Tiempo de tabasqueños: el origen. Primera Parte
21/04/2022
Primera parte
Dentro de la historia política de nuestro país, en el siglo XX mexicano, fueron tres las personalidades vinculadas a Tabasco, en lo espiritual y en lo afectivo, por nacimiento o en lo circunstancial, que estuvieron cerca de tener la oportunidad de dirigir los destinos del país. José María Pino Suárez fue el primero.
En 1913, en plena Decena Trágica, cuando el gabinete maderista tambaleaba y Huerta terminaba de confirmar su poder desde las sombras funestas de la traición, el Caballero de la Lealtad optó por quedarse al lado del Presidente Madero y todos sabemos el trágico destino de ambos. Pudo, en su momento, contactar a Manuel Márquez Sterling, el Embajador de Cuba en México, ser sacado del país y llevar la representación y la dignidad del gobierno. No obstante, la suerte estaba echada y su muerte fue rubricada con el trazo de la inmortalidad. Su ejemplo, ciertamente, es de lealtad. Lealtad hasta la muerte.
Un valor escasísimo dentro de la política y quienes lo poseen, son verdaderamente seres extraordinarios.
El segundo fue Tomás Garrido Canabal. No era tabasqueño, sino chiapaneco. No obstante, su actividad política la desarrolla en Tabasco durante los 15 años en que, de manera omnímoda, manejó la vida del Estado. Aunque hay dudas de que haya tenido aspiraciones a la Presidencia, lo cierto es que el entonces candidato Lázaro Cárdenas, en las elecciones de 1934, emitió un voto simbólico por el Tigre Palencano para ser Presidente de México. Sin embargo, ese “voto simbólico”, dice Regino Hernández Llergo, tenía un propósito soterrado: anular la presencia de Garrido en Tabasco, sacándolo de su ínsula y premiarlo con una cartera en el gabinete.
Garrido era el integrante más notable, la cabeza de turco más visible del grupo Callista que había ganado posiciones en el naciente gobierno de Cárdenas. Silvano Barba González, ex secretario de gobernación de Cárdenas, le confiesa a Rodulfo Brito Foucher, a las afueras del famoso restaurante Lady Baltimore, en Madero, cerca del Zócalo: “El presidente le está dando cuerda a Garrido, le está soltando cordel”. En su parte cómica, si se me permite el término, Garrido fue el típico cacique payo, rústico, inadaptado al ambiente de la política en la capital del país.
Siguió actuando como en su selva, como en uno de sus ranchos, exhibiéndose, causando las risas y cuchufletas de quienes tenían contacto con él. Cuando Cárdenas lo presentaba, en sus muchos eventos públicos antes de su toma de protesta, parecía que traía a un oso amaestrado con cadena al cuello, para exhibirlo en el circo de la política nacional. Sus temerarias zarandajas como aquellas de obligar a los servidores públicos de la Secretaría de Agricultura a que pronunciaran a la entrada de sus oficinas de que ¡Dios no existe, nunca ha existido! (una especie de ¡Heil, Hitler!) es prueba de un estado mental retorcido que no le ayudó mucho en su labor política.
El propio General Calles, arrepentido, le comenta a Luis Napoleón Morones que “le iba a ser muy difícil quitarse el sambenito de haber recomendado a Garrido en el gabinete, por lo que le aconsejé al General Cárdenas que mejor no lo trajera, porque le acarrearía dificultades”. El tiempo le daría la razón. Y aquí viene la parte trágica: alentando Garrido a sus Camisas Rojas a organizar un mitin antirreligioso a las afueras de la Iglesia de Coyoacán, en diciembre de 1934, sucede una trifulca con un saldo de varios muertos. Con ese hecho, inicia el declive de su buena estrella.
Posteriormente, al romper Cárdenas con Calles, en 1935, medio gabinete se va a la calle, no así Garrido, quien regresa a Tabasco, como Director de Educación en el gobierno de su primo Manuel Lastra Ortiz y desde luego, a infundirse de mayor valor y desafiar al poder presidencial. Poco le duró el gusto. Habituado a la violencia y a la sangre, Garrido monta en cólera al saber que Rodulfo Brito Foucher ha llegado a Villahermosa, en una tercera expedición punitiva, alentada por Cárdenas, con candidatos para participar en las elecciones locales de agosto de 1935 y los recibe a golpe de metralla dejando varios muertos. Esto motivó al Presidente Cárdenas para que solicitara a la Comisión Permanente del H. Congreso de la Unión la desaparición de los poderes en Tabasco, acontecimiento único en la historia del Estado, dejando sin chamba a Manuel Lastra Ortiz y meses después, obligando al Sagitario Rojo a abandonar el país. (Continuaremos la breve revisión de las tres personalidades tabasqueñas del Siglo XX mexucano)
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