Periodismo y literatura: de lo real a lo verosímil
El Día Mundial de la Libertad de Prensa se celebra el 3 de mayo, proclamado como tal por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1993, siguiendo la recomendación de la Conferencia General de la UNESCO
El Día Mundial de la Libertad de Prensa se celebra el 3 de mayo, proclamado como tal por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1993, siguiendo la recomendación de la Conferencia General de la UNESCO. A esta efeméride la precedió la conmemoración del Día Mundial del Libro, el 23 de abril. Dos fechas apenas distanciadas por diez días, sí, diez, a mi parecer una cifra cabalística porque es el número de letras con que se escriben dos palabras asociadas a estas celebraciones: “periodismo” y “literatura”. La frontera entre ambos campos tiende a difuminarse, pese a la abigarrada insistencia de algunos puristas por tratar de mantenerlos separados, sobre todo al considerar que el periodismo se encarga de “retratar” una realidad y la literatura de “inventar” una ficción.
Pienso que el puente que comunica a la literatura con el periodismo es más fuerte de lo que podríamos suponer, y no se trata de una mera hipótesis, sino de una afirmación respaldada con numerosas evidencias. Va más allá de la explotación de los géneros interpretativos y su alegórico lenguaje, como el caso de la crónica. Va mucho más allá, porque se sabe de una buena cantidad de historias reales que originalmente alimentaron las páginas de los periódicos, pero terminaron siendo convertidas en magníficas ficciones. Ciertamente, un escritor, a diferencia de un periodista, no anda en busca de noticias, sino que las encuentra y las escribe con una perspectiva diferente porque está seguro de que vale la pena contarlas.
Los ejemplos, como antes escribí, sobran. Muchos de ellos ya han sido objeto de análisis en libros y ensayos. Quizá el caso más conocido se asocie a la obra de Gabriel García Márquez. Recordemos que el Nobel de Literatura trabajaba inicialmente como reportero y la experiencia de haber ejercido este oficio lo condujo a retomar —una y otra vez— diversos sucesos reales para sentar las bases de sobresalientes novelas. Fue un maestro de las narrativas híbridas. Así pasó con “Relato de un náufrago” (1970), donde cuenta la milagrosa supervivencia del marinero Luis Alejandro Velasco, cuya peripecia había publicado a través de 14 crónicas en el periódico “El Espectador”, de Bogotá, en 1955.
Un caso similar es el de la novela “Crónica de una muerte anunciada” (1981), inspirada en un crimen ocurrido en 1951, cuando García Márquez trabajaba en un diario de Barranquilla. Resulta que la prensa de Sucre —municipio ubicado al norte de Colombia— publicó que, tras la primera noche de bodas, un marido devuelve a su mujer cuando descubre que no es virgen. A las pocas horas, embargado por la rabia, el hermano de la mujer mata al supuesto causante de la deshonra. Pasaron treinta años para que Gabo tomara la decisión de rearmar las piezas y convertir la noticia periodística en recreación literaria, haciéndola transitar de lo fugaz a lo permanente. Sus palabras retumban hoy con singular elocuencia: “al cabo de treinta años descubrí algo que muchas veces se nos olvida a los novelistas: que la mejor fórmula literaria es siempre la verdad” (“El olor de la guayaba”, 1982).
Hay cuantiosos productos narrativos que han seguido la misma suerte, es decir, obras escritas a partir de un suceso real, o que por lo menos recuperan de la realidad parte de sus componentes. He aquí otros ejemplos: Daniel Defoe en su “Diario del año de la peste” (1722) construye un impresionante relato a partir de entrevistas a supervivientes, datos y encuestas reales de la epidemia que asoló Londres en 1665. Edgar Allan Poe escribió “Los crímenes de la calle Morgue” (1841), fundamentada en hechos reales, según declaró el propio autor. Truman Capote publicó la novela “A sangre fría” (1966), considerada una de las obras maestras de la literatura contemporánea, y la cual va más allá de la simple narración de un asesinato del que los medios de comunicación informaron superficialmente. Se dice que con ella el escritor estadounidense acentuó su gusto por la “novela testimonio” o “novela de no ficción”.
Puede usted notar y anotar, amable lector, que del periodismo y la literatura emerge una simbiosis que ha impregnado muchos libros y despertado el interés de los lectores, quienes se implican de modo más profundo en las historias por su alta carga de verosimilitud. Esto ocurre cuando la materia prima del escritor no se reduce a su mundo imaginativo, sino que los principales referentes provienen de la vida cotidiana.
Nuestro agradecimiento a abril y mayo por estas dos efemérides que han servido de afortunado pretexto para hacer este recorrido.