María Angeles: el alma de los alebrijes
Conoce la historia de la mujer detrás del Taller Jacobo & María Angeles, cuyas manos tallan y pintan fantásticos alebrijes.
Monos de copal, tonas o nahuales... Hubo un tiempo, no hace muchos años, que los alebrijes elaborados en la región de San Martín Tilcajete, Oaxaca, carecían del reconocido nombre con el que hoy los celebramos a nivel internacional. También, hace unas décadas, la firma de la maestra artesana María del Carmen Mendoza Méndez no aparecía en los alebrijes que pintaba, ¿la razón? ‘Porque no se acostumbraba a que la mujer firmara su trabajo’, recuerda María en el comedor familiar que se ubica en el Taller de Jacobo y María Angeles, una institución en materia de elaboración de alebrijes y sueños cumplidos (y por cumplir).
María termina la conversación con el mismo precepto que como la inició: ‘No hay mejor legado que mis hijos se sientan orgullosos de lo que son y de lo que hacemos’. Y así, la idea de un legado se torna como el punto de partida de un proyecto gigantesco que comenzó con el sueño de dos jóvenes. ‘Siempre dijimos: si de esto vamos a vivir, vamos a hacerlo bien’.
En la actualidad, esta artesanía es internacionalmente conocida y su cuna es el estado de Oaxaca. Con un profundo arraigo y respeto por la cultura prehispánica zapoteca, los pobladores de San Martín Tilcajete han aprendido a hacer valorar este trabajo artesanal. ‘En mi caso, me fui involucrando desde los siete años. Me tocaba lijar. Mi madre hacía también el bordado conocido como ‘hazme si puedes’. Con el tiempo me dediqué más a la madera’. Pero el tiempo cambiaría toda opinión que la joven María pudiera tener sobre este oficio. Aquel lijado de monos –actividad que no le gustaba durante su infancia–, forjó solo una parte de lo que se convertiría, y lo que junto a su esposo y el trabajo de toda una comunidad, lograría.
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María habla de estas figuras talladas en madera, de cómo el Taller Jacobo & María Angeles se convirtió en mucho más que una tienda de artesanía; se concibió como un proyecto de vida y de magnitudes inimaginables que, hasta la fecha, sigue creciendo. También converso sobre la importancia de regresar a las raíces y del aprendizaje personal que este proyecto ha sido para ella y su familia. Hoy en día, María y Jacobo lideran varios proyectos comunitarios y sin fines de lucro como es la bioconservación del árbol de copal –del cual están hechas algunas de las figuras–; además de su trabajo con otras plantas endémicas y cuyo trasfondo se ha convertido en otro sueño personal de María: tener su propio burserario con los 83 tipos de árbol de copal que se han identificado en México. Con una visión concreta que resultó de la pregunta ¿Cuál va a ser nuestro propósito de vida? La pareja ha creado varias marcas que ponen en lo más alto la artesanía mexicana.
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¿Cómo surgió el Taller Jacobo & María Ángeles?
El Taller Jacobo & María Angeles es mucho más que un taller. La visión de esta mancuerna creativa se traduce en educar a las nuevas generaciones. A 27 años de su fundación, este proyecto –como lo revela María– ha atraído a muchos jóvenes a aprender este oficio artístico. Antes de la pandemia, Jacobo y María empleaban alrededor de 260 personas, número que se vio reducido a 160. ‘Cuando comenzábamos, hubo un momento que pensé que no íbamos a poder. Era muy difícil vivir de la artesanía. Comenzamos a fortalecer lo que hoy es el taller y creo que fuimos la puntita de la lanza para que se viera diferente y se le diera valor’, cuenta.
Se ha recorrido un largo camino en el reconocimiento artístico de estas figuras talladas en madera. Hace un par de décadas, recuerda María, “no se le daba el reconocimiento y se veían como souvenirs o recuerditos. Fue entonces cuando comenzamos a crear esa estética, ese discurso y ese trabajo de encontrarle un fondo y sentido a lo que hacíamos. Queríamos hacer algo con propósito”.
Y sí, el proyecto evolucionó. Ya no se trató únicamente de hacer y vender piezas, sino de educar al cliente, que sepa ver con respeto lo que estas comunidades producen. Fueron varios años de impulsar una labor de educación. Con el tiempo, la apreciación de la artesanía prosperó en los países latinos y se comenzó a ver de diferente manera. “Mi labor más grande dentro de este proceso fue que comencé a hacer los dibujos más finos y pequeños sin mirar para otro lado, sabiendo el valor que tienen. Si ves una pieza así, sabes que es de Jacobo & María Angeles”.
