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Volver de las vacaciones, salir del estado angélico de fin de año, ha sido para mí una peculiar cuesta de enero

Volver de las vacaciones, salir del estado angélico de fin de año, ha sido para mí una peculiar cuesta de enero.

Un shock de reconocimiento, dirían los expertos en shocks de reconocimiento: el regreso a la realidad.

Momento crítico de mi cuesta fue volver a los noticieros televisivos y encontrar ahí el vértigo de lo que los expertos en tejido social llaman "el rasgamiento del tejido social".

Videos, videos, videos. Transgresiones, transgresiones, transgresiones.

Una mujer policía le pega con una tabla en las nalgas desnudas a una de sus compañeras, que está recostada boca abajo en un escritorio.

Un hombre tablea a otro, que también está con las nalgas al aire, agarrado por varios, empinado sobre la parte trasera de una camioneta, a la vera de un camino. 

La líder de las buscadoras de Sonora pide autorización a los jefes del crimen en el estado para que las dejen seguir buscando los cadáveres de sus hijos sin hostilizarlas ni matarlas, pues han matado a una.

Un tipo sube a una pesera con una pistola y despoja a los pasajeros de carteras, relojes y celulares en medio de humillantes insultos.

El gobernador Cuauhtémoc Blanco explica que su retrato con tres conocidos delincuentes de su estado se debe a que él es buena gente y no le niega una foto a nadie.

La respuesta de esos delincuentes, impresa en una larga manta, le recuerda al gobernador sus tratos corruptos de hace mucho tiempo y su complicidad en el asesinato de un activista.

Un pueblo desierto está tomado por gente armada que se disputa la plaza y camina disparando en la noche por las calles del pueblo, mientras alguien los graba desde un celular.

Una mujer es rapada en la vía pública con lujo de violencia y desprecio, porque reclamó que alguien bloqueaba con su vehículo la entrada a un estacionamiento.

Tres, cuatro, cinco videos cada noche, donde todo ocurre en la más flagrante impunidad y en ausencia de cualquier explicación de lo ocurrido. 

La pura gratuidad de lo real que, de tanto serlo, se vuelve irreal.