Un México más unido que nunca

Aplastante resultó el respaldo popular a la cuarta transformación, apabullante y extraordinaria la victoria de Claudia Sheinbaum, inédito el nivel de aprobación, refrendado en las urnas, a la gestión de Andrés Manuel López Obrador.

México no está partido en dos; al contrario está más unido que nunca y los resultados de las recientes elecciones así lo prueban.

Aplastante resultó el respaldo popular a la cuarta transformación, apabullante y extraordinaria la victoria de Claudia Sheinbaum, inédito el nivel de aprobación, refrendado en las urnas, a la gestión de Andrés Manuel López Obrador.

Anclados en el pasado y prácticamente borrados del mapa quedaron la derecha conservadora, sus intelectuales orgánicos, la mayoría de los medios de comunicación masiva y en ellos los hasta, este domingo pasado, quienes se consideraban los más influyentes líderes de opinión.

Toca a muchos de ellos comerse sus palabras; pedir perdón a sus audiencias, asumir honesta y claramente que se equivocaron y que al hacerlo, de forma tan sostenida y tan soberbia y aún fingiéndose neutrales, terminaron tomando partido.

Del lado de una minoría fanatizada y rabiosa cuya primera tarea, si es que quiere sobrevivir como opción política, es la de reconciliarse con la realidad, se colocaron así las más importantes figuras de la prensa, la radio y la televisión en México. Imbatibles pensaron que, así juntos, serían. Se equivocaron.

La tal "polarización" de la que muchos de ellos culpan a López Obrador no es otra cosa que la saludable y necesaria ruptura del pacto de silencio entre la Presidencia de la República y los poderes fácticos del que, muchas y muchos de ellos, en el pasado, resultaban beneficiarios.

Ese viento fresco que sacudió a la patria les dejó a la deriva y provocó el despertar de la conciencia colectiva explica el voto masivo por la coalición Seguiremos Haciendo Historia.

Desde que se acabó en 2018 con la simulación y con la odiosa "corrección política" propia del viejo régimen y la vida pública comenzó a hacerse cada vez más pública la victoria de este último domingo empezó a dibujarse en el horizonte.

Solo la élite mediática, intelectual y económica no vio venir este triunfo largamente anunciado. Mirándose en el espejo, juzgaron de manera simplista y como si se tratara de otro viejo partido político más, a un movimiento social inédito en la historia del mundo.

En las categorías del México de ayer quisieron encasillar al México de hoy. Por eso fallaron todos sus pronósticos; por eso llegaron a creer que esa candidata impresentable que inventaron tenía posibilidades de triunfo. Por eso, cuando vieron que eso era imposible, pensaron en una victoria acotada de la izquierda.

Divorciados de la realidad, terminaron aferrados a unas cuantas encuestas, creyendo que su círculo social reflejaba con exactitud lo que en el país estaba pasando. Les hizo falta calle y mucha humildad para voltear a ver a aquellas y aquellos a quienes nunca habían considerado protagonistas de la historia.

No fue estéril e innecesaria la confrontación abierta y cotidiana que, con los poderes fácticos, estableció López Obrador. Menos todavía estridente o inoportuna como algunos dicen. En ese diálogo circular se dio nombre a lo que se callaba y se hizo ver a la gente que hacía falta un esfuerzo adicional para culminar el proceso de cambio de régimen.

En su campaña Claudia retomó la estafeta y al entrar en contacto directo con la gente y ponerse en sus manos, a esa misma gente, le entregó el mando. "No llego sola" les dijo y millones decidieron que, a Palacio Nacional y a los palacios de gobierno en los estados y municipios, llegarían con ella y por millones acudieron puntuales a la cita.

Y fueron entonces la política y no los trucos sucios, las convicciones y los principios y no las estratagemas de mercadólogos las que se impusieron. Y fue el ejemplo. Y fue otra vez un remecimiento de la tierra toda; una revolución pacífica y democrática que en las urnas reiteró su derecho a existir.