Una lucha histórica: ganar votos o defender un proyecto

La izquierda en México, para frenar su ansiedad coyuntural por las urnas

“Personalmente, todo se explica. Estadísticamente, todo se complica”, escribió el francés Daniel Pennac. Bajo esa premisa, los líderes ferrocarrileros y campesinos de la izquierda social de mediados del siglo XX, Demetrio Vallejo, Ramón Jaramillo, Valentín Campa, fueron valiosos para México no por ganar elecciones; no por el corto plazo, sino por ganar dignidad para miles de personas que en sus trabajos querían mejores condiciones ante un sistema autoritario que ni representación política les asignó. No importó en realidad: sus luchas, desiguales, precarias en recursos, reflejaban afanes personales con ética a prueba de corrupción.

Y si vemos con óptica ética el movimiento estudiantil del 68 y la sociedad civil que emergió del terremoto del 85, como lo mostró Carlos Monsiváis en sus crónicas, queda claro que lo mejor de la izquierda mexicana es su vertiente social, de cercanía con la comunidad y sus problemas. Eso se le olvidó a una parte de la izquierda (perredista) que está a punto de desaparecer y se aferra a alianzas de ocasión con la derecha. Es lo que no le debe ocurrir al núcleo fundador de Morena. Una izquierda política que quiere trascender a como dé lugar en las urnas, no es izquierda social. Sin fondo, no hay forma, para la izquierda, que significa pensar en las mayorías y no en las élites. Y las élites no son sólo aquellos que detentan el poder económico, sino también quienes ven el poder político como patrimonio.

También podría decirse: sin proyecto de país, no habrá solución real a los problemas coyunturales. Ésa es la visión que catapultó a López Obrador en una avalancha de votos. Es lo que necesitan las mayorías en la expresión de doña Julieta Campos: “por el bien de todos, primero los pobres”. Nadie está seguro si no hay seguridad como sistema.

La izquierda en México, para frenar su ansiedad coyuntural por las urnas, como gobierno tiene que revisar su historia, mantener la memoria y así afinar su propuesta de futuro.      

La izquierda quiere ganar en 2024 de nuevo los votos ciudadanos, pero el asunto es -de nuevo- para qué. Una cosa es obtener de nuevo el poder, y otra qué hacer con él para continuar la transformación. Andrés Manuel ha dicho que se retirará a su finca de Palenque. Él, operativamente, no enfrentará ese dilema. En 2006, el PAN vivió ese dilema, para retener el poder, y falló. Los votos no son un fin político en sí mismo: son un medio para obtener representatividad popular y acceder a la toma de decisiones. Pero no tienen que quemarse las naves pensando sólo en los votos (medios) sin el proyecto de nación a defender. ¿Cárdenas, Heberto Castillo y la izquierda del 88 electoral pensaron en los votos primero y en las definiciones de proyecto después? No: se asumió una distinción radical frente al proyecto neoliberal que campeaba en el PRI, y los votos llegaron a raudales, tanto así que “se cayó el sistema” y las cuentas finales con actas resultaron un misterio (los paquetes electorales se quemaron, con beneplácito del Congreso).

Hay que insistir para que no se olvide o se ignore: lo sucedido en 1988 y en 2018 es resultado de una larga y sacrificada lucha colectiva, donde los liderazgos son fundamentales pero no factor único.

En esta encrucijada, la izquierda como opción de gobierno puede: a) vivir para el corto plazo y ganar como sea, o b) mantener la memoria histórica. Si elige la memoria, quizás la ciudadanía volverá a las urnas en 2024 desde la izquierda…y se hará realidad la transformación como un proceso.

Nunca se descarta el riesgo del retorno del viejo sistema, disfrazado de novedoso.   Nuevamente, lo que debe quedar clara es qué propuesta de gobierno, qué propuesta de país propondrá Morena. Como decía el clásico: primero el programa, primero el qué, después el quién.