El camino hacia el reconocimiento
Era la década de los noventa y María, contrario a lo que se acostumbraba, comenzó a rubricar las piezas que pintaba. Lo anterior, como consecuencia de la petición de una clienta, quien le advirtió a su esposo –Jacobo Ángeles, la otra parte de esta mancuerna artística– que si ella no firmaba no compraría más piezas. La joven María había aprendido desde muy pequeña, mientras bordaba o pintaba, a cultivar madurez en sus decisiones y, sin importar que su educación se truncara al finalizar la primaria, en ella se fincó un espíritu de extraordinaria fortaleza y férreas convicciones, mismo que le ha servido para romper moldes de lo establecido.
Mientras gran parte de la comunidad veía una esperanza migrando al país del norte, ella y Jacobo decidieron continuar con el oficio que desde pequeños había sido transmitido por sus familias, la elaboración de alebrijes, siendo su primer objetivo, ‘Que no fuera solo un souvenir, un recuerdito… Que la pieza tenga un porqué, un valor cultural y artístico’, expresa María, validando los pilares de un discurso y una estética que se mantienen hasta hoy, después de 27 años de fundación del taller. Al proyecto se unieron primero los sobrinos, luego vendrían los hijos y actualmente se integra de personas que provienen de más de 16 pueblos, ‘Ellos te empujan para generar nuevas técnicas u oficios, como son el proyecto de cerámica –Mogote– o la joyería Sabina Milagros’, apunta satisfecha María al referirse a los otros dos proyectos que alberga el taller.
La ciudad de San Diego, California, es el primer destino de internacionalización de las piezas labradas en madera de copal de María y Jacobo. Ahí, mientras observaban en una casa particular a sus armadillos en un nicho especial que los cobijaba, supieron que sus piezas debían de tener un lugar de respeto que dignificara el arte que resguardaban. Al regresar a su hogar, construyeron un espacio donde exhibirían sus piezas, ‘dándoles su lugar, dándoles su respeto’, expresa María y, sobre todo, ‘mostrando con dignidad lo que haces’. Más allá de un nicho físico, los fantásticos tonas y nahuales zapotecos parece que cobraron vida con esta reivindicación a su esencia y, como consecuencia, el gusto de una clientela sofisticada que compartió el sueño y la visión de los dos jóvenes rebeldes de Tilcajete que, sin dejar de lado la parte cultural, innovaron un oficio hasta elevarlo a la categoría de arte.
¿Cómo se hacen los alebrijes?
Y, ¿cómo logras esto sin hacerlo parecerse a los demás? ‘Nunca dejamos de experimentar, de ponernos retos’, asegura María. En la seguridad de sus palabras se validan décadas de éxitos en colecciones de alebrijes que confirman esa constante inquietud de llevar los cinco sentidos de los artesanos y los clientes a nuevas dimensiones de creatividad y sensibilidad, porque si bien en las piezas del taller se ejecutan los pasos básicos de elaboración de un alebrije –tallado, lijado, curado, primera base y decoración– el elemento experimental detona en la inclusión de materiales novedosos como la hoja de oro o plata, o bien, fósiles de moluscos (nautilus) con maderas muertas o piezas con narrativas que apelan a realidades sociales, como lo fueron las que integraron la exposición Nómadas, en la que los seres crean ‘una narrativa sobre la marcha, el camino que no tiene destino, la resistencia y la persecución’.
María afirma que todavía hay mucho que se puede hacer con este oficio –‘en el crecimiento artístico no hay límites’– al igual que sus sueños. Uno de ellos es mantener una comunidad dentro del taller, ‘que la gente que nos visite, lo sienta, que sepa que están en casa’, sueño cumplido. También están aquellos que aún faltan por materializarse, como lo es la Escuela de Artes y Oficios, el libro conmemorativo de los 30 años del taller o su casa, ya que el taller se ha ‘comido’ el espacio del hogar de María y su familia. Pero también están los sueños que continúan creciendo –literalmente– como lo es Palo que habla, un proyecto de bioconservación que respondió a la inquietud de María sobre ‘encontrar en la vida algo que los motive’. Después de 16 años de vida, el proyecto es una referencia de la preservación del entorno y los sueños que se cultivan en las nobles tierras de San Martín Tilcajete.
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