Plano tangente

La dependencia al fertilizante

 "Esta vida vale la pena vivirla por tres o cuatro cosas, y lo demás es abono para el campo."

Carlos Ruiz Zafón

En el transcurso del siglo pasado, la población humana casi llegó a quintuplicarse. Esto ha venido con un drástico aumento en la demanda de alimentos que ha sometido al sector agrícola a una gran presión para proporcionar el sustento necesario, incluso hasta la fecha. Aunque es probable que el ritmo de crecimiento demográfico se haya estabilizado, la población mundial sigue al alza. Entonces surge la encrucijada de cómo satisfacer a cada vez más personas con recursos limitados.

Las estimaciones actuales predicen un aumento de la producción agrícola del 15 % en los próximos diez años y mayores al 50 % para 2050. Es probable que el aumento de las cosechas venga con un incremento considerable en el uso de fertilizantes. Solo para ponerlo en perspectiva, entre 1970 y 2010 se observó un aumento impresionante de más del 200 % en el uso de fertilizantes sintéticos (FAOSTAT, 2013). Se cree que, durante este período pionero de la agricultura, al menos entre el 30 y el 50 % del rendimiento de los cultivos se debían al uso de fertilizantes. Se ha estimado que, hoy en día, casi el 50 % de la población mundial depende de fertilizantes nitrogenados para su sustento. Además, esta propensión hacia el uso de fertilizantes no está disminuyendo; todo lo contrario.

Aunque los fertilizantes han permitido cubrir la gran demanda de productos agrícolas, su uso excesivo a lo largo de la historia ha provocado una crisis ambiental en muchas partes del mundo. El uso inadecuado de fertilizantes puede tener un efecto perjudicial en los ecosistemas terrestres, marinos y de agua dulce al provocar el agotamiento de los nutrientes del suelo (a través de una fertilización desequilibrada), la acidificación del suelo, la eutrofización (acumulación excesiva de nutrientes, principalmente nitrógeno y fósforo, en cuerpos de agua), la escorrentía de nutrientes, la reducción de la diversidad biológica y el gran aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) derivadas de las prácticas agrícolas.

En la actualidad, se estima que la producción agrícola representa alrededor del 12 % de las emisiones de GEI de origen humano (antropogénico), cifra que puede llegar al 24 % si se consideran las actividades de cambio y uso de la tierra. Este sector es el mayor contribuyente a las emisiones antropogénicas de GEI distintas al CO2. Se calcula que la agricultura es responsable de más del 80 % de las emisiones antropogénicas de óxido nitroso (N2O) y del 70 % de las emisiones antropogénicas de amoniaco (NH3), que se originan predominantemente de la aplicación de estiércol de ganado y fertilizantes inorgánicos.

Adicionalmente, las emisiones del almacenamiento de estiércol pueden ser altas, especialmente para períodos de almacenamiento más largos. El almacenamiento de bioles líquidos en comparación con los estiércoles líquidos reduce significativamente las emisiones de metano (CH4), aunque el aumento de las emisiones de N2O puede mitigar el beneficio. Las emisiones del almacenamiento de fertilizantes sintéticos o compost son insignificantes, aunque la información sobre el almacenamiento de compost es extremadamente limitada.

La cantidad de emisiones de GEI generadas por fertilizantes depende del tipo de fertilizante, cómo se produce y cómo se aplica en el suelo. Ambos, fertilizantes orgánicos e inorgánicos, pueden producir emisiones, pero lo hacen de maneras diferentes. La fabricación de fertilizantes inorgánicos, como el nitrato de amonio o la urea, es intensiva en energía, especialmente porque requiere grandes cantidades de gas natural para producir amoníaco. Esto genera emisiones significativas de CO₂. Al aplicarse en el campo, los fertilizantes inorgánicos liberan óxido nitroso (N₂O), un gas de efecto invernadero 300 veces más potente que el CO₂. Estas emisiones ocurren debido a la descomposición microbiana del nitrógeno en el suelo. Aunque los fertilizantes sintéticos son más concentrados y eficientes, si se aplican en exceso o de manera inadecuada, aumentan las emisiones de N₂O.

Los fertilizantes orgánicos, como estiércol, compost o biosólidos, son subproductos del manejo de residuos agrícolas o urbanos. Su producción genera menos emisiones directas porque no involucra procesos industriales intensivos. Al descomponerse en el suelo, los fertilizantes orgánicos liberan metano (CH₄) y óxido nitroso (N₂O), dependiendo de las condiciones (como humedad y oxigenación). Sin embargo, las emisiones suelen ser más abundantes que en los inorgánicos; también influye que se necesitan aplicar en mayor cantidad por su menor contenido de nitrógeno.

Resulta simplista clasificar a los fertilizantes como buenos o malos. Son una respuesta a otra necesidad: la de alimentos en una población creciente. Para condenar el impacto ecológico de los fertilizantes, también hay que condenar las situaciones que llevaron a necesitarlos, como la sobreproducción, la acumulación excesiva de riqueza y la sobrepoblación. Asimismo, hacen falta estudios más complejos que comparen de manera integral y objetiva el impacto de los fertilizantes orgánicos e inorgánicos, desde su producción, hasta su almacenamiento y aplicación. Si algo es seguro es que su uso indiscriminado es un problema y, si algo podemos hacer contra eso, es exigir su regulación y uso eficiente. (jorgequirozcasanova@gmail.com)