Idiota: su desnudez etimológica

Hay que hurgar en la definición etimológica de la palabra para encontrar su sentido original

Leer o escuchar la palabra “idiota” remite a un significado peyorativo. La malsonancia es tan fuerte que resulta desdeñosa para quien la recibe, pero también revela el lenguaje poco afable del que la escribe o la pronuncia. Se entiende —y trataré de ser propio al describirlo— que en nuestros días un “idiota” es alguien con poca inteligencia, corto de entendimiento, con actitud engreída, retrasado o popularmente un tonto.

Pero ojo, no siempre tuvo la connotación insultante que hoy le damos casi de manera generalizada. Hay que hurgar en la definición etimológica de la palabra para encontrar su sentido original.

El término “idiota” deriva de la raíz griega “idios”, cuyo significado es “de uno mismo, privado, particular, personal”. Para que tenga usted una referencia más clara, le comparto que con la misma raíz “idios” encontramos otros vocablos, como “idiosincrasia” (rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad) y también “idioma” (lengua de un pueblo o nación). Por lo tanto, en la Grecia clásica era un “idiota”, de acuerdo con su etimología, alguien que solo se preocupaba de sus intereses privados, es decir, de lo suyo, y que ignoraba o despreciaba todos los asuntos públicos.

Recordemos que el ágora era la plaza central de la actividad política, administrativa, social, religiosa y cultural de los atenienses; en este espacio tenían lugar deliberaciones y soluciones a problemas colectivos, y quien no participaba, quien no se comprometía y únicamente se ocupaba de lo suyo, era mal visto.

Aun cuando se sabía que la vida política traía beneficios para todos, resultaba incomprensible la actitud de quienes preferían mantenerse al margen de ese deber inexcusable y no ayudaban a superar las dificultades públicas. Reitero: eran los “idiotas” en su original acepción, mirando solo por sus intereses particulares. De ahí la palabra adquirió el valor de alguien un poco tonto e ignorante, que renuncia a ocuparse de la política que le afecta. Con el paso del tiempo el vocablo se ligó también a la falta de instrucción.

Profundo el peso del “idiota al estilo griego”. En nuestro día a día abundan los ejemplos de personas que fácilmente son merecedoras de ese adjetivo.

Es “idiota a lo griego” la persona que dejó un vaso de plástico desechable al pie de la estatua del insigne Benito Juárez, en el parque del mismo nombre que se ubica en el centro de Villahermosa, cuando el bote para depositar la basura se encuentra a escasos cinco metros. Vio por su propia comodidad, por encima del siempre anhelado compromiso colectivo de mantener limpio un espacio de uso común. También merece este calificativo quien saca la basura después de que pasó el camión recolector, o la tira en la calle, y luego se queja de la inmundicia de su comunidad.

Es “idiota a lo griego” el que roba la tapa de una alcantarilla para venderla por unos cuantos pesos, sin importarle el riesgo al que expone a sus conciudadanos. Ah, y también lo es aquel que la compra.

Es “idiota a lo griego” el que se abstiene de participar en la actividad política y mutila a la democracia, justificando un acto de conciencia personal. Pero también los mal llamados políticos que recurren a todo tipo de artificios para imponer sus privilegios, o colocan sus intereses por delante del servicio público.

Hay muchos, muchísimos “idiotas” más, de todo tipo y condición. No es gratuito llamarlos así en un tiempo en el que la palabra se ha popularizado con una acepción distinta, ofensiva por decir lo menos. No me mal interprete, pues muy a pesar del matiz irónico de lo aquí escrito, la esencia del término prevalece; en el fondo su raíz etimológica sigue ahí.