Recuerdos de familia; los tiempos idos

La cómoda vida que muy probablemente visualizó al juntarse con su primer pareja

A casi tres años de no visitar la tumba en el panteón municipal, donde yacen las cenizas de mi madre y los restos de mi abuela materna, escogí un ramo de flores aunque no encontré gardenias que eran las de su preferencia. Presente frente al sepulcro vino a mi recuerdo una cascada de recuerdos de la relación con ella María del Socorro Simón Oramas y Adalberto Vargas Castillo y sus cuatro hijos e hijas.

Recuerdos amorosos, agradables, divertidos, pero también amargos, de discusiones con mi madre María del Socorro, sobre todo porque nunca admitía razones cuando tomaba decisiones equivocadas y muchas veces injustas. Y todavía me pregunto ¿Así son todas las madres?

Por otro lado recuerdo a la mujer que nunca perdió la alegría, fue bromista toda su vida, no solo con vecinos sino también con sus hijos. E inteligente, de otra manera nunca hubiera logrado sortear toda una vida llena de carencias y problemas económicos para sacar adelante a sus cuatro hijos, por lo menos hasta que los más grandes, adolescentes aún, lograron trabajar y colaborar al sostén de la familia.

La cómoda vida que muy probablemente visualizó al juntarse con su primer pareja, Mateo Hervías, un químico farmacéutico, dueño de una pequeña farmacia en Villahermosa, que después con ella emigró a la ciudad de México para laborar como profesionista en la Farmacia de Dios y con el que procreó a mi hermano mayor Jesús Antonio.

Ese primer sueño se esfumó al morir el padre del hijo de ambos a los cinco años y quedar ella de nuevo sin recursos para sobrevivir con un hijo pequeño aún. Regresó a Villahermosa sin otra posibilidad de vivir que con sus familiares.

Quizá pensó que su suerte mejoraría, cuando un día conoció a mi padre, de manera fortuita, cuando él, un ingeniero agrónomo de 50 años, empleado del banco Ejidal o Agrícola esperaba la avioneta para llegar a Balancán en donde se le había asignado para trabajar. Ella despedía a una amiga que viajaría a la ciudad de México.

Afirmaba que durante un mes se cartearon y casi de inmediato contrajeron matrimonio en Balancán. Nunca supimos qué tanto de su pasado le contó mi padre. Ya era un hombre con muchos años de edad y con experiencias de vida en las entidades en donde había trabajado. Pero quizá  María del Socorro pensó que le daría una mejor vida a él y a su hijo, porque además era un hombre trabajador, preparado, culto, simpático, responsable y bondadoso que fácilmente hacia amistades con todos los que conocía.

El pasado de los dos es un enigma para sus cuatro hijos, sobre todo el de mi padre.

El bienestar de la nueva familia de Socorro nuevo se esfumó. Poco después de mi nacimiento despidieron del empleo a mi padre, y desde entonces -a pesar de sus conocimientos, cultura y experiencia,  principalmente por su edad-, nunca más logro un empleo con una remuneración que le permitiera proporcionar una vida sin privaciones a su familia. Eso sí, sus hijos tuvimos un excelente padre, cariñoso, sabio, simpático, siempre de muy buen humor. Creo que él nos salvó en la pobreza e impulsó a seguir estudiando.

La vida de nuestra familia trascurrió siempre en la pobreza, migrando a otros lugares como Tacotalpa y a otros estados como Veracruz, Tulancingo, Hidalgo,  de donde era mi padre, la ciudad de México y de vuelta en Tabasco. Y de regreso a la capital del país, en donde finalmente nos establecimos aunque viviendo en múltiples domicilios.

Las discusiones entre mi padre y mi madre eran frecuentes. Ella siempre imponía su voluntad aun cuando mi padre, un hombre tranquilo, bondadoso e inteligente, siempre trató de hacerla entrar en razón, como también lo hacíamos sus hijos, por lo menos los mayores, sin resultado alguno.

  

No obstante mi madre era la que distribuía los escasos ingresos que llegaban a sus manos para que no nos faltara alimento y buscaba la manera de obtener recursos para darnos lo necesario y uno que otro gusto. También para estudiar los niveles básicos. Estoy segura que el gusto por viajar, lo mismo en tren, camión o lo que fuera, lo heredamos las hijas de doña Socorro.

Ella nació en Villahermosa. Sus dos hermanas -Carmita, Josefina- y su madre Cornelia Oramas también. El padre, Joaquín Simón, comerciante español (asturiano), según recordaba, las abandonó y regresó a España, apenas la familia lo descubrió, huyó por haber cometido un crimen, dejándolas en la miseria.

 

Por fortuna, otro español, amigo de la familia y padrino de mi madre (de nombre Francisco) se compadeció de la viuda y sus hijas y les proporcionó, en calidad de préstamo, unas tierras en las que pudieron levantar una vivienda y mantenerse criando animales, sembrando maíz y después plátano.

Mi madre siempre añoró esos años de su niñez, para ella, de vez en cuando me contaba  fueron lo más felices de su infancia. “Criábamos decenas de pollos y gallinas, pavos y puercos, trabajábamos mucho pero no nos faltaba la comida. Cuando más pobres estábamos comíamos pollo o gallina” recordaba.