Trabajo e identidad (I)

De manera simultánea a estas reflexiones, días antes comentamos el origen religioso

En nuestros recientes comentarios hemos manejado reflexiones en torno al asunto de nuestra identidad nacional. Por un lado, el dilema y el trauma de nuestra identidad como mexicanos: ¿indigenistas o hispanistas? Y, por otro, el lugar central que ha ocupado la epifanía de la virgen de Guadalupe desde los inicios de nuestra identidad como Nación.

De manera simultánea a estas reflexiones, días antes comentamos el origen religioso, calvinista, de la identidad de lo que luego serían los Estados Unidos de América. Dijimos que aquellos migrantes que fundaron los cimientos de lo que hoy es la gran potencia del Norte, se pensaron el pueblo elegido, el único para ser redimido por Dios. Creían, como dogma de fe, que los demás pueblos del mundo, los no elegidos, estaban destinados a ser destruidos, a no ser redimidos.

Pero lo que no comentamos en esa reflexión es que los fundadores de las trece colonias y futuros estadounidenses debían, tenían que ganarse esa redención y, para lograrla, contaron con una ética del trabajo.

Comentando el libro de Max Weber, “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, Francisco Gil Villegas nos dice: “Dios es un ser omnipotente y omnisciente que ya sabe de antemano quienes en este mundo se salvarán y quienes están condenados a ser reos del fuego eterno; no podemos saber con certeza si estamos predestinados a la salvación; pero sí podemos minimizar las señales externas que nos identificarían como predestinados a la condenación. DEBEMOS TRABAJAR EN ESTE MUNDO TANTO PARA ALIVIAR LA ANGUSTIA DE NUESTRA POSIBLE CONDENA, COMO PARA QUE LOS FRUTOS DE NUESTRO TRABAJO SIRVAN DE OFRENDA PARA GLORIFICAR AL SEÑOR”.

Nos dice que: “Nuestra conducta debe ser la de trabajar mucho, ahorrar nuestras ganancias, y no gastarlas en bienes suntuarios o en lujos, porque eso podría ser una señal inequívoca de estar predestinados a la perdición. En todo caso, nuestros ahorros deben invertirse en obras que sirvan para honrar y enaltecer la gloria del Señor”.

Y en los inicios así fue, en los orígenes de esa gran Nación, el profundo fervor por el trabajo de esos pioneros tuvo esa motivación: pensarlo como una ofrenda para Dios, para congraciarse con Él, para ganarse su redención, para hacer méritos, evitar ser condenados y asegurar su salvación.

 Con los años, ese original motivo y espíritu religioso se fue perdiendo, terminó por pervertirse hasta ser desplazado luego por una 2 obsesiva pasión por el dinero y el enriquecimiento: el Dios sagrado de las escrituras fue desplazado por el dios dólar, el dios que hoy rige al mundo.

Los descendientes de aquellos primeros colonos terminaron por quedar atrapados, enajenados, dentro de la maquinaria egoísta e inhumana del capitalismo: el dólar se convirtió en su dios. A esa gran Nación le queda a la medida aquella frase de la Biblia que dice: “De qué te sirve poseer el mundo, si pierdes tu alma”. Altos índices de suicidios, alcoholismo, drogadicción, consumo de antidepresivos, de enfermos de la guerra y criminalidad confirman, por desgracia, esas palabras de la Biblia.