¿Y de ahí?
Una vejez positiva, que se puede vivir de manera sana y activa
Si hay algo auténticamente democrático, son la muerte y el paso del tiempo. Somos todos absolutamente iguales ante ellos. No obstante, hay un rechazo social al natural hecho de envejecer. Hoy que es Día del adulto mayor en México, vale la pena reflexionar sobre las consecuencias sociales y económicas del progresivo envejecimiento de la población.
De acuerdo con datos del INEGI, entre 1970 y 2023 el porcentaje de población mayor de 60 años aumentó del 4 al 10%. Y este año, el 50 por ciento de la población de entre 25 a 64 años de edad trabajó en la informalidad. No hace falta ser especialista para notar el enorme reto que representa para el país el que la mitad de la población trabajadora carezca de seguridad social y que, al mismo tiempo, la proporción de adultos mayores vaya en aumento.
A consecuencia de las reformas de 1997 a las leyes del Sistema de Ahorro para el Retiro y del Seguro Social, México transitó de un esquema de pensiones del IMSS a uno de cuentas individuales de los trabajadores en Afores. Actualmente se estima que 6 de cada 10 mexicanos no tiene ningún tipo de protección que le garantice una pensión, y del resto, su pensión no está asegurada. Falta formación e información para que los trabajadores comprendan sobre las Afores, se interesen en conocer sus cuentas y las expectativas de retiro que les esperan en función de sus aportaciones. Mientras tanto, la Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro advirtió que si no se realizan las aportaciones necesarias, un trabajador podría recibir una pensión inferior a los 2 mil pesos mensuales al momento de su retiro.
La falta de interés individual sobre lo que viene para el futuro en materia de retiro se parece a la falta de interés generalizada para tomar acciones que protejan la salud. Ante el rechazo a envejecer y la presión para mantenerse joven el mayor tiempo posible, la gente está dispuesta a comprar y hacer cosas peligrosas o por lo menos de dudosa efectividad para disimular el paso del tiempo, lo que contrasta mucho con lo que no están dispuestos a hacer y e invertir para mantener la salud, desde el ejercicio hasta las consultas y medicamentos.
Si este escenario se ve difícil, la cosa se complica todavía mucho más si tenemos en cuenta factores como el calentamiento o ebullición global, en un contexto actual que se parece mucho al que parodia la película Don’t look up, negando el desastre cada vez más evidente y cercano. Con otros aspectos sociales relevantes a tomar en cuenta, tales como el desarrollo de las inteligencias artificiales y la batalla por su regulación, la realidad es que hacer cualquier previsión sobre es aventurarse a escabrosos terrenos de especulación en los cuales es materialmente imposible asegurar nada, salvo que serán tiempos turbulentos.
Para la hora en que al grueso de la población trabajadora joven de hoy le salgan canas y les cuelgue la piel, el mundo debe enfrentar grandes desafíos que pasan por lo social y lo económico. Hablar de prevención de la violencia, educación para la paz y de los cambios necesarios para lograr la sustentabilidad es absolutamente necesario en la discusión pública. Si es que los adultos de hoy queremos llegar a viejos. Son temas que tienen que estar en las plataformas electorales de 2024, y si es con propuestas trabajadas en conjunto con la ciudadanía, mejor.
Hablar de adultos mayores, sean los de hoy o los de mañana, es hablar de políticas públicas. De fomentar una cultura del envejecimiento en la que se destaque la responsabilidad del autocuidado, así como un sentido de protección desde las instituciones y la población, en la que se tomen en cuenta la seguridad económica y los servicios sociales. Un entorno que conciba la vejez como una etapa positiva, que se puede vivir de manera sana y activa, en la que los adultos mayores tengan una vida relativamente segura, cómoda y puedan aportar a la sociedad para tener sentido. No estamos trabajando realmente en ello. Y el tiempo pasa.