia.